El joven riosecano Eduardo Gutiérrez ha publicado su primer poemario, Vértigo, en el que se puede disfrutar de su personal estilo y su pasión por la Filosofía. Eduardo, que comenzó a escribir a los quince o dieciséis años de edad sobre bases de hip-hop, quiere que Vértigo “no se entienda solamente como un libro de poesía”.
“La presentación de Vértigo a mis familiares, amigos y vecinos riosecanos, que es también la presentación de mi yo-mismo como escritor o como poeta, es un acto personalísimo que despierta en mí no pocas inquietudes. Personal no tanto por el contenido de mi poesía, sino más bien por su forma, por el ejercicio de construcción poética”, asegura en una entrevista a este diario.
El contenido de los poemas recogidos en Vértigo, «si bien fruto de un auto-mirarse y de una sensibilidad singular, es universal en la medida en que conecta con sentimientos tan arraigados a la persona» son típicamente humanos: “el amor, la amistad, la soledad, el dolor, el miedo…”. “Es posible que todos ellos, tratados en conjunto, sepan dar buena cuenta de mi persona, esto es, sean la mejor biografía que de mí mismo podría jamás escribir; pero no basta con eso”, dice el autor.
Eduardo Gutiérrez cree que lo peculiar de su poesía “es su forma, el modo de construcción de los poemas; es ahí donde mi yo-poeta -que en poco o nada difiere de mi yo-hijo, mi yo-hermano, mi yo-amigo, mi yo-hombre, mi yo-sujeto-frente-a-un-mundo-que-no-comprendo o mi yo-que-filosofa- se muestra en toda su individualidad y distinción”.
“Hago homenaje de esta forma a toda la tradición artística románico-germana en la que el genio individual se expresa libre de formas, de la mano al lienzo sin intermediarios que clarifiquen y organicen sistemática y lógicamente la estructura artística, como sucede en el arte clásico. Si hay universalidad, es universalidad individual: que parte de la pura individualidad del sujeto artista y sólo porque parte de ella adquiere significado. Es en el modo como encaro la siempre terrible tarea de rellenar la hoja en blanco -vértigo everywhere- lo que le da a mi poesía un toque personal; y si la presentación de mi obra equivale a la desnudez de mi alma, sólo a esto refiere. Pero… ¿acaso no es eso lo que hace distinto a cada poeta?”, reflexiona el poeta riosecano.
Vértigo, aunque es su primera publicación, no es el primer poemario que compone. En 2013 escribe Una enfermedad llamada hombre, aún sin publicar, y recientemente acaba de terminar su tercera obra, El loco y las puertas de la percepción. Como futuros proyectos cabe destacar El bestiario: Pequeño muestrario de dolores, Historias corrientes y J.S. Newman, Teoría de la decadencia.
Si en Una enfermedad llamada hombre plasma una poesía popular, accesible al gran público y de mayor atractivo para el lector medio, se debe a su ausencia de forma. “En Vértigo desarrollo una poesía más aristocrática porque elitista, elevada o como quiera decirse. Una poesía plagada de conceptos, de referencias y de dobles sentidos que obligan a un análisis profundo de cada línea, haciéndose efectiva la estructura autor-lector que inauguro como elemento fundamental para el construcción del acto poético en mi comentario a la obra”
Este estudiante de Filosofía, con influencias de Cortázar, Hesse, Murakami, Baroja, Borges, Unamuno, Kafka Leopoldo María Panero, García Lorca, T.S. Eliot, Ángel González o Jaime Gil de Biedma, entre muchos otros, define su primer poemario (publicado) como un “juego de interpretaciones, de perspectivas y de realidades”. “En Vértigo presento, más que mi imagen del mundo, el modo como construyo esa imagen. También, naturalmente, es reflejo de mi realidad, de la producción cognitiva que he elaborado al cabo de los años y que acostumbramos a llamar ‘mundo’, tan diferente de los ‘mundos’ de cada uno de nosotros -‘mundo’ no es más que la interpretación individual que hacemos de los datos objetivos de la experiencia; no hay por tanto un mundo, sino una pluralidad de mundos”, concluye.