A principios de mes de febrero regresará a la Residencia de Ancianos de Medina de Rioseco una bella escultura de San Francisco, obra de Luis Salvador Carmona, después de haber estado presente en la importante exposición ‘Moradas de grandeza. La ciudad conventual española’ que, organizada por la Fundación Cajamurcia con la colaboración de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, el Ayuntamiento murciano y la Diócesis de Cartagena, se inauguró, el pasado 17 de noviembre, en el recién restaurado Palacio Episcopal de Murcia.
La exposición ha servido para mostrar la singularidad de la historia de la vida monacal española que en la ciudad de Caravaca de la Cruz tuvo especial desarrollo, su incidencia en la vida española y la imagen de la ciudad tradicional, siendo el hilo conductor de la muestra lo misterioso y desconocido de los conventos y monasterios españoles, su vida y su cultura.
La muestra ha reunido a más de un centenar de piezas de artistas como Murillo , Zurbarán (el pintor por excelencia de la vida monástica), Ribera, Claudio Coello, Alonso Cano, Vicente Carducho, Rutilio Manetti, Antonio Rizzi, Juan del Castillo, Miguel Ángel Houasse, Francisco Pradilla, Gregorio Fernández, Alonso y Pedro de Mena, Hermanos García o Francisco Salzillo.
A estos nombres se han unido piezas de orfebrería, instrumentos musicales, lozas y cerámicas, así como las ilustraciones del conocido Civitates Orbis Terrarum de Georg Brayn (1573. Universidad de Valladolid), el famoso manuscrito De Materia Médica de Dioscórides (Siglo XV. Universidad de Salamanca) y el Manuscrito de Raymundi Lulli (1723. Monasterio de Montserrat). Todas ellas procedentes de Patrimonio Nacional, el Museo Nacional del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Biblioteca Nacional, las catedrales de Sevilla y Valencia, iglesias, conventos y monasterios.
Junto a esas piezas, de tanta calidad, ha estado la talla riosecana de San Francisco que ya saliera de la Residencia de Ancianos en 2009 para participar en la exposición que tuvo lugar en la localidad natal de Luís Salvador Carmona, Nava del Rey, para conmemorar el tercer centenario del nacimiento de tan insigne escultor. Entonces, la directora del Museo de Valladolid y académica de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Eloísa Wattenberg, realizó una completa ficha para el catálogo de la muestra que reproducimos a continuación, casi en su totalidad, como forma de conocer algo más sobre una interesante escultura que durante muchos años ha pasado desapercibida en la sacristía de la capilla de la Residencia de Ancianos.
Señala Eloísa Wattenberg que de la devoción popular hacia la Orden franciscana fue partícipe la familia de Luís Salvador Carmona pues si el padre del escultor fue miembro de la Venerable Orden Tercera y devoto de San Luís, su protector y patrono, el propio artista se hizo enterrar con el hábito franciscano. Se explica así que Carmona dedicara a la imagen del santo de Asís su creatividad más exquisita en varias ocasiones y, tal vez, por este afecto devoto llegara esta escultura al convento de Nuestra Señora de la Esperanza, conocido como de San Francisco. Por la misma razón cabría pensar que su primera ubicación fuera la capilla de la Orden Tercera que desde 1630 tenía sitio propio en este convento, cuando ya contaba con cerca de doscientos hermanos en Medina de Rioseco.
La imagen, con un tamaño de 0.87 metros y fechada entre 1750 y 1760, representa al santo recibiendo los estigmas de Cristo. Según la narración de su biógrafo, Tomás de Celano, estando el santo en el monte Alvernia, en los Apeninos, en la festividad de la exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre de 1224, se le apareció un hombre crucificado, con seis alas como un serafín, que le infundió las marcas de las heridas de Cristo en manos, pies y costado.
San Francisco viste sayal con capucho, ajustado a la cintura por cordón de nudos, significando los votos de pobreza, castidad y obediencia que son las tres virtudes franciscanas. Hinca su rodilla derecha en un rocoso promontorio inclinado mientras su pierna izquierda, dispuesta hacia atrás, queda ladeada hacia afuera dejando ver, bajo el ropaje, el pie que apenas presiona el suelo. Con esta postura logra el artista, en la parte posterior de la imagen, gran naturalidad, realzada por el delicado movimiento que aporta la suave talla de la tela. Los brazos abiertos, igual que las manos para mostrar las llagas de sus palmas. La cabeza, con cuidada encarnación a pulimento para dar palidez al rostro, está levemente inclinada a la izquierda. Muestra el ceño fruncido y la boca entreabierta, con expresión apenada, imbuida de mística tristeza, trasladando al observador el sentimiento de amor y entrega del santo, y el doloroso gozo de las heridas de su estigmatización.
El tratamiento del pelo y de la barba, con perilla bífida, se atiene a la fórmula creada por el escultor para la representación del santo que parece iniciar con el San Francisco realizado para el Hospital de la Concepción de Yepes (Toledo) que, al estar documentada su hechura antes de 1740, se piensa fuera modelo para las variantes posteriores –Estepa, Olite o León– trabajadas por mano del propio artista o de su taller.
El hábito reproduce con fidelidad el tejido de lana ordinario –estameña– usado por los franciscanos y el color establecido para la Orden hasta mediados de siglo XVIII, blanco y negro mezclados para dar un tono gris, simbólico de la materia humana: la ceniza y el polvo, según gustaba decir a San Francisco. En su talla y pese a la distinta postura de la imagen, muestra detalles en los pliegues y el tratamiento de las mangas bien similares a los de la mencionada escultura de Yepes y a la conservada en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en el convento de San Francisco, de Estepa.
La representación, en suma, viene a reproducir el modelo del Cristo del Perdón que Carmona tallara por primera vez en 1750 para la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, de La Granja de San Ildefonso (Segovia), siendo esta pequeña imagen de Rioseco, al parecer, la única de la producción del artista dedicada a San Francisco que recoge este modelo y que habría de formar grupo con una escultura de serafín crucificado, hoy perdida, el cual podría haber inspirado el realizado años después por su sobrino y discípulo José Salvador Carmona para la capilla de la Impresión de las Llagas del convento de San Miguel de las Victorias, de Priego (Cuenca), del que se conserva sólo la imagen del crucificado alado.
La obra fue dada a conocer con ocasión de efectuar Eloísa Wattenberg el catálogo monumental de Medina de Rioseco, adscribiéndola entonces al entorno más próximo del maestro, a cuya gubia quizá, tras un análisis posterior más detenido, la atribuye sin reservas. Hay que recordar que Rioseco posee en la Virgen de la Expectación del retablo mayor de la iglesia de San Francisco, actualmente museo, una de las principales de este gran escultor de Nava del Rey.