“De la noche a la mañana”. Así colonizó un enjambre de abejas el tronco de un árbol en el jardín de una vivienda ubicada en la riosecana calle de Calzada San Miguel. Lo contaba su propietario, Vitorio García, quien el viernes por la tarde se encontraba con esta sorpresa. Horas más tarde, llamaba al apicultor de la Santa Espina, Enrique San José, quien retiraba el enjambre de aproximadamente 3.000 abejas y lo incorporaba a su colmenar.
“Es muy frecuente en esta época y en lugares cercanos a iglesias que suelen tener entre sus muros alguna colmena”, relata este experimentado apicultor que cuenta con “veinte o treinta colmenas” como “hobbie” y para “el consumo propio y el de familiares y amigos”. Un enjambre no es más que una colonia de abejas que se han separado de la colmena, siguiendo a una abeja reina. “Con el tiempo formarán una nueva colmena”, explica San José.
En este caso la ubicación era transitoria. “Normalmente suelen buscar agujeros o huecos como por ejemplo el de la persiana o un alero”, dice el apicultor. “Es importante no fumigar ni intentar retirar el enjambre si no se tiene experiencia”, alerta. Las abejas si se sienten intimidadas podrían atacar. Es por eso que es de vital importancia llamar a un experimentado apicultor o a los bomberos que hace tan solo unos días retiraban un enjambre de la iglesia de Santiago.
El apicultor llegó con su traje protector y en una caja fue introduciendo los insectos. “Una vez que entra la reina, el resto es fácil”, explica. “La caja estaba formada por cuatro cuadrados de cera” que más tarde se incorporaron al colmenar. En apenas unos minutos se concluía la operación y las abejas se despedían del improvisado hogar que habían ocupado, sin previo aviso, durante unas horas.