La Semana Santa de Medina de Rioseco en todo su esplendor. Viernes Santo en la Ciudad de los Almirantes. Día grande para cofrades y riosecanos. El sol no brilló con fuerza y las nubes también se sumaron a la fiesta, pero la lluvia –enemigo número uno- estos días no hizo aparición para que los pasos volvieran a salir a la calle. Aunque alguno se llevó el susto cuando de mañana cayeron algunas gotas. Falsa alarma.
Pero el gran día comenzó ya por la mañana. Riosecanos y visitantes se agolpaban en la iglesia de Santa María y en la capilla de los Pasos Grandes para visitar los siete conjuntos escultóricos que darían vida, horas más tarde, a la procesión de la Soledad. Más tarde, animado y multitudinario vermú que volvió a llenar la calle Mayor de ilusiones y encuentros.
Los refrescos se sucedieron donde dispusieron los seis Mayordomos de las cofradías de Viernes Santo. Un abrazo, un efusivo saludo, una pasta y un licor y… a tallar el paso. Los afortunados, por riguroso orden de lista, se colocan en sus puestos en un imaginario tablero para medir las diferencias de alturas. Y desfile de gremios. Ese momento en el que Varas, Banderines, niños y los hermanos que sacarán el paso desfilan por las calles riosecanas, orgullo de sus cofrades y costumbre de invitar a las autoridades a la procesión.
Después de los oficios, algunas hermandades se reúnen en un segundo refresco conocido como las aceitunas, por ser este el principal alimento de su sencillo menú. Últimas órdenes del cadena y a sacar el paso. Como manda la tradición: con fe, con coraje y con sentimiento. ¿Estáis conforme con vuestros puestos? Pregunta el cadena antes de dar un golpe seco en el tablero y que los dos Pasos Grandes se eleven en los brazos de veinte hermanos.
La oración anterior por los difuntos, la recogida de túnica para favorecer la descomunal maniobra y la Lágrima sonando forma parte de un ritual que se cala en los más profundo del alma de los cofrades de Longinos y Escalera, de los riosecanos… para asombro de los visitantes. Unos minutos en el que cientos de personas concentran su mirada en un mismo punto: el dintel de la Capilla de los Pasos Grandes por los que salen Crucifixión y Descendimiento.
Unos instantes brutales, emocionantes, tradicionales, sentimentales y casi trágicos donde veinte hombres de nuevo obran el milagro de sacar estos dos conjuntos a golpe de riñón, pero sobre todo de corazón. Longinos y Escalera ya están en la calle. Le siguen Cristo de los Afligidos, Cristo de la Paz, con su maniobra también espectacular en la gótica portada de Santa María, La Piedad, Santo Sepulcro y Soledad.
La procesión de la Soledad ya está en la calle. Pronto se alcanza la calle Mayor, esa rúa porticada que es el mejor marco para ver como los pasos se encajan entre un entramado de balcones, soportales y manos que intentan tocar los santos. Es momento del baile. Esa forma rítmica de mecer los pases al son de la música, antes de llegar a la Plaza Mayor donde se producirán los relevos y los cofrades, más jóvenes y también los más mayores, tendrán la oportunidad de probar el seco peso de los tableros.
La Rodillada, esa reverencia a la Virgen de la Cruz, en el Arco Ajújar, es la antesala del último y titánico esfuerzo: la calle Mediana en la que algunos de los pasos subirán sin apenas descanso y resuello. Ya en el corro de Santa María, los siete pasos, las seis cofradías, todo un pueblo se rinde ante a Virgen de la Soledad para entonar una emocionada Salve.
De nuevo, el esfuerzo y la pericia, las emociones y los sentimientos, la tradición y la idiosincrasia de una forma de entender la Semana Santa. Los pasos ya reposan en su iglesia y en su Capilla. Se ha cumplido con el deber y eso se nota en las caras de los cientos de cofrades, que despedirán el Viernes Santo en las cenas de hermandad: alubias, bacalao y lechazo. Menú semanasantero y despedida hasta el año que viene.