Los datos dados a conocer por este digital el pasado mes de enero son sorprendentes. Tres mil visitas diarias de media, como mínimo, durante el pasado año. Sin fotos porno, regalo de sartenes al titular del ordenador que más veces se conecte, desenmascarar a Urdangarín, ni endiosar o vapulear a Garzón ni al alcalde. Enhorabuena.
Con cierto estupor recibirían estas cifras los editores de la vieja prensa riosecana, La Crónica de Campos, El Moclin, El Faro Campesino, El Eco de Campos, etc. Con sana envidia habrán leído la noticia mis antiguos compañeros de Radio Rioseco.
Desde las publicaciones decimonónicas hasta la eclosión en los años ochenta del pasado siglo de la aventura radiofónica ha habido un intento casi permanente entre nosotros de comunicarse. Un goteo de publicaciones de más o menos fuste, aliento y duración. Siempre arrumbados. Uno de los más recientes, La Mar de Campos, estuvo a punto de embarrancar; han tenido que ponerle precio y pedir respiración asistida a los ayuntamientos para continuar la travesía.
La conclusión es melancólica: los proyectos no se consolidan, cualquiera que haya sido la época y los promotores. Lástima. Un medio ayuda a vertebrar una sociedad, un pueblo. A conocernos mejor, proyectarse más allá del círculo de nuestra sombra, la perspectiva de los soportales. Si se hace con acierto, ponderación, objetividad y equilibrio, sirve también como acicate para la mejora de la cosa pública, fortalecer la sociedad civil.
Son varias las causas por las cuales los intentos se diluyeron sin continuidad. A algunos les faltaba criterio. Casi todos partían de una gestación y desarrollo quijotescos, en su sentido ambivalente. Como este digital.
Las salidas a campo abierto de Don Quijote nos llenan la cabeza de sueños, fantasía, tristeza, solidaridad, risa, ternura, ironía, amargura, admiración y sorpresa. La vida misma, en carne viva, contada desde una gran metáfora.
Alonso Quijano vuelve a casa vencido, apaleado, consciente del imposible perseguido. No se por cuánto tiempo LaVoz se tendrá en pie. En estos dieciséis meses, según escucho en mentideros, sus gestores ya han recibido alguna que otra pedrada e intento de manteo (al verles les echo siempre, disimuladamente, una mirada de forense…). Los molinos de de la crisis económica, publicitaria, son tan reales que sus aspas se están llevando por delante demasiadas cosas. Pero, además, Rioseco en cualquier época, si se le ahonda, es un pueblo difícil.
Ojala podáis con todo, manteniendo alejado de la redacción al Caballero de la Blanca Luna; es decir, a quien con engaños -aunque de buena fe- mandó a don Quijote para casa, desengañado y vencido, a esperar la muerte.