Un mes después de la SEMINCI 2015 -sexagésima edición del festival- dos de las películas que obtuvieron premio están en las pantallas de Valladolid: Rams (El valle de los carneros) de Grímur Hákonarson, que consiguió la Espiga de Oro y Una pastelería en Tokio de Naomi Kawase, premio a la Mejor Dirección. Para fechas próximas están anunciadas Mustang de Deniz Gamze Ergüven, Espiga de Plata, y 45 años de Andrew Haigh, a la que concedieron el Premio a la Mejor Actriz por el trabajo de Charlotte Rampling. Los lunes y/o los martes es posible verlas en versión original subtitulada. Por otra parte, continúan en pantalla Truman de Cesc Gay -Premio al Mejor Actor, en este caso ex aequo, para Ricardo Darín y Javier Cámara en el festival de San Sebastián-, y El clan de Pablo Trapero -León de Plata/Mejor director en Venecia-.
Rams (Hrútar)/El valle de los carneros, de Grímur Hákonarson nos cuenta la historia de dos hermanos islandeses que hace cuarenta años que no se hablan. Para su desgracia viven a no más de doscientos metros uno de otro en la que fue finca familiar. Los dos hermanos y los vecinos del valle viven de la cría de ovejas y carneros de una raza autóctona. No es solo su sustento, sino también su signo de identidad y de orgullo: el concurso para elegir al mejor carnero es la fiesta mayor del año. Y el criador que se lleva el primer premio se siente tan satisfecho como el equipo que gane la Liga de Campeones de fútbol -exagerando un poco. Sobre esta vida reglada, sin grandes variaciones, como no sean las estacionales, caerá la plaga de las plagas bíblicas: una epidemia sin cura que mata a los carneros y ovejas determina el sacrificio de todo el ganado del valle para impedir su extensión a toda Islandia. Como está dicho, no solo es la ruina sino la muerte de lo que da sentido a la vida de los hermanos enfadados y, por extensión, a todos los habitantes del valle. Contra este destino aciago se rebelará uno de los hermanos enfadados… (que necesitará, casualmente, la ayuda del otro…).
Esta historia podría haberse contado de muchas formas -como es obvio. Hákonarson, aparentemente, elige un tono cuasi documental, con escasos diálogos humanos -balan mucho más los carneros-, excluyendo el sentimentalismo, con planos generales de los páramos desolados de ese valle islandés, y episodios de las vidas de los habitantes del lugar y de los dos hermanos en principio cotidianos, rutinarios… Pero lo que hace “particular” a la película es el tono mesuradamente irónico, de cierto humor negro que administra el guion. Verbigracia: un hermano reñido asiste al otro hermano reñido que ha tenido un desmayo…, pero le traslada a Urgencias en la pala de un tractor. Este es el tono que recorre la película, y que en contraste con la brutalidad de los hermanos, la severidad del paisaje y el laconismo de esos islandeses, produce un efecto cómico indirecto.
Para quien ha nacido y vivido de niño entre ovejas y algún carnero, la historia le resulta entrañable. Los carneros y las ovejas de esta raza islandesa parece que no defecan…, pero este es un asunto menor. Película simpática, bien contada, con un humor gélido pero delicioso. ¿Hay final feliz entre los dos hermanos cainitas? Después de ver la película lo comentamos.
Una pastelería en Tokio (An) de Naomi Kawase nos presenta a tres personajes solitarios, desarraigados, que confluyen en una pequeña tienda que vende un dulce japonés llamado “doriyaki”. El pastelero es un hombre que vive solo, sin familia ni amigos, y que parece purgar errores de su pasado. Una de sus más asiduas clientes es una adolescente que se siente apartada tanto de las preocupaciones habituales de sus compañeras de instituto como de su familia. Y finalmente el tercer personaje es una anciana con las manos deformes que busca trabajo y quiere ser contratada por el pastelero casi como un favor, pues el salario no es lo que más le importa. La pastelería se convierte en un refugio para los tres cuando el repostero descubre que la anciana de las manos deformes hace unos “doriyakis” extraordinarios y acaba aceptando su ofrecimiento. Esta comunión sencilla entre tres seres al borde de ese abismo que es siempre la vida, va a ser rota por la maldad ajena y por la torpeza propia.
El cine de Naomi Kawase bebe en la tradición del cine japonés clásico (Ozu, Mizoguchi) y tiene vocación zen. Hace pocos meses podíamos ver su aproximación a la muerte en Aguas tranquilas, como aquí lo hace a la soledad y a la solidaridad entre los solitarios y los apaleados que no sucumben al rencor. La anciana de las manos deformes -emocionada interpretación de la actriz Kirin Kiki-, busca la perfección y la utilidad en la elaboración de un dulce, escuchando a las “humildes” alubias rojas con las que se hace el dulce y, por ende, a la naturaleza.
Película hermosa y emotiva, que no tiene miedo a expresar el dolor que produce la pérdida de la belleza, en esta ocasión transfigurada en esa anciana de las manos deformes -en un momento de la película nos enteramos de la terrible causa que provoca esa deformidad-, pero con sonrisa de santidad, en busca de un trabajo redentor y que posee un saber especial: hacer uno de los mejores “doriyakis” de Tokio. Como dice la anciana, la vida quizá no tenga sentido, pero cada una de nuestras vidas sí tiene significado: el que queramos darla.
Truman, de Cesc Gay, como sabrá el lector o lectora, cuenta el reencuentro entre dos amigos en Madrid durante cuatro días (con un perro, Truman, al fondo). Ese reencuentro es, a la vez, una despedida. Y una búsqueda por encontrar un nuevo hogar para un viejo perro que se va a quedar solo. El cine de Cesc Gay –Una pistola en cada mano, En la ciudad– es un cine de palabras, de diálogos, de situaciones y de actores (o “actorazos”) como Ricardo Darín y Javier Cámara. Es feo señalar, pero la presencia de Ricardo Darín en una película es siempre magnética y produce una credibilidad absoluta -podríamos decir.
La historia era difícil de contar ante el riesgo de caer en lo “sentimetaloide” o lo melodramático. El director y los actores lo evitan a través de la elusión, de la dignidad y del humor empático. Los miedos, las caídas en lo patético se producirán, si se producen, pero fuera de cámara. Lo que vemos en pantalla es la pelea por mantener la mesura ante la tragedia mayor de la vida, la de no perder el sentido del humor y buscar, como penúltima tarea, un hogar de adopción para ese viejo amigo que es Truman. Durante la película hay tiempo para ajustes de cuentas, perdones retrospectivos, algunas broncas y una locura con un hijo. Y algo muy masculino, muy de hombres: ese duelo por no aceptar del amigo el consuelo o el consejo. No lo digo como elogio, sino como defecto. Algo que en la película está muy bien retratado.
Una película grande. Grande también y en buena parte por sus actores.
El clan de Pablo Trapero narra la historia de una familia argentina en los años ochenta (S. XX), recién restaurada la democracia, que se dedica al secuestro. El padre de familia ha sido un funcionario de la dictadura militar dedicado a hacer “desaparecer” a opositores. Finalizada su misión patriótica “privatiza” sus habilidades de secuestrador y homicida como una forma de obtener saneados ingresos, contando a la vez con la impunidad con que le ampara el aparato del Estado. En su labor colaboran sus hijos varones y su mujer, y en cierta medida toda la familia con su anuencia o su silencio. Como padre de familia es un hombre probo: buen esposo, buen padre de sus hijos, buen argentino, buen católico… (Todo esto en apariencia). Nada más alejada su figura, por otra parte de la de un psicópata al uso o de la de un malo de cómic de superhéroes. Es, más bien, una representación posible de eso que Hannah Arendt denominó la banalidad del mal, aplicado en su ensayo a Eichmann y los nazis.
Ciertamente el padre de familia es un gran manipulador y escapar a su cruel carisma debe ser (y lo fue, pues la película cuenta un caso real) muy difícil, como contemplamos en la película. El padre de familia está encarnado por un actor llamado Guillermo Francella de ojos acuosos y mirada abismal. Sin él la película sería otra, igual de importante pero otra, porque este actor con esa mirada, con su voz pausada, provoca un estado de inquietud permanente en el espectador.
El clan de Pablo Trapero aúna el cine político con el cine negro, el thriller con el género de gánsteres, en una acertada fusión. En Argentina la película ha desbordado los cines -exagerando, nuevamente-, quizá porque es un retrato veraz, sin contemplaciones, de un país que reflexiona sobre su pasado y de una época atroz que nunca debería repetirse.
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=n7kpI79cPBk[/youtube]