El deportista riosecano Luis Ángel Fernández cumplió hace unas fechas uno de los sueños de su vida deportiva: participar en la maratón de Nueva York; la más conocida, impresionante y concurrida del mundo. Hoy recuerda esa hazaña con un sabor agridulce pues una inoportuna lesión hizo que no pudiera entrar en la meta corriendo, sino prácticamente arrastrando la pierna, muerto de frío y de dolores. Esta es la crónica en primera persona que relata la aventura que, en esta ocasión, no tuvo un final demasiado feliz.
Hay competiciones que se tuercen desde un principio, en el propio día de la prueba, a pesar de que la preparación y los entrenos hayan sido los adecuados. Pero el deporte es deporte, es nuestro hobby y no vivimos profesionalmente de ello, aunque dediquemos muchas horas de esfuerzo, tiempo y sacrificio.
Esto me sucedió el pasado 2 de noviembre en la maratón de New York, la prueba más importante del calendario internacional tanto para profesionales como para populares.
El pistoletazo de salida estaba previsto a las 9:40 de la mañana, pero la prueba en sí comienza mucho antes. A las 5:30 de la mañana te embarcas en el autobús que te lleva a la zona de de salida (el recorrido es lineal y discurre por los barrios de New York con final en el mítico parque de Central Park). Ya en la zona de salida se pasan diversos controles policiales (desde lo sucedido en la maratón de Boston se han tomado muy en serio la seguridad de la prueba.); total que sobre las 6:00 de la mañana estás en una campa a la intemperie sin ningún tipo de cobijo que te pueda resguardar del viento y el frío intenso.
Al final fueron tres horas a pie quieto intentando mantener a raya el frío con cafés y bebidas calientes (cosa que no se consigue). A falta de una hora para el pistoletazo inicial, entramos en los “cajones” de salida ya sin posibilidad de hacer uso de los baños ni de las bebidas calientes. Con estos condicionantes es imposible calentar ni estar en las mejores condiciones de poder disputar y disfrutar de la meca de la maratón.
Se da la salida y los cerca de 70.000 participantes vamos saliendo en tandas para no colapsar el primer puente del recorrido de los muchos que hay que atravesar. Primeros síntomas de que hoy no es el día: el frío no me deja correr con normalidad y empiezo a tener problemas digestivos; todo esto unido al fuerte viento de cara que tuvimos en la mayor parte del recorrido hacían presagiar que me tocaría sufrir para poder finalizar la prueba.
Pasan los kilómetros, la gente agolpada en las calles animando, grupos de música amenizando, voluntarios en los avituallamientos; esto anima a continuar pero las sensaciones son horrorosas, aunque los ritmos de carrera no son malos.
Me comienza a molestar el gemelo derecho. Una sensación muy similar a la de la lesión que llevaba arrastrando todo el verano y que me hizo tener que retirarme en el Ironman. ‘Bueno aguantaremos hasta donde me deje’, ese es mi pensamiento, al tiempo que los problemas intestinales persisten y es imposible poder avituallarme. A la larga pasará factura.
Siguen cayendo los kilómetros y todavía no he visto un tramo llamo en todo el recorrido (ni lo hay en toda la maratón, es un continuo sube baja durante todo el trayecto). Paso de la media maratón (21 km.) y para mi sorpresa es un buen tiempo (1:32) teniendo en cuenta todas las circunstancias:; pero el dolor del gemelo va a más y no tiene pinta de que mejore. Sigo sin poder beber así que es cuestión de tiempo que aparezcan los calambres.
Así ocurre, pinchazos en el cuádriceps izquierdo. Toca beber sales minerales y bajar el ritmo. Los calambres mejoran, pero el dolor del gemelo ya casi ni se puede soportar y al verme obligado a beber, el estómago da más guerra aun.
Muy a mi pesar tengo que pararme: el gemelo ya no aguanta más, toca recuperarse un poco y seguir corriendo hasta la milla 16 (el recorrido estaba marcada en millas). Cuando paso por el cartel siento la típica pedrada de la rotura de fibras: se acabó el sueño de la maratón. Fue casualidad que en ese punto hubiera un puesto médico y que uno de los facultativos hablase castellano, pero nada se pudo hacer, solamente taparme con una manta (seguía el viento y frío helador) y completar el resto de la maratón cojo, cubriéndome para no quedarme congelado.
Sabor muy amargo. Pude cruzar la línea de meta, disfrutar del ambiente de la maratón, pero muy lejos de mis expectativas. Las condiciones que se dieron, sobre todo, en la larga espera de la salida tuvieron mucho de culpa. Pero esto no debe sonar a excusa porque fue para los 70.000 corredores. Algún día espero poderme sacar la espina.