Quizás porque en Tierra de Campos no suelen abundar, los días de lluvia tienen algo especial porque guardan el recuerdo de los días pasados. El agua lo empapa todo y está presente hasta en el más mínimo rincón. Las calles se llenan de miles de charcos que, como extraños espejos borgianos, multiplican la realidad y la dividen en un millón de fragmentos imposibles. Los arroyos se colman de agua y sueñan con ser grandes ríos en busca de mares lejanos. Entres las raíces de un árbol, el agua brota por arte de magia y huye en libertad. En un camino de tierra han quedado dibujadas las inquietantes huellas de las suelas de alguien que no se quiso perder los secretos de la lluvia.