Tierra de Campos agonizaba casi como media España. Muerta de sed veía como la sequía estrangulaba sus cultivos y de no llover pronto el cereal se iría al limbo de las cosechas perdidas. Pero se obró el milagro y llovió, incluso nevó; el agua apagó la sed de los campos, al menos de forma momentánea. La tan necesaria agua llegó y lo hizo en el momento más inoportuno, el que nadie quería: en Semana Santa.
Y si la sequía casi da al traste con la cosecha de 2012, la lluvia ahogó la Semana Santa 2012, con la suspensión de las procesiones de Jueves y Viernes Santo, base de la Pasión riosecana. Un hecho insólito que ni los más viejos de lugar han conocido. Ya dice el refrán que nunca llueve a gusto de todos y en esta ocasión de casi nadie, aún reconociendo que estas precipitaciones se han convertido en agua bendita para nuestros sedientos campos.
Pero a lo que vamos: la lluvia, las procesiones, las tallas que desfilan… Incompatible. Se acertó en la decisión de suspender las dos procesiones, claro que sí. Pero quizá algo tarde. El Jueves Santo tres pasos ya habían salido a la calle. Y dos de ellos lo hicieron aún con los paraguas abiertos que alertaban que la lluvia arreciaba. Y el Viernes Santo ocurrió algo parecido. Cuando Longinos cruzó el umbral, un finísimo manto de agua anunció que comenzaba a llover. Y la Escalera, aún así, salió. A los pocos minutos la procesión se suspendía, como era lógico. Los dos Pasos Grandes se cubrían cómo podían con unos insuficientes plásticos, pero la lluvia calaba los huesos de madera policromada de los 16 santos de palo que componen los dos conjuntos escultóricos. El resto de pasos, con buen criterio, decidieron no salir.
El historiador riosecano Ramón Pérez de Castro, en un acertado comentario publicado en una Red Social, se pregunta: “¿Cuántos litros por metro cuadrado tienen que caer para que un paso salga y otro no?, ¿cuántos litros por metro cuadrado tiene que caer para suspender la procesión el año que viene con tan lamentable precedente? El Viernes Santo de este año, a la serena tristeza de no poder ver en las calles nuestras procesiones se ha unido el margo desconsuelo de ver cómo lo que tanto amamos es puesto en peligro”.
Y es que por mucho que nos duela, la seguridad de los conjuntos escultóricos -algunos con casi cuatrocientos años de historia- tienen que estar por encima de la tradición, de la ilusión de los cofrades y, claro está, de las exigencias del turismo. En el último Pardal. Informativo Cofrade apelábamos a la responsabilidad de todos y cada uno de los que componemos la Semana Santa ante la más que probable y temida lluvia.
Desde estas líneas no somos quiénes para criticar absolutamente nada, pero sí para pedir que, en lo sucesivo, se actúe con mayor diligencia. Nuestros pasos, los que heredamos de nuestros antepasados y los que legaremos a nuestros hijos, se hicieron para procesionar, sí; aún con el peligro que ello a veces conlleva. Cuidemos, pues, de estas joyas escultóricas y no permitamos que por capricho se deterioren. De consentirlo estaremos atentando contra un importante e irrecuperable patrimonio. Y tampoco nos refugiemos bajo el paraguas de la restauración, porque al final –con tantas intervenciones- no tendremos más que una copia de lo que un día fue una escultura del siglo XVI o XVII.