El mes de marzo acaba y es hora ya de que La Voz de Rioseco publique todos los relatos que competirán en el Certamen de Microcuentos No te enrolles, que organiza este diario. Disfruten de las historias. En breve, el jurado decidirá cuál es la merecedora de clasificarse para la gran final, que se disputará en diciembre, con los vencedores de cada mes.
Qué tiempos aquellos
Dicen que cuando se corre mucho peligro la vida te pasa delante de tus ojos. Eso era lo que me estaba sucediendo en este momento.
Añoraba los años de tirar del arado para preparar la tierra y así aportar mi grano de arena al bienestar de la familia. Tirar del trillo en la época de la recolección, acarrear agua o hacer girar la rueda del molino para sacar agua y así poder regar la huerta.
Pero eso hacía un tiempo se había acabado con la llegada de los motores, motores en todos los sitios y llenos de caballos que yo por mucho que miraba no lograba ver.
Ahora solo servía para el paseo, pero eso a mí no se me da muy bien, visto lo visto.
Y para colmo uno de esos motores vería mi final. Y yo sin ver esos caballos.
Pero que pedazo de Mula soy, que no me doy cuenta que esto es el progreso.
El progreso se llevó las mulas de cuatro patas, pero cuántas mulas y mulos de dos patas habrá hoy en día.
Macmas
Batalla perdida.
La lucha del hombre contra los elementos. La lucha perdida ante lo desconocido. Iniciada desde nuestra propia decadencia, por el fatuo desarrollo de las vías de comunicación, esta vez anegadas de agua, pero quién sabe si mañana estarán infestadas de fuego, o de odio, o de rabia…o quizás ahora también lo están.
Jugamos a ser los reyes de una dinastía que ya no nos pertenece y con ello alteramos a placer el mapa ontológico de nuestra madre natura.
Quisimos controlar la fuerza de los ríos, esos bastiones de vida que recorren nuestros pastos, labrados por el explotado proletariado, y ahora nos escupen con toda su fuerza.
Huele a madera corroída. Huele a una humedad como la de nuestros corazones. Huele a la revancha consumada de una patria que debería ser la patria de todos, pero la hemos rechazado con palabras como “progreso” y “fácil desarrollo”.
Y ahora seguir achicando agua. Que mañana saldrá de nuevo el Sol, y mamá natura golpeará de nuevo con la fuerza de un huracán, o un terremoto, o un volcán…pero recordad que esta batalla perdida la empezamos nosotros, desde el desastre factible de un capitalismo corrosivo.
EduHendrix.
Sin título
Reina temporal furioso, que ha determinado una gran crecida del río, provocando que los caudales se salgan de madre. La impetuosa corriente arrasa chozas ribereñas, árboles y todo aquello que osa ponerse a su paso. Los trenes llegan retrasadísimos.
Al vadear tres carretas el punto conocido por Pozo de la Huerta de Mirabel, la corriente del agua arrastró a aquellas, volcando una y pereciendo ahogados los dos mulos que la conducían. Los carreteros, estuvieron a punto de morir, logrando a fuerza de trabajo llegar a un pequeño islote que en aquel punto se ha formado en medio del río y pudiendo ser salvados amarrándoles uno a uno a cuerdas que se les lanzaban desde la orilla y posteriormente arrastrándoles hacia la misma, con clara exposición de sus vidas.
A las seis de la tarde un hombre que padece de ataques epilépticos cayóse al río, arrastrándole las aguas, pero pudo agarrarse, logrando salvarse de una muerte cierta.
Con motivo de la riada se han suspendido los trabajos de la fábrica El Fiel.
El prado de Santa Engracia se asemeja a una inmensa laguna.
Muchos caseríos están aislados por las aguas. Desde las huertas inundadas se pide auxilio.
Lanas
Esquivando la tormenta
Corríamos para cobijarnos de la tormenta. Lo hicimos bajo un enorme vaso de cristal. Aliviadas, nos pusimos a jugar. Creímos que ya no necesitábamos seguir huyendo. Grave error, porque enseguida caímos en una zozobra parecida a una tempestad, y nos sumergimos dentro de un gigantesco vaso de agua. Salimos despedidas, y la corriente nos llevaba como si estuviéramos en un río, en una especie de tobogán infinito. Nos reíamos mientras marchábamos calle abajo, encima de una inmensa ola torrencial. No teníamos miedo, aunque veíamos coches inundados por el agua. Casi tropezamos con un burro, al que su dueño intentaba sacar, junto al carro del que tiraba, del socavón en el que se había metido. Nadie nos miraba, porque todo el mundo estaba pendiente de ellos y no de nosotras. Íbamos tan rápido que enseguida llegamos a una especie de desagüe. ¡Auxilio!, grité. Entonces mi hermana me despertó y me preguntó qué me pasaba. He tenido una pesadilla. Creía que nos metíamos dentro de una gran cloaca, le dije. Un ruido nos alertó, y al asomarnos por la ventana, vimos que el agua ya cubría el primer piso de nuestra casa.
Bartleby
Lucero y yo
Se echaba la noche y decidí hacer noche en la posada del Molino, había estado lloviendo casi todo el día, liberé a Lucero del pesado carro y le acomode en la cuadra.
A la mañana siguiente emprendimos el viaje y llegamos al arroyo que cruzaba el camino, había que vadearlo, hoy llevaba más agua que de costumbre por las lluvias caídas.
Arre, anime a Lucero y comenzamos a cruzar el arroyo, con paso decidido el animal tiraba del carro, pero en mitad de la travesía el carro se trabo repentinamente y Lucero perdió pie y callo quedando todo su cuerpo sumergido en el agua, solo asomaba su cabeza, no lo pensé, salte del carro al agua y comencé a soltar los arneses.
Había que sumergirse para liberar a Lucero de sus ataduras, repetí la operación hasta que solo quedaba un arnés, respire a fondo, me sumergí y conseguí soltar el ultimo arnés, salí exhausto a la superficie, cogí aire y respire, busque a Lucero, pero Lucero no estaba, se había hundido.
¡Lucero!, ¡Lucero! Grite con desesperación, pero Lucero……
¡No!, ¡no!, ¡Luceeeroo!
Al día siguiente, apesadumbrado, continué el camino.
Arre, Lucero, arre, menudo susto me has dado.
Arriero
Verdadera magnitud
En esta foto que publica la prensa no se aprecian los detalles, pero la del atestado no miente. No necesito esperar al informe. En ella sale todo: el derrapaje, los vandazos, las marcas de las ruedas…Te lo dije, Mauricio, la mula no frena como es debido, cámbiale las herraduras o que le miren el cuajar y la redecilla, porque algo falla. Además no sé ni cómo pasó la última ITV.
Se te ha ido de las manos el asunto, porque esa es otra, ¡te gusta correr más de la cuenta! y tu vista tampoco está ya para florituras desde que se te ocurriera aprender a leer en el Catón a la luz de la vela cada tarde, que, conociéndote, seguro que has pensado, al llegar al badén, ¡mira que charco se ha hecho! sin apreciar su verdadera magnitud. En fin no te preocupes, ya he llamado a los de la Cruz Gris para que os echen un vistazo al animal y a ti, ¡ah!, y el cabo de los migueletes, amigo mío, cuando le he preguntado por los puntos, me ha jurado por su madre que no sabía de qué puñetas le hablaba.
Bámbola
Héroe
Érase una vez un hombre llamado Florencio. Residente de Medina de Rioseco, allá por la primera mitad del siglo XX. Un día de aquellos inviernos húmedos cayó tal cantidad de agua que el río que rodea a la villa, Sequillo de nombre, desbordó, llevándose por delante todo lo que encontraba a su paso. Entre estos obstáculos, un carro tirado por un caballo, propiedad de la familia Domínguez, en la que iba el matrimonio con su hija de 7 años. Ante la mirada de admiración de la pequeña y algunos ciudadanos más, nuestro querido Florencio puso en riesgo su vida (aunque ya estaba más que acostumbrado) y la ayudó a situarse en un altillo fuera del peligro del agua. Cuando lo más importante estaba hecho, se centró en el animal, al que el agua casi sumergía por completo como a un iceberg. La fuerza de la corriente había volcado el pesado carro, por lo que sería complicado retomar su verticalidad. Pudo soltar el carro, con lo que el caballo se puso en pie. El carro costó mayor esfuerzo, pero consiguió su propósito. Un humilde héroe que ya forma parte de la historia popular.
Pererín
Sin título
Corren ríos de lodo. La gente grita desesperada mientras un hombre lucha con todas sus fuerzas por salvar sus pocas pertenencias: apenas un destartalado carro, un saco de grano y una vieja mula. La imagen es conmovedora.
Solo se oyen gritos y el fluir de una marea de agua. Agarro mi chaqueta y busco en su bolsillo. Saco mi reloj y me escondo donde nadie pueda verme.
En apenas un instante recorro mil años. Me encuentro en el año 2942. Viajar en el tiempo y sufrir la desgracia me ha hecho darme cuenta de la cruda realidad de la vida.
En mis pantalones mojados, barro. En mi retina, los recuerdos.
Charlize
Amigo
Hacía años que imaginaba un momento parecido a ese sin pensar que jamás fuera a vivirlo; desde que leí la trágica paradoja del asno que murió de hambre por no elegir entre dos idénticos montones de paja. Y aquella espina sería alimentada por el rencor de toparme en las noticias con un desalmado que, habiendo torturado a su burro por capricho, jamás vería, con toda certeza, su crueldad suficientemente humillada. Lideré aquel grupo de vecinos, entre quienes se encontraba el dueño de la carga, sin mediar una palabra: parecían recrearse en la sordidez de la incidencia. Solo me asusté al sentir el peso de la cabalgadura mojada y la fuerza con que el yugo se negaba a liberarle. Pronto atendí a cómo el asno retomaba su paso lento y seguro fuera del agua para permanecer de nuevo quieto, en tierra firme, amagando darse la vuelta con el gesto de su cabeza. Descansé dentro del agua un segundo más. Ya discutiría después con su propietario porque, por justicia hacia mí y hacia mi nuevo amigo, a partir de entonces ese burro no cargaría con más peso que el de mi brazo sobre su lomo.
Eduardo Sobredo
El burro de Juanón
Juanito tenía un burro y Juanón un asno y ambos formaban una sociedad. Eran los aguadores del pueblo.
Cada mañana acudían a una fuente; el cañico, la fuente la tierra, la fuentecilla o al caño de San Sebastian; dependiendo el barrio que fuesen a recorrer.
Al principio solo acarreaban media docena de vasijas sobre el carro, pero poco a poco, el ansia y la tozudez hicieron que el número de cántaros y tinajas se multiplicaran, portándolas incluso en alforjas sobre sus lomos.
Un día, en lo más bajo de una vaguada, Juanito se trastabilló y tras él fue Juanón. En un estruendoso ruido de alfarería volcaron los recipientes y el agua se empezó a derramar.
Tanta era la que el ansia les hacía acarrear, que en pocos segundos el líquido les llegaba por las orejas. Se estaban ahogando.
Una cadena de vecinos se organizó para socorrerles, pero entonces surgió la duda. ¿A quién de los dos “burros” salvar primero?
La mujer de Juanón que presenciaba la escena resolvió el dilema.
– Aunque lo parezca, el de las orejas grandes y peludas no es mi marido, dijo la buena mujer.
Desde entonces se dice en el pueblo: “qué no por tener las orejas pequeñas se es menos asno”.
Jota
Lucero
Un día lluvioso, otro día desapacible de esos que a nadie le gustan, al menos a mi madre siempre le ponían tristes, no comprendía que era una gran oportunidad para explorar charcos. Los mayores nunca aprenden.
Y entonces… sucedió, recordé esa sensación asomado a la escena, observé como Mario trataba de salvar su carro y allí también estaba Lucero.
Mi mente me llevo meses atrás, cuando mi padre cogió su pala y acudió a la llamada de Lucero, había caído en el pozo que solo podía traer desgracias.
– No puedo salvar a Lucero, es mayor y no ayuda mucho en la faena, creo que será mejor tapar el hoyo y evitar males mayores –dijo Mario-
Todos parecían de acuerdo, en silencio observé como colaboraban en la espantosa tarea de lanzar arena encima de Lucero, una palada tras otra, una tras otra; al compás de la tristeza sobre mis mejillas, y… ocurrió, Lucero uso cada palada para lanzarla del lomo al suelo, y mientras los mayores seguían absortos en la labor de taparlo, él decidió vivir, ahora Mario eligió soltar el carro y salvar a Lucero, parece que los mayores también aprenden…
Aisha
VA-0310-PP
Sonó el teléfono. Otro suceso que cubrir, en una pequeña localidad. Tres giros de muñeca y el cristal desapareció. Con el ceño fruncido bajó del coche, encendió su cámara y se abrió paso entre la multitud. Era irónico que un río llamado Sequillo se hubiese desbordado en pleno mes de julio. Allí estaba: un carro precedido de un burro con el agua al cuello. De pronto, el animal le miró, empezó a hablar y comenzó la entrevista. Con una sonrisa abrió la puerta, giró tres veces su muñeca y escuchó los vítores en honor del burrito parlanchín.
Ramona Román
¿A gusto de todos?
Paco se despertó esta mañana maldiciendo, maldiciendo esta sequía que ha convertido el campo en un secarral, que presagia una cosecha perdida, mucho trabajo estéril y un año de miseria por delante. Antes de levantarse ha dado un beso a Pura, su mujer. De reconciliación. Ayer por la tarde discutieron: Paco no tiene la cabeza para ruidos últimamente y los intentos de Pura por convencerle de que la acompañase a la procesión solo consiguieron empeorar su humor.
– Don Teódulo siempre habla de tener fe – susurró apenas Pura colocándose el pañuelo.
– ¡Ilusos! ¿Pensáis que pasear al Patrón por el campo hará que llueva?
– Rogativas se han hecho siempre, Paco… ¿Qué te cuesta acompañarme?
– ¡Déjame Pura! Tengo cosas más importantes que hacer. – dijo dirigiéndose, enfurruñado, a preparar los aperos para el día siguiente.
Y esta mañana Paco se levantó maldiciendo, besó a Pura, preparó la mula, el carro y salió hacia el campo. Aun no se explica de dónde salieron esas nubes tan oscuras. Ahora lleva más de dos horas peleando por sacar la mula del agua. A lo lejos suenan las campanas: con las primeras gotas Don Teódulo ha mandado a Julio, el sacristán, tocar a fiesta.
Pedro Páramo
El impulso y la nostalgia
Cuando vi que el tío Jacinto no conseguía desenganchar a Florito del carro y que éste se ahogaba porque no podía mantener la cabeza encima del agua, tuve un impulso y me lancé al río para intentar ayudar. ¡Menudo susto de mi madre y de los que estaban allí! Pero, ¿qué esperaban? Florito era el burro más querido del pueblo. El tío Jacinto nos dejaba montarlo algunas tardes y disfrutábamos como enanos. Además, yo creo que a mí, Florito me quería más que a los demás niños, porque le rascaba debajo de las orejas y eso parecía gustarle muchísimo.
Como ayer murió el hijo del tío Jacinto en un accidente de coche, hoy hemos ido a su casa a dar el pésame. Y no es que yo apreciara mucho a Jacintito, pero ha sido ver la fotografía encima del aparador y se me han llenado los ojos de lágrimas recordando aquella época feliz y sintiendo que la vida se escapa tan rápido como la riada de ese año, que casi nos lleva por delante al tío Jacinto, a Florito y a mí. No pasó nada, afortunadamente: aquella señal de tráfico nos salvó la vida a los tres.
Roderio
Profecía
Ya lo anunció aquel profeta, ‘Sería en ese preciso instante, cuando una de sus tres puntas señalara hacia lo más alto, un rayo atravesaría el cielo, penetraría en las llagas que la sequía hizo en sus tierras, resquebrajando en dos todo lo que encontrara a su paso. Los árboles abrazarían su estela intentando huir con él y un torrente de agua enviado por su furia, anunciaría el tan temido desenlace para la humanidad, el fin estaba cerca’
Luna
Alas cortadas.
– Pero cómo se te ocurren esas cosas ahora… ¿no ves cómo estamos?
– Si no se intentan las cosas nada se consigue, mujer.
– Sí, pero la que tiene que inventarse qué hacer de comer a los chicos cada día soy yo.
– Déjame intentarlo.
Y le dejó. Pero aquel aparato que pelaba las patatas antes de contar hasta cinco no le convenció a ninguno de aquellos a los que les asomaban los billetes en el bolsillo de la americana.
Y tuvo que sacar de nuevo el carro y el caballo de debajo del agua para volver a llenarse de polvo por los caminos vendiendo patatas. Y la gente le miraba y decía:
– Mira el Justo… ¡que los sueños no se comen!
Y se reían de él.
Wassilieff
La huída
Aquel martes de noviembre el río se salió de madre. Anegó la calzada principal, las huertas, los campos aledaños.
– ¡Al jaco del Venancio se lo lleva la corriente!– grita de pronto un mozo.
El pueblo entero se congrega para observar la tragedia: el carro embarrancado, volteado en mitad del lodo, las bridas rotas, el arriero que lucha por sujetar al rocín… Al final, las aguas impetuosas ganan la partida y se cobran su presa de un tirón.
– ¡La jodía que lo parió!, maldice Venancio al verlo alejarse.
Tan solo Nadia, la niña que habla con los animales, entiende lo sucedido. Sin ser vista se escabulle del gentío, echa a correr cauce abajo, hasta dejar el pueblo tras de sí. Se detiene junto a un meandro y silba tres veces. Una explosión de burbujas anticipa la emersión.
– ¿Viste con que sutileza he roído las riendas?– relincha el potrillo.
– Para quitarse el sombrero– responde Nadia.
Sin más se lanza a las aguas turbias y se sube a su grupa. Llevaban mucho tiempo planeando esta huída.
Nachiukas
V.O.E.
—Qué telares, Indalecio. ¿Bateando al burdégano en el cárcavo?
—No me amurries candaja, que el romo está engurruñido y no para de ciscalear.
—¿La ha mordido la ruciniega?
—¡Quiá! Me se ha escachao el almaje, y me se ha regallao.
—Vaya cacanalona que se ha formao con dos aguarradillas de na.
—Un andaluvio que da rilis.
—Ahí os quedo a mojo, que va a apedrear.
—Pues di un trisagio por nosotros.
Subtítulos
—Qué lío, Indalecio. ¿Bautizando al macho cruce de burra y caballo en la hoya o zanja grande que suelen hacer las avenidas?
—No me enojes persona muy habladora, que el cruce de burra y caballo está aterido y no para de revolverse.
—¿Le ha picado un tábano?
—¡Qué va! Se me ha estropeado el carro, y se me ha caído hacia atrás.
—Vaya hondonada que se ha formado con dos lluvias suaves de nada.
—Un diluvio universal que da pavor.
—Ahí os dejo en remojo, que viene tormenta de granizo.
—Pues entona por nosotros un himno de los que se rezan en honor de la Santísima Trinidad en ocasiones de espanto y miedo.
Sam Martin
Adiós, Jacinto adiós
Como cada sábado, caminaba por la parva del río. Venía crecido, torrencial, en algún punto desbordado. Magnífico espectáculo.
Como cada sábado, vi venir a Jacinto, con su burro cargado más allá de lo concebible, hundidas las patas en el barrizal. Tipo solitario Jacinto, sin familia, sin amigos.
Como cada sábado, Jacinto le arreaba inmisericorde, entre improperios, mientras tiraba del ronzal, ajeno a la impotencia del asno.
Era previsible. Trastabilló el animal, dio un respingo y ambos cayeron al río, que los arrastraba sin remedio.
No lo dudé. Soy un gran nadador. Me lancé al agua.
Costó mucho, pero conseguí poner a salvo al burrito. Miré atrás y no vi nada. Entonces, ¿sólo entonces?, recordé que Jacinto no sabía nadar.
Francesco D´Anzio
De Sequillo nada
Hay historias, que de no ser contadas por tu abuelo, serían categorizadas como leyendas de Don Quijote.
El mío fue pescadero, y muchos años antes, esquilador, como lo fuera su padre, abuelo,…
Hace no mucho, aún podía recordar aquellas historias de bandoleros escondidos en las vaguadas del terreno para asaltar algún arriero, o las aventuras camino de los Montes Leoneses a manos de sus bicicletas. Y también aquellas cuando el Sequillo dejaba atrás su diminutivo nombre para anegar todo a su paso. De esas últimas había muchas.
Casi todas las mañanas, iba hasta Valladolid a lomos de su moto para cargar género. Unos días tocaba sardinas para todo el pueblo, otros días negritos,…
Una mañana primaveral, a su regreso y dejando los Torozos a sus espaldas ocurría lo que la madrugada había amenazado. El Sequillo tomaba las tierras aledañas hasta llegar al convento anegando toda la zona ribereña. Muchos como mi abuelo se toparon con esta imagen.
Dejó la moto a resguardo y cajón en mano, avanzó con el agua por encima de las rodillas. Al llegar al puente, las sardinas tomaron río adelante. Ese día, ni sardinas ni negritos.
Río Sequillo
Será mejor esperar
– ¡Qué pasa mamá!, ¿que es ese ruido?, ¡tengo miedo!
– No te preocupes hijito, solo es una tormenta, pronto pasará.
Tengo que mantener la calma, que mi pequeño esté tranquilo y no vea que yo también tengo miedo.
No para de llover, tanto tiempo esperando esas gotas caídas del cielo para que crezcan nuestros campos y ahora lo va arruinar todo.
¡No puede ser!
Hay que mantener la calma y estar preparados nos espera un duro trabajo.
Parece que amaina la tormenta.
– ¡Hijo mío!, ya paso todo.
– ¿Puedo salir y ver como ha quedado la calle?
– Será mejor esperar…………. espero que tu padre vuelva al hogar.
Pegaso
Estraperlo
El frío que adormece los sentidos,
el viento que atraviesa los sonidos,
el cielo que dibuja sensaciones…
¡El Tiempo!
El tiempo pasa lento en el camino.
Arreos y traqueteos, esfuerzos y canturreos
la nube en el horizonte, las matas de cerca el monte,
lluvia, niebla, la tormenta, la ventisca…
Andar al pie de la carga al paso de caballerías,
y recorrer las alquerías junto al cierzo,
por caminos polvorientos.
¡Arrieros de Tierra Campos!
De Tordehumos mis arrieros.
Fruteros, cacharreros, pimentoneros,
tierra blanca y asperón,
velas, legumbres, jabón,
orégano y salazón.
De telas y confección.
Los joyeros.
Santos descargó la mitad de la carga, escondió los costales de harina y colgó cebaderas.
– La noche está muy fría – murmuró – el agua estará helada.
La Mohína y la Portuguesa no dudaron, al oír su voz tiraron con fuerza y cruzaron el Órbigo con el agua por encima de la cincha de tarabita.
El sargento de la Guardia Civil, que requisó la carga exclamó mientras le pasaba la petaca para tabaco:
– Es usted muy valiente, al atreverse a cruzar el río en enero.
P.D.: Si hubo harina para los dulces de las fiestas de “Las Candelas”, también ese año.
Santos
Antaño Sin Suerte
Yo sostengo una opinión, y ahora decirlo me toca:
Tu mayor tiene razón, siempre que no se equivoca.
De herraduras el «borrico» carecía, pues su dueño no lo pensó,
otros pensamientos de suerte tenía, cuando el río desbordó.
Clavó las herraduras en su portón, buscando fortuna,
pero él solo encontró dolor, cuando se golpeó en la uña.
El «borrico» de pelo castaño, crecido en tierra de castilla,
se ahogó aquel año, para el señor una pesadilla.
Con el sueldo que recibe, no tiene ni para una comida,
Con su familia malvive, que desastre de vida.
Ahora llora por el animal, y maldice su suerte,
«si antes no estaba tan mal, que negra ha sido su muerte».
Raúl
Adán en la espera
Necesitarías a Noé, pero este idiota no va a levantar tu arca. De este diluvio te vas a pique. Lo campos de exterminio de Dios son las catástrofes, siempre lo decía: cuando toque nueva era, acuérdate de los dinosaurios. Porque no sé tú, pero yo sí lo he visto. Ahí está. Silencioso, expectante, esperanzado. Negro como el funeral de un viejo. Ha apagado el motor y aguarda con desdén el desenlace. Y los humanos, a la carnaza, como siempre, mirando sin ver. ¡No me miréis a mí! ¡Mirad al coche! ¡Mirad al coche, por Dios! ¡Pasará por encima de mí! ¡Pasará por encima de todos! ¿No os dais cuenta, idiotas, de que está escrito? Esperará a que el pasado se pierda en la crecida y cruzará la senda como si fuera el primer ser que rodara la tierra.
Prometeo