Indudablemente una de las principales características de la Semana Santa de Medina de Rioseco es la manera de portar los pasos sobre los hombros de los hermanos de cada Cofradía. Una forma de procesionar y, sobre todo, una técnica a la hora de ejecutar las maniobras para sacar y meter los conjuntos en sus respectivas sedes, casi exclusiva de Rioseco y aprendida, como la mayoría de lo relacionado con nuestra Semana Mayor, en una tradición que pasa generacionalmente de padres a hijos.
Pues bien, esta afición que los riosecanos tenemos a desollarnos los hombros cada primavera, es la que, sin duda, ha dado lugar a una de las más conocidas leyendas relacionadas con la Semana Santa de nuestra Ciudad.
Parece ser que al poco de estrenar los magníficos pasos de la Crucifixión y El Descendimiento, los miembros de la antigua Penitencial de la Quinta Angustia y Soledad de Ntra. Sra., encargaron a un carpintero riosecano un sistema de ruedas para ellos. Bien para poder transportarlos más fácilmente o para ahorrarse los emolumentos que por aquellos años tenían que abonar a los miembros de los gremios encargados de portar aquellos pesados conjuntos procesionales. Al parecer, no se sabe si porque se encargaron tarde o porque el artesano no cumplió los plazos de entrega, al llegar la Semana Santa sólo estaban acabadas las ruedas para el paso de Longinos, que salió de la Capilla –que por entonces sólo era Salón de Pasos- sobre ese sistema. Sigue contando la leyenda que los encargados de sacar El Descendimiento se esmeraron sobremanera en la maniobra, saliendo aquel año el monumental paso de forma maravillosa. Esto provocó que la muchedumbre apiñada en el Corro de Santa María prorrumpiera en chanzas y burlas sobre la nueva forma de procesionar del paso del caballo. Lógicamente, esto hirió el orgullo de aquellos antiguos longineros que inmediatamente desmontaron el artilugio mecánico y se echaron el paso al hombro para sentir así el peso de las imágenes y el de su propia disciplina por las ofensas recibidas.
Hasta aquí la leyenda, que como casi todas tiene su base documental distorsionada por la forma que, a través de los años, el pueblo tiene de contarlo. Porque en el libro de cuentas de la citada Cofradía Penitencial, ejercicio 1688-1689, se puede leer “mas se le hacen buenos cuarenta reales por hacer seis rruedas de olmo negrillo, herrarlas de yerro y abrir las caxas y ajustarlas al paso de Longinos”. Además figura el pago a un tal Juan de Escobedo de “dos vigas de cuarto y sesma para meter las ruedas, herrarlas, clavos y chapas”. Pero años antes, en 1663, en el contrato que la Cofradía firma con el imaginero Francisco Díaz de Tudanca para la ejecución del paso de El Descendimiento, la cláusula primera reza que este ha de llevar: “todos los demás herrajes y clavazon necesario y sus ruedas por bajo para que entre y salga el paso en las yglesias que le tocare andar todo muy bien seguro y firme.”
No vuelve a haber ninguna documentación más sobre el uso de ruedas en los pasos riosecanos y sí datos indicativos de que eran portados a hombros, como la compra frecuente de horquillas o incluso, en el paso de La Soledad, almohadillas de felpa para las andas. Posiblemente, y así lo recogen los historiadores Ramón Pérez y Virginia Asensio en las páginas dedicadas a Rioseco del magnífico libro “La Semana Santa en la Tierra de Campos vallisoletana”, el sistema de rodetes “por bajo” de los pasos se utilizara sólo para facilitar su acceso a los templos que visitaban durante la procesión, así como la entrada y salida del salón. Además, el estado que se supone tenía el pavimento de las calles en aquella época haría muy difícil, por no decir inviable, otro medio de portar los pasos que no fuera los hombros humanos.
Y sobre los hombros seguimos en la actualidad cargando nuestros pasos, siendo un honor para cualquier cofrade riosecano hacerlo así. Sin que se pueda entender de otra manera.
Y entre los cofrades de Longinos y La Escalera se mantiene viva esa rivalidad sana que seguramente dio pie a la leyenda que acabamos de relatar. Una rivalidad que habla de baños de unos a otros en las salidas y entradas de los pasos –aunque en los últimos años, por desgracia, los baños suelen ser para ambos y de agua de lluvia-. Y 20 hermanos de cada cofradía siguen haciendo cada Viernes Santo el milagro, difícil de entender para quien no lo sienta, de que a las calles riosecanas salgan los Pasos Grandes. Un milagro que sólo es posible con la fuerza, casi sobrehumana, que da la devoción y -esto es una apreciación personal- la ayuda de todos los que nos antecedieron a lo largo de tres siglos y medio en tan hermoso cometido.