Que mejor postal navideña que la fotografía de nuestra patrona, la Virgen de Castilviejo con el Niño, aunque aquí la imagen nos resulte casi desconocida. Lo cierto es que «la pequeñita, la que en medio del campo tiene la ermita», también sucumbió a la moda del Barroco de buscar el mayor realismo posible en las imágenes sagradas. Entre los objetivos del Concilio de Trento, estaban el seguir como directrices artísticas, las antítesis de las ideas del Protestantismo. Si éste proclamaba la eliminación de imágenes de los templos, el Barroco Católico, por el contrario, insistió en la decoración abigarrada de los mismos, con pinturas, retablos, tapices y esculturas por doquier. Si el primero desistió de dar culto a las tallas que representaban personajes sagrados, el segundo intentó no sólo reiterar su producción, sino también buscar el máximo de realismo en las mismas, para mover a una mayor devoción.
Para ello las nuevas imágenes, se realizaron usando postizos (pelo natural, uñas y dientes de hueso, ojos de cristal, lágrimas de vidrio…), y vistiéndolas con ricos ropajes de sedas y terciopelos, bordados en hilo de oro y plata. El furor por las imágenes de vestir o «vestideras» traspasó la nueva producción, llegando a afectar a las esculturas de épocas anteriores. Vírgenes románicas y góticas, fueron cubiertas con vestidos, mantos, coronas, rostrillos, y en algunos casos se llegaron, incluso a serrar brazos y manos, para adaptarlas a la nueva forma de presentación.
En el caso de nuestra patrona, el gusto por este tipo de adorno llegó casi a ocultar la imagen, falseando su altura. Si se observa detenidamente, se verá como se llegó al extremo de colocar unas manos postizas, y si se compara con la imagen sin vestir, se podrá comprobar cómo no sólo cómo se serró la corona primitiva de la Virgen, sino que también se taladraron los hombros para servir de enganche a mantos, coronas y diademas.