En el angosto interior de una cueva ese sepulcro vacío exacavado en la roca al que hacen referencia los evangelios, es depositado el cuerpo inerte de Cristo, con suma delicadeza, por José de Arimatea y Nicodemo en el frío suelo sobre el que se ha extendido la sábana de lino. Delante de él, los frascos que contenían el perfume con el que se le ha ungido. María Magdalena se postra a los pies de su Maestro, mientras la Virgen, su madre cae desfallecida aunque es atendida por San Juan. Magistral tratamiento de la luz que hace gala Vidal González Arenal a lo largo de toda su producción. Dos puntos iluminan la escena, la luz dorada emana de un candil, y otroa mucho más gélida, procedente del exterior que penetra por la entrada de la cueva.
Junto al sepulcro de Jesús de María Teresa Peña Echeveste representa la última estación de la catorce que constituyen el renombrado Via Crucis. Estilísticamente de desenvuelve en parámetros del neorrealismo expresionista que Peña adopta en su última etapa de creación. Desembocó en él tras una evolución que partió de su formación técnica y académica en el clasicismo y derivó en una experimentación en el cubismo en un primer periodo y en la abstracción posteriormente.