La anécdota que rompe la monotonía diaria


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

Los que vivimos en ciudades grandes (en mi caso la de mayor tamaño de Europa), de vez en cuando echamos de menos la tranquilidad de sitios tan alejados del mundanal ruido como Medina de Rioseco, donde un robo, la enfermedad de un vecino, el arreglo de una calle o un accidente de tráfico, se convierte en la anécdota que rompe no ya sólo la monotonía diaria, sino hasta podríamos decir que la anual.

El paso de la carretera nacional por una de las zonas más pobladas de nuestra querida ciudad, le da a Rioseco, no sólo ese ligero tinte de gran urbe llena de polución, ruido y tráfico. También la necesaria sensación de movimiento y vida, que ha proporcionado entretenimiento a tantas generaciones de ancianos y desocupados, que acudían  al buzón del Corro de Santo Domingo cada mañana a conversar y a ver el fluir de coches y furgones entre León y Valladolid. En un determinado momento dos camiones no pueden evitar en encontronazo y chocan entre sí. La vida se detiene para los que en esos momentos pasaban por allí y para los asiduos, así como para los dueños de la farmacia, la fonda, las reposterías, la tienda de Forito (que alguna vez llegó a sufrir la embestida de algún vehículo conducido a demasiada velocidad) y el resto de los negocios de la zona, que se acercan para curiosear sobre lo sucedido.

Pero amén de la Nacional 601, hay otro hecho que, a menudo, devuelve a Medina de Rioseco, el ambiente de municipio populoso que tuvo en siglos pasados y que es el mercadillo que cada miércoles se celebra en la Plaza Mayor y cercanías. Una concentración comercial que antaño se celebraba los jueves y que por coincidencia con el de Benavente, se trasladó al día anterior. Un día a la semana en el cientos de habitantes de los municipios vecinos se acercan a Rioseco para realizar la compra semanal. Compradores que hoy acuden en coches particulares, pero que antaño lo hacían en carros y más tarde en el coche de línea de la popular empresa Salgado, que en los años 70 tenía su parada junto a la fundición vecina a la iglesia de Santo Domingo. 

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