Desde hace unas semanas se está emitiendo en TVE en la noche de los lunes Isabel, una recreación histórica del personaje histórico de la reina católica. No voy a referirme en este artículo al interés de la serie y a sus virtudes y defectos con licencias históricas y ambientaciones dudosas. De la vida y circunstancias históricas nos vamos a ir enterando en los diversos capítulos, solo hemos de pensar que como en otros momentos de la historia española, Isabel acabará reinando por una serie de circunstancias, que si todo hubiera seguido los cauces normales de herencia dinástica no lo hubiera hecho posible e Isabel hubiera acabado como un pie de página en los libros, una infanta más de las dinastías reales.
Existe un episodio en su trayectoria vital y política de suma importancia que va a tener como protagonista a Medina de Rioseco. Hagamos un poco de recapitulación cronológica. El 19 de septiembre de 1468 en Guisando (Ávila) en un encuentro con su hermanastro Enrique IV, Isabel es proclamada Princesa heredera del trono de Castilla, ha muerto su hermano Alfonso, es dudosa la paternidad de la hija del rey Juana según vox populi y los partidarios de la princesa, nobles enfrentados al rey en una guerra civil que está desangrando las tierras castellanas han conseguido colocar a la infanta en posición de heredera, tiene en ese momento 17 años y con ese acuerdo en Guisando donde se encuentran los famosos berracos de piedra vettones, se logra una momentánea paz. A mediados de mayo de 1469, Isabel se fuga de Ocaña (Toledo) donde estaba recluida por mandato real y se refugia en Valladolid, donde planea la boda secreta con Fernando de Aragón que se produce el 19 de octubre, con una bula pontificia falsa, bula necesaria por la proximidad familiar de los novios que son primos. Este matrimonio afianza sus intereses pero va a provocar la reacción contraria en forma de amenazas de su hermanastro el rey Enrique IV, en Valdelozoya (Segovia), donde va a declarar nulos los acuerdos de Guisando y va a proclamar heredera a su hija Juana. En marzo de 1471, Isabel está a punto de cumplir los veinte años. Ya no es la muchacha a la que se puede manejar de cualquier manera.
Cada vez se van a apreciar más unos rasgos de carácter firme, de clara inteligencia y de ambición política, como destaca el profesor de historia moderna Manuel Fernández Álvarez en su biografía de la reina. Está segura de sí misma, de sus derechos al protagonismo más importante, de las posibilidades de los grandes proyectos que se van anidando en su cabeza: la pacificación de Castilla, la unión de los dos reinos, la culminación de la Reconquista, el papel activo de España en la comunidad internacional. Ella es la legítima heredera de la corona. No le cabe la menor duda sobre las liviandades amorosas de la esposa del rey Enrique, la reina Juana, por lo tanto, de los nulos derechos de su hija, la princesa Juana, a la que Isabel se referirá siempre como la hija de la reina. En este momento en el invierno de 1471, lo primero que hace Isabel es defenderse.
Loa ataques, las acusaciones y las amenazas vertidas por el rey en Valdelozoya (Segovia), no puede dejarlos pasar y por lo tanto coge la pluma para reivindicar su honor de un modo sereno y razonado. Son un montón de folios en los que vuelca toda la carga que lleva dentro, todo lo que ha sufrido en la corte de su hermano, desde que diez años atrás fue arrancada junto con su hermano Alfonso de los brazos de su madre. Es evidente que en su escrito intervienen varios consejeros, los más íntimos y leales: Gonzalo Chacón, Gutierre Cárdenas, Fernán Núñez y sin duda también, la de algún jurista que aporta su conocimiento de las leyes del Reino para rebatir los argumentos jurídicos de Enrique IV sobre las penas en que había incurrido la Princesa, porque todo es necesario para dar fuerza a un escrito comprometido que se quiere lanzar a la opinión pública. Cuando Isabel proclamaba su manifiesto, protestando por lo sucedido en Valdelozoya, tan en detrimento de su fama, no se encontraba en Valladolid como el rey Enrique y sus partidarios suponían, sino en Medina de Rioseco.
Hacía algunos meses que los Príncipes habían buscado aquel refugio familiar. Rioseco era la cabeza del señorío de los Enríquez, de los Almirantes de Castilla y hay que recordar que Fernando era hijo de Juana Enríquez, por lo tanto, sobrino del Almirante de Castilla; de ahí que Medina de Rioseco, en aquellos días tan inciertos, cuando hasta el arzobispo primado Carrillo que los había casado y que había preparado la falsa bula y que era el principal valedor de la pareja, ambicioso y tornadizo, comenzaba a mostrarse reacio a una lealtad que parecía más vulnerable que auténtica.
Rioseco fuera un lugar idóneo para la pareja, más que Dueñas (Palencia), donde habían pensado en primer lugar refugiarse, Dueñas cuyo señor era el conde de Buendía, hermano del Arzobispo Carrillo. Ahora bien, el manifiesto se fechó en Valladolid, para dar un signo de normalidad, como si nada hubiera ocurrido desde que se había celebrado la boda, pero su redacción tuvo lugar en Medina de Rioseco. Este manifiesto será el punto de partida, la palanca política de la reina para afianzar su posición de heredera ante el rey pero también ante los poderosos y levantiscos nobles y ante la opinión pública. El verdadero primer paso para dar valor a su futuro reinado.