Ya hemos hecho referencia con anterioridad, a la increíble cantidad de personajes importantes que ha dado Medina de Rioseco a la Historia. Y aquí traemos otro ejemplo, el de Fray Diego de Aguilar Medina-Prado.
Este riosecano fue bautizado en la parroquia de Santa Cruz, el 13 de marzo de 1615, hijo de Jerónimo de Aguilar Rodríguez -administrador del Estado del Almirante de Castilla- y de Jerónima de Medina Prado. Inició su carrera eclesiástica en el convento de los dominicos de Trianos (León), de donde fue trasladado a México en 1638. Allí, más concretamente en Michoacán, llegó a ser Maestro en Sagrada Teología y Vicario General de la Orden Dominicana. Tenía más de 60 años cuando en 1676 fue nombrado obispo de Cebú (Filipinas) y ya fuera por despiste o por falta de ganas de cambiar de residencia, el caso es que desde España y desde el mismo Vaticano, se le tuvo que recordar varias veces su obligación de residir en el lugar episcopal que le correspondía, en su caso en el del rimbombante nombre del Obispado del Santo Nombre de Jesús.
Nada más llegar, en 1681, se dedicó plenamente a las obras de la nueva catedral y a solucionar la falta de caudales, debida a la retención, por parte del Gobernador de Filipinas, de 10.000 pesos destinados a las obras. Pero de poco le sirvió su empeño y el dinero invertido, 18.000 pesos, puesto que tras su muerte en 1692, un tifón arrasó todo lo levantado y la catedral hubo de reconstruirse por completo.
Tras su fallecimiento se inició en la Audiencia de Filipinas un pleito que duró más de una década, debido al expolio que sufrieron los bienes dejados por este riosecano. A su muerte, se echaron en falta más de 50.000 pesos, un auténtico dineral de la época, así como varios enseres. Del robo del dinero se acusó al cura de Parián de Cebú, Juan Alonso Ruiz y la comunidad de Jesuitas local. También estuvo implicado en el suceso el obispo de Nueva Cáceres, al que se le encontraron unas vinajeras de plata, un báculo y seis sillas propiedad de Fray Diego de Aguilar. El largo litigio finalizó en 1705, con la condena de los acusados y la restitución de algunos de los bienes, puesto que no todos aparecieron.
En Fray Diego de Aguilar se unían dos interesantes linajes riosecanos, los Aguilar y los Medina, ambos de mercaderes, dedicados al comercio de tejidos al por mayor y ambos, según algunos investigadores, de procedencia judeoconversa.
Los Aguilar fueron siempre una familia muy unida a los Enríquez de Cabrera, trabajando con ellos como administradores de sus bienes y siempre ocupando los principales cargos locales. No es extraño descubrir entonces, que entre los hermanos de Fray Diego de Aguilar, se encontrara don Jerónimo de Aguilar, mayordomo del Almirante de Castilla y su secretario y tesorero, además de protector del Convento de las Carmelitas y donante de la colección de bienes napolitanos al mismo. Y también Fray Juan de Aguilar, Agustino residente en Salamanca, que llegó a ser Doctor Catedrático de Vísperas de la Universidad del mismo nombre y discípulo del mismo Fray Luis de León. Varias de sus obras fueron publicadas en su época, entre ellas un sermón realizado en el Convento de La Speranza, de Nápoles, ciudad en la que residió junto a su hermano, durante los años del virreinato del Almirante de Castilla y que como no podía ser menos está dedicado a su hermano Jerónimo.
A penas quedan hoy algunos lejanos descendientes de esta rama de los Aguilar, que residan en Medina de Rioseco o en la comarca, aunque sí existen y son muy numerosos, los sucesores de un primo carnal de estos tres importantes riosecanos, también llamado Diego de Aguilar, también mercader y también casado con otra Medina, Luisa de Medina. Entre ellos quien este artículo firma.