Víctor Gómez Mañueco, el que fuera durante muchos años el popular sacristán de la iglesia de Santa María falleció el pasado 19 de mayo a los 65 años de edad. Cariñosamente conocido como Vitines, este riosecano –que sufría síndrome de Down- se ganó la simpatía y el cariño de todos sus vecinos y feligreses de la iglesia, a la que consagró su vida durante más de dos décadas, estando a las órdenes del párroco don Gabriel Pellitero, que ayer emocionado recordaba al “bueno” de Vitines.
“Llevaba ya varios años en la residencia de ancianos postrado en una silla de ruedas y en los últimos tiempos ya ni conocía a nadie. A pesar de ello, ha disfrutado de una esperanza de vida muy elevada para su enfermedad, en gran medida porque estuvo muy cuidado por su madre y posteriormente en el asilo”, decía don Gabriel Pelletero, quien definió a su sacristán como una persona “muy fiel y responsable”. Asimismo, otra época permaneció muy activo en el taller ocupacional de Los Almirantes
Víctor Gómez Mañueco nació en Medina de Rioseco, en el convento de Santa Clara, donde su madre fue demandadera. Pasó casi toda su vida en la calle Mediana, donde vivía con su progenitora junto al colegio de San Buenaventura.
“Recuerdo a Víctor con mucho cariño”, dice Pelletero. “Tenía una memoria privilegiada, no se le olvidaba nada de lo que le encomendabas y tenía un sentido de la responsabilidad increíble. Quería a la parroquia como nadie y se enfadaba con cualquiera que hacía algo que iba en contra de la iglesia”, recuerda con una sonrisa el que fuera párroco durante más de 50 años, minutos después de oficiar su responso previo al entierro.
Vitines igual servía para tocar las campanas, que para ayudar en misa, limpiar la iglesia o llevar la cruz de guía en las procesiones. Era frecuente, tras una boda, que barriera todo el arroz arrojado a los novios, alimento que iría a parar a sus inseparables gallinas. “Yo le nombré sacristán mayor de la iglesia de Santa María”, recordaba con añoranza el sacerdote, “después de que Enrique Miranda, Quique, lo fuera de Santiago. Siempre andaban enzarzados por ser los mejores sacristanes”, cuenta divertido don Gabriel Pellitero. Ayer domingo, familiares, feligreses y conocidos despedían al último sacristán riosecano.
La sencillez y la fidelidad
Éramos unos críos y hacíamos rabiar a Vitines. Lo recuerdo como si fuera ayer, pero ya han pasado unos cuantos años. Víctor aguantaba resignado, pacientemente, hasta que ya se enfadaba y sin contemplaciones nos mandaba a paseo y, a veces, hasta corría detrás de nosotros. El cabreo le duraba dos minutos, luego ya volvía a reírse. Qué gran tipo. Me viene a la mente su imagen a la puerta de Santa María. Fue su verdadera casa. Siempre lo tenía todo preparado y limpio. Y su enfermedad no fue nunca ningún obstáculo para servir fiel y altruistamente a su parroquia y a su párroco: don Gabriel, al que adoraba. Vivía por y para esta labor. Que nadie le quitase de salir a la colecta en cada misa, o de ayudar a revestir al sacerdote, de abrir la iglesia antes de la eucaristía, o de tocar las campanas. La Semana Santa también era especial para Víctor. El Jueves se colocaba su túnica morada y el Viernes la blanca para abrir las procesiones. Víctor, Vitines, era una de esas personas que se granjeó la amistad y el cariño de sus paisanos, seguramente sin pretenderlo. Simplemente porque sí, porque así era su condición y su destino. Hoy desde estas líneas quiero recordar su sencillez, su labor poco reconocida. Y lo hago con una fotografía que guardo con mucho cariño. Fue en Navidad del año 2004, junto a Víctor (a la izquierda) otros dos grandes personajes de esta ciudad posan para la ocasión: Paco (con brazo escayolado) y Quique, hermano del también recordado Luis. Hoy la sonrisa de Vitines ya se ha apagado, pero queda su recuerdo. Descansa en paz, amigo.