El herrero, el pregonero, el afilador, el sereno, el recadero, el colchonero, el barquillero, el campanero, el alfarero, el calderero, el cordelero, el espartero, el esquilador o el cantero son sólo algunos de los nombres de oficios perdidos que nos hablan de un tiempo ya pasado que, en la distancia, se mira con nostalgia y añoranza. Antiguas ocupaciones que sólo permanecen en los libros, en fotografías y en la memoria de los que vivieron aquellos años. Recuerdos como los que tiene el veterano riosecano Félix Medina de todos sus años como el último carretero.
Hijo, hermano, sobrino y nieto de carreteros, Félix nace en la localidad de Ceinos de Campos, en el lejano 1928. Pasa su infancia entre la escuela y el taller de su padre, en el que muy pronto se familiariza con herramientas como hachas, serruchos, tronzadores, barrenas, berbiquís, cepillos, garlopas, martillos, mazas o tenazas. A los 18 años entra en el taller del carretero de Villavicencio de los Caballeros. “Sabía lo duro que era trabajar en el campo y me esforcé en aprender el oficio”, recuerda el carretero a sus 87 años.
De los 21 a los 23 años realiza como carpintero el servicio militar en Ceuta. A los dos años de regresar, muere su padre (junto a su hermano Antonio realiza su ataúd) y abre su propio taller. Entonces desempeñará la ocupación de carretero hasta que, con más de 40 años, lo tiene que dejar porque “el oficio se acaba al llegar los remolques industriales”. Será cuando Félix se traslade con su familia a Berrueces y desde allí se acerque cada día en bicicleta a Medina de Rioseco para trabajar en una empresa de maquinaria agraria. “Para ello tuve que aprender un nuevo oficio, aunque nunca dejé de hacer cosas de carpintería”. Hace más de 40 años llegaba a vivir a Medina de Rioseco.
Ahora, el ya casi nonagenario carretero, trae al presente con añoranza cómo fabricaba sus carros, unos para dos animales aparejados (llamados biolos) y otros de reata, con los animales uno detrás de otro, aunque en Villavicencio también ayudó en la realización de alguna tartana y de algún tíburi. No era tarea fácil, más siendo uno sólo, y se podía tardar más de un mes en fabricar un carro que “era lo que había para el transporte y la agricultura, y, si se cuidaba, duraba toda una vida”.
El carro se dividía en dehojado o caja y las ruedas. Es el momento en el que Félix Medina, casi de memoria, comienza a recitar las palabrastablero de adelante y atrás, lanza, palo pozo, eje, balancines, gamarra, pulseras, boquillero, arco, como las partes del deshojado, “aunque en otros sitios se llamaban de otra forma”. La fabricación de las ruedas era algo muy especial con diferentes tipos de madera. “La maza era de negrillo, los radios de encina valenciana, la pinaza de encina catalana y el aro de hierro”.
De gran dificultad era meter el aro de hierro en la pinaza, para lo que había que calentarlo al rojo vivo. “Era un momento crítico, ya que si se dejaba pasar un rato, ya no entraba”. Además era peligroso, “pues más de una vez caías desmayado del calor tan grande que desprendía”. Lo último era pintar el carro. “Al principio se hacía la pintura con aceite de linaza y era mejor que la de compra”. Lo normal era pintar de color rojo el carro y de amarillo las ruedas o al revés.
Pero los carreteros no sólo hacían carros. Eran magníficos carpinteros, y de las manos de Félix salieron mesas, artesas, cubas, puertas, balaustres o armarios, pero también pequeños joyeros o pitilleras. Hace unos años, el veterano riosecano, ya jubilado, en recuerdo de sus años de carretero, fabricó, a escala, un carro, que con orgullo muestra en un lugar principal del salón de su casa. Sentado junto a él, en sus manos se adivinan miles de horas trabajando la madera que, en forma de carros, recorrería los campos terracampinos. Su mirada emocionada se detiene en el pequeño carro, quizás pensando aquellos versos inmortales de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.