La fiebre por la demolición de murallas y puertas, recorrió en el siglo XIX toda Europa, en un vano intento de airear las ciudades y de que los habitantes gozaran de una mayor salubridad. Medina de Rioseco se unió a esta moda murallicida y en esos años tiró abajo la mayoría de las puertas que quedaban en pie: la de San Juan, la del Carbón, la de La Posada y la de La Esperanza, junto a otras ornamentales y construidas con fines fiscales, como la del Calvario, la de Toro y el arco de San Francisco. Este último, situado junto al Puente Mayor, se adornaba con bellos relieves y adornos renacentistas, por lo que su derribo hizo surgir las protestas de los riosecanos ilustrados, llegando a llover las críticas hasta de la Universidad de Valladolid y a la Academia de Bellas Artes, porque junto a esta construcción se demolieron también los restos del palacio del Almirante que aún quedaban en pie, entre ellos la portada que podría haberse restaurado fácilmente.
En los decimonónicos libros de actas del ayuntamiento de Rioseco, se recogen los nombres de algunos edificios que se tiraron abajo para aprovechar sus materiales en la construcción de la nueva plaza de toros. Entre ellos el Arco de las Cortadoras -del que nada sabemos- y la Casa del Púlpito, de la que tampoco conocemos ni su emplazamiento, aunque por su nombre podemos adivinar su imagen. Sabemos que su fachada era piedra y que en ella había un balcón semicircular en forma de púlpito. En algunos pueblos, como Candelario o Cartes (cerca de Reinosa) se conservan aún ambas viviendas con este nombre y este diseño. Y de esta última aportamos una fotografía que nos puede guiar sobre el aspecto que tendría la vivienda riosecana.
Pero la construcción más curiosa que ha tenido Medina de Rioseco y que de haber sobrevivido sería hoy un atractivo turístico de primera clase, fue el reloj de figuras de la torre de Santa Cruz. Antes del actual templo y en el mismo solar, aunque de distinta orientación, existió una iglesia de Santa Cruz de estilo mudéjar, que contaba con un artesonado de lazo y algunas capillas pétreas, de la que sólo queda en pie una de ellas de estilo gótico, incrustada en la vivienda de los Chico. Este templo primitivo tenía una torre cuyas campanas servían de aviso para las reuniones del Ayuntamiento, con un reloj que marcaba las horas de una curiosa manera. Un interesantísimo artículo publicado en el Boletín de la Academia de Bellas Artes, por la profesora María José Redondo Cantera, nos desvela su diseño, muy similar al que hoy puede verse en otros lugares de Centroeuropa. En 1515 Fadrique Enríquez ordenó la construcción de este medidor del tiempo, en el que se representaron dos escenas móviles que se desarrollaban a determinadas horas con unas figuras de madera policromada que representaban la Epifanía y una aldeana llevando la comida a unos segadores. Templo, torre, reloj y autómatas desaparecieron con la construcción de la actual iglesia. La segunda imagen de este articulo representa el famoso reloj de autómatas de Munich y nos da una idea de cómo debió ser el riosecano.
La desaparición de todas estas construcciones en un momento en el que no existían ni el concepto histórico, ni artístico, ni turístico de hoy en día, resulta comprensible. Pero la destrucción del patrimonio a día de hoy, con un acceso a la información y a la cultura muy superior a la de entonces, simplemente por causas crematísticas y especulativas, no tiene perdón de Dios.