La historia de la iglesia de Santa Cruz es “una historia de luces y sombras, de blancos y negros” y a juzgar por lo que narró magistralmente el historiador riosecano Ramón Pérez de Castro en una conferencia durante el concierto benéfico de la banda del Santo Cristo de la Clemencia, es un verdadero milagro que siga en pie y que se haya convertido en la cuna de uno de los museos de Semana Santa más importantes de toda España.
La situación actual del templo riosecano no es tan crítica como la vivida en las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado siglo. No, pero necesita la ayuda económica urgente de todos. Las goteras ya eran alarmantes, y la Asociación Pro Templos decidió intervenir con un arreglo integral de la techumbre, que costará 120.000 euros que habrá que pagar, céntimo a céntimo, con las ayudas y donativos de los riosecanos.
Por ahora, el arzobispado ha concedido un crédito a interés cero y a devolver en diez años de 60.000 euros. Al resto de instituciones, por el momento, no se las espera. La iglesia no fue declarada Bien de Interés Cultural y esta circunstancia no ayuda en la obtención de fondos. Por eso, algunos colectivos –como la banda del Cristo de la Clemencia- han organizado eventos como el exitoso concierto benéfico del pasado sábado, donde se obtuvieron 800 euros.
Ramón Pérez de Castro, estudioso de la historia riosecana y profundo amante de su patrimonio, realizó un perfecto «paseo por la historia» del templo riosecano. En sus momentos de esplendor, pero sobre todo en sus ocasos. Se tiene documentado que desde, al menos, el siglo XIII existe en Rioseco iglesia bajo la advocación de la Santa Cruz. En el siglo XV se hizo más grande. De esta época se conservan la escultura de San Sebastián, una cruz de plata y, por supuesto, la preciosa talla de la Piedad, que procesiona cada Viernes Santo.
La iglesia que hoy conocemos data de finales siglo XVI y XVII. No fue fácil su edificación; pues en un caserío tan abigarrado como el riosecano, levantar una mole de esas características, supuso la compra de muchos solares y los pleitos con no pocos vecinos. Pérez de Castro recuerda que aquella primera iglesia de corte clásico se convirtió años más tardes en un templo “puramente barroco y muy decorado, no solo por sus bóvedas de Felipe Berrojo, sino también por sus retablos”.
El historiador riosecano, en su conferencia durante el descanso del concierto de marchas de Semana Santa, llamó la atención sobre el retablo mayor de la iglesia, dedicado por entero al misterio de la Santa Cruz. “el hermano pobre de todos los retablos de Rioseco”, al que sin embargo le confiere un «carácter novedoso» al aparecer las primeras columnas salomónicas.
Algunas fotos proyectadas por el conferenciante, demostraban la eclosión de ornamentación y riqueza patrimonial en el interior del templo, antes del ocaso. Ramón Pérez habló de la capilla de los Medina Prado o la de la Concepción (la venta de estos espacios propició que las obras pudieran ser acabadas). Pero también de los retablos del Cristo de la Paz y de la Pasión o del espectacular frontal de plata; o la llegada de algunas piezas como el Atado a la Columna, procedente de San Francisco, una Virgen del Carmen y otro imponente crucificado, que se acomodaron tras la desamortización del convento (masculino) de carmelitas.
1954. Comienza la pesadilla en Santa Cruz. La última bóveda del edificio, la más cercana a la entrada, se hunde. La fachada sufre un desplome y es cuando se decide apearla con esos grandes contrafuertes, comienzan unas obras inciertas. 1966. Una vela mal apagada causa un incendio con consecuencias irreparables para el retablo de la Purísima Concepción. Pérez de Castro recuerda que en 1969 comienza la “faraónica obra de desmontar piedra a piedra la fachada”, que se terminaría de reconstruir en el año 75.
La mala fortuna volvería a apoderarse del templo, esta vez en forma de hecatombe. Cuando parecía que comenzaban las obras de arreglo de las capillas laterales, aquella negra noche del 31 de enero de 1977, se derrumba el resto de las bóvedas. La decadencia de Santa Cruz vive sus momentos más críticos.
Los primeros años de los 80 fueron claves y afortunadamente se desecharon algunas ideas peregrinas: “derribar todo el edificio para crear una plaza, convertirlo en instalaciones deportivas e incluso piscina…” Finalmente, en una controvertida restauración, el templo volvió a tomar forma y en el año 2000 se convirtió en el Museo de Semana Santa, del que hoy presumen los riosecanos.
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El expolio, el otro azote de Santa Cruz
Antes de finalizar su intervención, el profesor Ramón Pérez, alertó de la importancia de “aprender del pasado para no repetir los mismos errores”. Asimismo, el riosecano también relató algunos casos de expolio vivido en esta iglesia, otra de los azotes a los que se tuvo que enfrentar este histórico edificio. En los años 60, días antes de la reorganización de las diócesis (antes Rioseco pertenecía a Palencia), se llevaron dos excepcionales tallas de Tomás de Sierra, una Inmaculada y un San José, que Rioseco reclamó pero que jamás volvieron a su origen. Asimismo, en la situación de crisis vivida y con la necesidad imperiosa de obtener fondos económicos para su arreglo, se vendieron algunas piezas importantes como algunas columnas salomónicas de sus retablos y un valioso crucificado de Pedro de Bolduque. Afortunadamente, los retablos laterales acabaron en el templo de Santa María lo que pudo evitar su más que probable pérdida.