La historia que hoy nos ocupa se remonta a los tiempos de la fundación del convento de Santo Domingo por Fray Tomás de Berlanga. Este aventurero dominico soriano, enviado a las Provincias de América Central, descubrió en uno de sus viajes las Islas Galápagos. En 1534 fue nombrado Obispo de Panamá pero renunció al obispado para volver a España y erigir a su costa un convento en su pueblo. Sus superiores le aconsejaron hacerlo en la por entonces importante ciudad de Medina de Rioseco. Así se estableció, allá por 1543, la Orden de los Predicadores en la antigua ermita de San Pedro Mártir, lugar que ocuparon hasta las desamortizaciones de mediados del siglo XIX.
El fundador no sólo trajo a Rioseco a los frailes dominicos. También, desde su Berlanga natal, la protagonista de nuestro relato. Una talla que presidió el retablo del altar mayor de la iglesia de ‘Los Padres’ hasta bien entrado el siglo XX, cuando se sustituyó por una imagen del Corazón de María y pasó a uno de los retablos laterales del lado de la Epístola, donde sigue ubicada. La imagen de la Virgen del Rosario, apodada por los riosecanos como La Marinera por la leyenda que traía consigo.
Parece que durante el viaje de vuelta de Fray Tomás desde Panamá, se desató una furiosa tormenta. Las maniobras de la tripulación no lograban evitar que la nave corriera grave peligro por los vientos huracanados y la fuerte marejada. En pleno fragor de los elementos, y ya sin esperanzas de salvación, pasajeros y marinos decidieron encomendar sus almas a Dios en fervorosa oración dirigida por el prelado. Horrorizados al vislumbrar una gigantesca ola que amenazaba con hacer zozobrar el buque, y viendo cerca la guadaña de la muerte, comenzaron a entonar las letanías y a implorar a la Virgen, momento en el que paró la tempestad dejando caer la ola mansamente un arca de madera sobre la cubierta.
Los viajeros pensaron que contendría algún valioso tesoro y empezaron a discutir sobre quién debía hacerse cargo del mismo. Como las más altas autoridades a bordo eran el obispo y el capitán del barco, decidieron que si se trataba de bienes materiales serían para este y para el dominico si se trataba de algún bien espiritual. Abrieron la caja y, entre grandes resplandores que deslumbraron a los presentes, apareció envuelta en sutiles telas la bella talla de la Virgen con el Niño. A pesar de su indudable religiosidad todavía reclamaba el capitán la propiedad, consintiendo Fray Tomás el sorteo de la imagen que, milagrosamente y por tres veces, le volvió a corresponder en tan singular rifa. Quedó así claro quién sería el legítimo dueño.
Ya en España, y mientras se ultimaba la fundación en Rioseco, se erigió en la villa de Berlanga un humilde santuario para colocar la imagen, y dicen que en el momento de su entronización volvió a desprender resplandores y se obraron varios milagros. Era tal el fervor popular que despertaba en aquellas tierras que sólo consintieron su traslado con la condición de que el Niño quedase allí.
Eloisa Wattenberg en el ‘Catálogo Monumental de Medina de Rioseco’ describió a esta Virgen Marinera como “talla de vestir del siglo XVIII”, lo que echaría por tierra la leyenda relatada. Pero, si bien es cierto que su autoría no ha sido estudiada, lo que nadie pone en duda es la devoción que despertó durante siglos en los riosecanos. Eran multitudinarias sus salidas procesionales sobre unas valiosísimas andas de plata el día del Corpus Christi y en la fiesta de la Virgen del Rosario -en octubre-, así como la celebración de la festividad de su aparición -el último día de Pascua de Resurrección-. No pueden olvidarse tampoco algunos milagros atribuidos a su intercesión, como la súbita desaparición del brote de cólera que amenazaba con asolar la ciudad en septiembre de 1855, y cuyos estragos cesaron en cuanto la imagen, en solemne procesión rogativa, apareció frente al barrio más invadido, allá por las calles de San Buenaventura y La Sal.
En 1890, el licenciado D. Serapio Baquero, a la sazón Párroco de Santa María y Arcipreste, publicó un librito titulado ‘Leyenda histórica sobre el milagroso hallazgo de la Imagen de la Marinera y su traslación a Medina de Rioseco’. El beneficio de la edición, a 40 céntimos de peseta el ejemplar, se destinaba a “reparar los desperfectos de la Iglesia de Santo Domingo donde se venera tan milagrosa imagen”. El templo, comenzado a construir en 1583 según trazas de Juan de la Vega y Juan de Nates en el más puro estilo clasicista, debía de llevar años muy deteriorado pues en 1858 el Padre –luego santo- Antonio Mª Claret vaticinó: “aquí predicarán un día mis misioneros”. Y llegaron los claretianos, en julio de 1894, para reparar la iglesia y quedarse en Rioseco, ejerciendo diversas tareas pastorales y docentes, hasta el año 2007 cuando fueron trasladados a Valladolid en virtud de una más que discutible orden arzobispal. Desde esa fecha permanece la iglesia sin cultos y la Virgen sin poder recibir las visitas de sus fieles y los miembros de su cofradía, mantenida por una conocida familia riosecana que ejerce de guardesa tanto de sus enseres como de la llama de su devoción.