El maravilloso legado del riosecano Antonio Paino

El Museo de San Francisco expone una colección de marfiles hispano-filipinos que por su calidad es uno de los mejores conjuntos conocidos de esta escuela artística

Miguel García Marbán

En el año de 1669, moría en Sevilla el vecino riosecano don Antonio Paino, tras haber sido obispo de Orense y de Zamora, arzobispo de Burgos, y ocupar, en ese momento, la sede hispalense. En la parroquia de Santa Cruz de su localidad natal, se había reservado su capilla funeraria, pero, al morir repentinamente, sin testamento, le dieron tierra en la catedral sevillana.

A la mencionada iglesia, el arzobispo riosecano legó 11.000 ducados, así como diversos objetos artísticos, de los que han llegado hasta nuestros días, entre otros, nueve esculturas de marfil de arte hispano-filipino que, por su número, tamaño y calidad, conforman uno de los mejores conjuntos conocidos de esta escuela artística. Un conjunto, realizado en la primera mitad del siglo XVII, formado por dos Crucificados, una Virgen del Rosario, un Niño Jesús, un San Sebastián, un San Ignacio de Antioquía, otra que, de dudosa iconografía, se ha relacionado con San Juan, y una arqueta cíngalo-portuguesa.

Todas estas delicadas piezas habrían sido adquiridas en Manila y traídas a España siguiendo una ruta que, a través del Pacífico y del Atlántico, establecía una fluida relación comercial entre los puertos del sur de China, Manila, Acapulco y Veracruz para enlazar con Sevilla. Según testimonios del Fray Domingo de Salazar, primer obispo de Manila, estas labores se encomendaban a los sangleyes, los chinos residentes en Manila, que copiaban en marfil y otros materiales los modelos españoles que llevaban a las islas los misioneros para su labor de evangelización y de catequesis, propiciando de esta forma el desarrollo de una industria artística  al servicio de la difusión de la fe.

Estas piezas fueron expuestas al público  por primera vez a partir de 1975 en el Museo Parroquial que se instaló en la iglesia de Santa María bajo el apoyo del Ministerio de Educación y Ciencia. Entonces, Margarita Estella, en el estudio introductorio de la guía del museo, explica que «la talla del pelo, el modelado anatómico, la factura de los pliegues de la indumentaria, la conformación de los rasgos fisonómicos y miembros del cuerpo, los motivos decorativos y aditamentos, como cruces, son claro exponente de esa mezcla de arte español con los caracteres de lo oriental».

Son figuras exentas y de gran peso, por ser macizas, que presentan un brillo suave que realza la calidad del material. El cabello se presenta abultado en ondas y rizos y, en algunos casos, con color. Los rostros son la parte que más delata su carácter oriental con frentes despejadas, cejas altas y pintadas, gruesos párpados y ojos grandes.

Con estas características comunes, la alta calidad de la colección se manifiesta especialmente en algunas figuras, como en la de San Sebastián y en  la que, quizá, sea representación de San Juan, ambas consideradas «las más bellas que se han visto en este arte hispano-filipino de marfil».  También, destaca la arqueta por sus relieves que narran pasajes del Mahabharata, la gran epopeya india considerada la obra más grandiosa de la literatura oriental.

Sin duda, la conservación de estas esculturas hasta nuestros días, al igual que otras valiosas piezas como la custodia de Antonio de Arfe, ponen de manifiesto el celo de los riosecanos por defender su patrimonio, incluso superando episodios tan adversos como la presencia francesa en la localidad  tras la batalla del Moclín en la Guerra de la Independencia. Un celo que permite disfrutar, una y otras vez, de estas maravillosas piezas únicas.

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