Desde el Arco de Ajújar me dirijo hacia la parva del río Sequillo y me detengo en la explanada donde en 2008 se simuló la Batalla del Moclín que perdimos contra Napoleón. «Derrota/mi derrota/mi audaz compañera». Recito acordándome de un poema de Khalil Gibrán.
Continúo hasta El Tejar y acuden a mi memoria las veces que intenté infructuosamente hacer una pieza de barro, poniéndola a secar al sol. Camino cuesta arriba y diviso un paisaje que me recuerda a la sierra, quizá por los pinos tan verdes, algunos troncos desparramados y esos artilugios metálicos rojos y blancos que conocemos como repetidores.
Son las cinco de la tarde y hace bochorno ¡Menos mal que debe estar ya cerca la fuente! Me animo al ver a mi izquierda el pinar al que veníamos a merendar en mi juventud. A la derecha encuentro la fuente que venía buscando, la de San Buenaventura, con una inscripción del año 1865 y puesto que hacía tantos años que no acudía yo por esos parajes, me alegra comprobar que sigue allí. Bebo un buen trago de agua y descanso un ratito antes sacar alguna foto a la mencionada fuente y emprender el camino de regreso al pueblo.
Pero, admirando la vegetación primaveral llena de amapolas y arbustos floridos, reparo en un árbol que me parece un olivo. ¡Olivares riosecanos!, voy diciéndome incrédula, mientras continúo el ascenso hasta llegar al Páramo de Valdecuevas. Efectivamente, allí se encuentra una plantación de olivos, de unas 100 hectáreas aproximadamente, en lo alto, porque es donde se mueve más el aire y existen menos probabilidades de que se hielen los olivos, he sabido después.
Hago fotos al olivar, intentando encontrar algún indicio que indique claramente la ubicación de los olivos fotografiados. Encuentro una torre de alta tensión y las torres de comunicación anteriormente mencionadas, hasta descubrir a la torre de Santa María, que es la que en mi opinión viene a certificar esta novedad riosecana, este paisaje castellano desconocido para mi hasta la semana pasada.
¡Cuántas sorpresas depara Rioseco y esta Tierra de Campos que también amamanta olivos, como diría el poeta Miguel Hernández!