Tras 22 años dedicados a intentar mejorar la vida de tus vecinos, y de los de toda tu provincia, has decidido que ha llegado la hora de abandonar la actividad pública y jubilarte. Una decisión que llevabas largo tiempo meditando, por razones estrictamente personales. Sólo puedo asumir tu decisión, comprenderla y, sobre todo, darte las gracias, de corazón, por tantas y tantas cosas, por tantas y tantas enseñanzas, por tantos y tantos momentos.
Es difícil resumir, en apenas unas líneas, los sentimientos que afloran en este instante. Es difícil hacerlo sin caer en la exageración, que como decía Baltasar Gracián en El arte de la prudencia, “son las exageraciones prodigalidades de la estimación, y dan indicio de la cortedad del conocimiento, y del gusto”.
Es esta una obra, querido Artemio, que refleja perfectamente lo que ha sido tu paso por la política. Así, en sus páginas podemos leer que “conseguir la admiración general es mucho, pero es más ganar el afecto”. Y eso es lo que tú has logrado a lo largo de tus 22 años de actividad política. Te has ganado el afecto de todos, independientemente de la adscripción ideológica, con tu manera de ser, con tu cercanía, con tu capacidad para escuchar, con tu afabilidad. Nunca en el debate te he visto perder ni las formas ni la sonrisa, sin duda porque “cuando uno entra a polemizar buscando deslucir a otro, se acaba desluciendo él”.
Se agolpan en la memoria tantas experiencias compartidas en estos seis años juntos en la Diputación de Valladolid, en los que siempre me has demostrado la grandeza de tu espíritu, tu vocación de servicio, tu disposición para aportar el máximo fuera cual fuera el puesto designado. Siempre anteponiendo el interés general al beneficio personal. Esta es, sin duda, la mejor demostración de tu lealtad. Y siempre aportando tu atinado consejo, pues “con la edad y la experiencia viene a sazonarse del todo la razón, y llegan a un juicio muy templado”.
Querido Artemio. Has sido un ejemplo permanente de lo que un alcalde debe ser para su pueblo. Te has ganado el cariño y el respeto de tus vecinos. También de los que no te son afines, siguiendo la máxima de que “debes saber convivir con quienes te rodean. También con los que te muestran odio. Hay que lograr un entendimiento con los que estamos obligados a convivir”. Pero no sólo eso. Como ya he dicho públicamente en más de una ocasión, te has convertido, sin duda, en el mejor heraldo, en el mejor embajador de tu ciudad. Tú me has hecho conocer más y mejor a las gentes de Medina de Rioseco y, de ese conocimiento, ha nacido un cariño inigualable, un enamoramiento de los riosecanos, de su esencia, de su forma de ser, que me acompañará toda la vida.
Y ahora has decidido dar un paso al lado, marcando tu propio destino, porque “no hay mayor señorío que el de sí mismo”. Ahora vas a intentar devolver a Milagros tantas horas sacrificadas en estas más de dos décadas de entrega a los demás. Ahora vas a disfrutar de María y David, y del nuevo nieto que está a punto de llegar. Ahora vas a deleitarte, aún más, en tus paseos por el Camino de Santiago o por la orilla del Canal y con esas fotografías que mostrabas orgulloso a todos tus compañeros. Ahora vas a gozar de un merecido descanso después de haber llevado a buen puerto, atracada ya en tu dársena, toda una vida de servicio a los demás. “Vivir es saber elegir”, dice Baltasar Gracián, y tú has sabido elegir el momento de tu retirada.
Afortunadamente, la amistad fraguada a lo largo de estos años hará que sigamos compartiendo charlas y confidencias, lo que me permitirá “aprovechar el gusto de conversar para el útil aprendizaje”. Será una manera privada de ocupar un hueco institucional imposible de llenar.
Buen camino, Artemio. Y por todo, mil gracias