La lluvia sintió ayer lastima de los riosecanos y dio una pequeña tregua para que se pudiese celebrar la procesión del Dolor. No podía ocurrir, y no ocurrió, que las dos principales procesiones de Semana Santa riosecana se suspendiera. Un hecho que nadie recuerda que alguna vez haya ocurrido.
Durante todo el día todas las miradas se dirigieron al cielo y todos los comentarios se centraron en discernir si la procesión saldría a la calle. Los más agoreros auguraban una nefasta tarde como el día anterior. La alegría y las voces de aliento del desfile de gremios se truncaba en desesperanza con un una enrome granizaba que caía durante los oficios.
Pasaban algunos minutos de las siete y media de la tarde, cuando las nubes empezaron a abrirse ligeramente y llegó la tan esperada tregua del agua después de una tarde desafiante de lluvia. Un veterano cofrade con túnica blanca alzó la vista y expresó: «es un milagro que no esté lloviendo». Entonces, Rioseco pudo celebrar el Viernes Santo.
En el riosecano corro de Santa María ya no cabía ni un alfiler. En el ambiente se respiraba un ambiente de inquietud por lo que minutos después iba a suceder. Los veinte cofrades de El Longinos y de La Escalera regresaban a la capilla después de haber realizado la popular meada del miedo, un acto tradicional que sirve para eliminar la tensión existente.
Existen momentos que son difíciles de describir con las palabras. Mágicos instantes en los que en muy pocos minutos se amontonan un cúmulo de sensaciones que, como un soplo de aire fresco, alegra y entusiasma al espíritu. Entonces, los minutos no pasan y sucede que el tiempo se para.
Las altas puertas de la capilla de los pasos grandes se abrían. En el interior los cofrades veteranos ayudaban a los que iban a portar el paso a recogerse la blanca túnica hasta la cintura para que no les molestase en el momento de sacar el paso. Pocos minutos después los acordes de La Lágrima, la marcha fúnebre del general O´Donnell, tocada como hacía varias decadas por la Banda Municipal de Música, se hacían oír en todo el corro de Santa María convertido en el escenario para que un año más se repitiese el centenario milagro de pasar los pasos grandes bajo el dintel de la puerta.
Con un golpe seco sonaba el oído del cadena de El Longinos, Benito Conde, y el paso se elevaba en brazos de los veinte longineros. Frente a la puerta había que bajar, la cruz no debía tocar en el dintel, el paso se deslizaba lentamente a golpe de esfuerzo hasta lograr salir a la calle para ser levantado en medio de una gran ovación. Mientras tanto, el cadena de La Escalera, Javier Lorenzo, había dado el oído para rezar antes de que lo levantasen y lo colocaran bajo la puerta. Todas las miradas se centraban en un punto, el brazo de la imagen del Nicodemo para que no tocase la piedra del dintel. El paso descendía por debajo de las rodillas pero lograba salir al corro. De nuevo el aplauso, la alegría y las lágrimas de los familiares más allegados. Los dos grandes colosos están en la calle donde una vez más cobran su auténtico valor para el que fueron hechos.
Todas las miradas se volvían hacía la puerta de la iglesia de Santa María. De nuevo emoción contenida para ver salir al Cristo de los Afligidos, y, sobre todo, al Cristo de la Paz, que a duras penas lograba vencer el dintel de la puerta. Más tarde La Piedad, El Sepulcro y La Soledad verían con gran solemnidad la luz de la calle para completar los siete pasos de la procesión del Dolor del Viernes Santo en Rioseco que minutos más tarde llegaba a la calle Mayor donde ya miles de personas se agolpaban bajo los centenarios soportales para ver pasar de cerca a los pasos y presenciar los tradicionales bailes.
Sin embargo la lluvia daba por terminada su tregua y el agua volvía a caer según habían pronosticado las más acertadas predicciones. El Longinos, tras realizar su baile, ponía pies en polvorosa para llegar al corro de Santa María antes de las once de la noche y meter el paso en su capilla a resguardo del agua. Los plásticos hacían su aparición y la procesión, lejos de suspenderse, se convirtió en una gran carrera. Algunos cofrades vieron la posibilidad de que los pasos entrasen en el Museo de Semana Santa.
Al corro de Santa María llegaban a la carrera el Cristo de los Afligidos, el Cristo de la Paz, los dos cubiertos con plásticos, y La Escalera, sobre el que el agua se deslizaba sobres sus centenarias tallas. Minutos de desconcierto sobre la decisión a tomar y la lluvia cesó. Se cantó la Salve a la Virgen de la Soledad, los pasos entraron en Santa María y La Escalera hacía lo mismo en la capilla de los pasos grandes. La procesión del Viernes Santo había finalizado deslucida, un año más, por la lluvia. (Puedes ver una intersante galería fotográfica de Julio Zarzuela pinchando aquí)
Galería de imágenes realizada por Teresa Castilviejo, M. García Marbán y Fernando Fradejas