En estas fechas, hasta hace pocos veranos, solían desparecer las películas de interés de la cartelera, sustituidas por filmes veraniegos o de ocasión, que los distribuidores debían pensar que eran más adecuados para nuestro asueto vacacional. ¡Qué cachondos! Pero este año continúan en pantalla películas de calidad como Inside de Miguel Ángel Vivas, El invierno de Emiliano Torres, Baby driver de Edgar Wright, El hombre del corazón de hierro de Cedric Jiménez, Asuntos de familia de Maha Haj, En la vía láctea de Emir Kousturika, o las que se comentan a continuación.
-La guerra del planeta de los simios de Matt Reeves, con guion de él mismo y Mark Bomback, es la tercera película de una trilogía contemporánea que reinterpreta el asunto y los caracteres del film, sin duda memorable, que dirigió Franklin Schaffner en los años setenta (S. XX), sobre una novela de Pierre Boulle. La nueva entrega nos cuenta un episodio de la guerra entre “simios humanizados” y “humanos simiescos”, en un escenario de guerra de exterminio y lucha extrema por la supervivencia, donde la nieve, el frío y los bosques tienen un papel protagonista.
Estamos ante una gran película bélica, que no de mera acción que, cumpliendo con los requisitos de comercialidad y espectacularidad, nos cuenta una historia con trasfondo de reflexión política. Esto sin caer en la impostura, pues el film, que deja al espectador sin aliento, tiene un tono bastante sombrío, dado por la historia, por la soberbia puesta en escena, la excelente fotografía y la música algo premiosa, a veces, pero excitante, de Michael Giachino.
La película es, ante todo, una gran narración de épica clásica -de las que ya se hacen pocas- y a la vez un prodigio técnico, pues mediante la animación digital consigue que Andy Serkis, Steve Zahn y resto de actores puedan expresar sus emociones a través de sus “máscaras digitales”. Film con referente obvios, que han sido señalados por los críticos y los espectadores, como el personaje de Harrelson, equiparado, con reservas, al coronel Kurt (Marlon Brando) de Apocalyse Now de Coppola; incluida la broma tan comentada de ese grafiti que se ve en la película que dice: Ape-ocalypse Now (ape=mono). En mi caso ese personaje, en alguna escena, me recuerda al jefe del campo de concentración de la Lista de Schindler de Spielberg.
“Me hice humano porque no podía hacer otra cosa”, dice Peter el Rojo en Informe para una academia de Franz Kafka. A los simios de esta “saga” les sucede lo mismo.
Gran película, por tanto. Y para todo tipo de espectadores.
-Verano 1993 de Carla Simón, es una película autobiográfica, una película-diario, que reconstruye un episodio crucial en la vida de la directora: la muerte por sida de su madre y su acogimiento por unos tíos y una prima con seis años. Tenía que “dar sentido a la ausencia” ha declarado Carla Simón. Y lo ha hecho en esta ópera prima sin sentimentalismo ni dramatismos. Esto es lo que produce en el espectador admiración y contención en sus reacciones. Las niñas-actrices Laia Artigas y Paula Robles parecen no actuar, pero a la vez contemplamos, como si fueran trasparentes, sus miedos, sus incertidumbres, su pragmatismo -que lo tienen- y esos atisbos de crueldad infantil que expresan la dificultad de acomodarse a un mundo demasiado cruel.
El trabajo previo de la directora con las niñas ha sido fundamental para conseguir que nos trasmitan estas emociones, en formato casi documental, paro con un guion muy sutil que no deja ver sus costuras. El inicio de la película con la pregunta de “¿por qué no lloras?” y el final con una niña rompiendo a llorar desoladamente, abren y cierran una gran historia. No se la pierdan” es el titular de Elvira Lindo en un artículo del 29 de julio sobre la película. En efecto, no se la pierdan, Y en versión original subtitulada, por favor. Siempre que sea posible, claro está, pero es que… oír las voces “dobladas” de estas niñas, sería una aberración.
-Dunquerke de Christopher Nolan es una película sobre uno de los episodios de la II Guerra Mundial más dramáticos y desastrosos: la capitulación sin honor de Francia, la destrucción de su ejército, y la derrota infringida al cuerpo expedicionario británico por el ejército alemán y, por ende, por el totalitarismo.
Aquí voy a romper un principio que me propuse cuando inicié mis colaboraciones en esta sección: no hacer una reseña negativa. Toda regla tiene su excepción. Ahí va. Sobre estos hechos la propaganda británica elaboró un episodio de heroísmo, como lo fue salvar a una parte del su ejército y a una parte del de sus aliados, con la intención de mantener el espíritu de resistencia de la metrópoli ante una inminente invasión nazi. En ese momento, 1940, era necesario y encomiable, y hasta justificable que se ocultara las miserias propias. Pero que Nolan nos quiera volver a vender esa propaganda en 2017 -la misma-, sin revisión ni crítica… Pues no. No me sorprende que nuestros vecinos y chovinistas franceses estén indignados.
Pero vayamos a lo cinematográfico. Nolan, director de grandes películas siempre al borde de la desmesura (Origen, Interstellar…), no construye una película bélica sino una de acción, centrada en un conjunto de episodios que se desarrollan en una hora, un día y una semana. Este aparato conceptual no puede ocultar que su mera pretensión es transmitir sensaciones: las sensaciones de horror, miedo y angustia de los soldados cercados, con la incertidumbre de si podrían salir sanos y salvos de la batalla de supervivencia. Sensorialidad y fisicidad producidas para conmocionar al espectador, cercanas al concepto de videojuego, espíritu y concepto muy alejado al del cine clásico que persigue regalarnos emociones. En este film solo percibo impostura, solo impostura. A esto contribuye una de las más ramplonas actuaciones de Kenneth Branagh, de una pomposidad insufrible, a los que ya nos tiene acostumbrados como actor y director.
Es una película, además, sin personajes: no hay espacio para crearlos, por tanto no pueden evolucionar dramáticamente. Y, sobre todo, es una película sin narratividad. No hay historia de soldados que contar, y la que cuenta la conocemos, con toda su carga de tópicos y mentiras. Clash, película egipcia comentada hace dos meses, funcionaba de la misma manera, intentando transmitirnos el miedo y la incertidumbre de unos detenidos en un furgón policía. Pero esa película de sensaciones lo conseguía, en mi opinión, mientras que esta de Nolan me deja frío, como si hubiera presenciado, como he comentado, un videojuego, con ese mismo distanciamiento ante figuras que no desprenden emociones, aunque sí sensaciones elementales.
Como dice Jordi Costa: “cabe preguntarse si todas las imágenes, sin el espectacular diseño de sonido y sin la banda sonora de Hans Zimmer, poseerían la suficiente elocuencia expresiva como para defender por sí solas…” Un servidor piensa que no.
Para finalizar un recomendación para quienes vayan a ir a Berlín, que incorporen en su periplo su museo de cine: el Museum für film und fernsehen, sito en Potsdamer Strasse, en el Sony Center. Un museo dedicado al cine alemán, sobre todo el de su época más gloriosa y pionera: Murnau, El gabinete del doctor Caligari, Lulú y Fritz Lang y Metrópoli o El cielo sobre Berlín de Wim Wenders. Y un apartado especial sobre Marlene Dietrich, con documentación, fotografías, exhibición de cortes y objetos personales. Un museo muy visual, donde cada apartado está concebido como un espacio único e integral. Muy sugestivo. En taquilla les atenderá la mismísima Cruella.