A su abuelo Manuel le gustaban los toros. Lo llevó de niño y plantó la semilla de una afición duradera y cabal. Del salto a los escenarios musicales del pop le disuadió contumazmente el padre. De los ruedos, las circunstancias y el canguí. Después, la jindama -que diría Juncal- la ha vivido a las cinco en punto de la tarde, o de la madrugada, en los quirófanos, asomado a la vida o la muerte de las pacientes. Ha podido con ella.
Un día decidió dar rienda suelta a la afición literaria y taurina escribiendo de De Enríquez a Manrique, una Taurologia, el Cossio riosecano. Si Crónicas de Antaño (del bisabuelo Benito Valencia Castañeda) es la referencia/fuente ineludible para conocer una etapa decisiva de nuestra historia, el libro de Alberto Pizarro lo es para saber del pasado taurino. Para conocer mejor la idiosincrasia de este pueblo; hay en él bastante más que toros y toreros.
Fui testigo directo, modesto colaborador, peón de brega, de su gestación. Dedicó tiempo, ilusión y empeño. Hay en él respeto, afecto, estima hacía casi todos cuantos pueblan sus páginas. Crítica, en algún caso. Sin filas ni fobias, vicio del taurinismo. Tan en serio se tomo el proyecto que, para el último tercio (la redacción definitiva) se retiró a un monasterio. Pero, entre tanto, día a día, durante la prolongada preparación, se fue curando la nostalgia de Rioseco desde su asentamiento riojano. Se hizo una casa en el campo a la que llamó Castilviejo. Así reza en la verja de entrada a la finca, y la imagen de la Patrona preside la fachada.
Alfonso Navalón, que estuvo allí, escribe en el prólogo: “Mala suerte ha tenido Alberto, al que le sobra bienestar para levantar una casa castellana donde La Rioja se hace monte, porque también los médicos poetas no son más que unos prósperos emigrantes arrancados de sus ancestros olvidando a ese niño que llevamos dentro. A los hombres nos salva lo que nos va quedando de aquel niño de pueblo”.
Para recuperar -al menos- los escenarios infantiles, Alberto compró años después casa en Rioseco, e hizo asiduas sus visitas. Ello le permitió estar más cerca de amigos (Paco Pérez Cabañas) y familiares (el padre), cuando, sin saberlo, empezaban a estar con un pie en el estribo… Desde primera hora se hizo colaborador de La Mar de Campos, dando como rúbrica a su artículo mensual Corro del Carmen, el desaparecido y principal escenario de su infancia.
La casualidad ha querido que cuando se cumplen veinte años de la publicación de De Enríquez a Manrique, un forastero -Vidal Pérez, editor de la agenda internacional taurina- lo invite a hacer de nuevo el paseíllo en esta plaza el próximo 1 de marzo para hablar de Las dos edades de oro del toreo en Medina de Rioseco. Pese a los muchos años de alternativa no se corta la coleta. Habrá primicia. Sigue muleta en mano…
De él he aprendido algo de toros, y lecciones de vida. Suerte, maestro. Hermano.