Miguel Delibes mostró en muchas de sus páginas que la caza no sólo consiste en matar conejos, liebres o perdices, sino también en el disfrute de un entorno natural que tiene que ir unido siempre a una importante conciencia de conservación de la naturaleza. Algo que se contrapone con los cientos de cartuchos vacíos que uno se puede encontrar por todos los lados si sale un día a dar un paseo por el campo.
Unos cartuchos multicolores que tardarán millones de años en desaparecer y que al cazador le cuesta muy poco volver con ellos a casa en el mismo sitio en el que les llevó, entre otra cosa, porque irán vacíos y pesarán menos.
Los cartuchos en el suelo del campo suponen un elemento extraño como también los son los trozos de tubos de plástico rojo que hace años sirvieron como lugar donde depositar el veneno contra la plaga de topillos. Es de suponer, y parece razonable, que una vez que los topillos ya no son una molestia, los tubos sean retirados por los agricultores que los pusieron, al igual que distintos recipientes vacíos de productos utilizados en las labores agrícolas que muchas veces se encuentran en las cunetas de los caminos.