Corrían los últimos años del siglo XVI cuando de la gubia del escultor riosecano Pedro de Bolduque salió una maravilla hecha madera policromada. El Cristo de la Clemencia, uno de los mejores crucificados de la ciudad, pasaba a engrosar el patrimonio de Medina de Rioseco y, más de cuatro siglos después, se convertía en el titular de una cofradía para pasar a desfilar el Martes Santo, después de que algunos Viernes Santos durante la mañana presidiera un poco concurrido Vía Crucis.
El imponente crucificado volvió a hacerse dueño de las calles riosecanas en la noche de un Martes Santo casi veraniega. Mucha gente en la calle, atraída por las buenas temperaturas y por la belleza de esta talla, que procesiona sola, en hombros de sus cofrades, desde la iglesia de Santiago.
Complicada maniobra, para salvar la cancela de la puerta del templo jacobeo. Solemnidad en la calle de los Lienzos, a ritmo de los sones de la Banda de Cornetas y Tambores que toma el nombre de este Cristo clemente. Tras la Plaza Mayor, llega la Rúa porticada, la auténtica arteria de la ciudad, que no puede concebirse sin procesiones. El Cristo de la Clemencia asciende lentamente, con algunos bailes intermitentes, que realzan la belleza de la talla.
Antes de regresar a su punto de partida, la procesión -que encabeza la Vara Mayor de la Cofradía más joven de la Semana santa riosecana, en este caso portada por el Mayordomo 2017 Alejandro Santamaría-, hace parada en la iglesia de Santa María para realizar una oración. Tanto la entrada como la salida del templo vuelve a requerir de la pericia de los cofrades, al tiempo de convertirse en uno de los momentos más bonitos de la procesión.
Tras algo más de dos horas de cortejo penitencial, los cofrades del Santo Cristo de la Clemencia vuelven a depositar el paso en el interior de la iglesia de Santiago. Antes se entonó la Salve (¿a un Crucificado? sí) La procesión acaba, como finalizan todas en Rioseco. Los hermanos se arrodillan ante su Cristo para agradecer que todo haya ido bien.