101 km sin parar, los 101 km de los peregrinos, que trascurre por el camino de invierno del camino de Santiago. Juan Carlos y Carlos Molina, dos riosecanos, que no se conocían hace dos años y que han ido tejiendo su amistad a base de carreras y de puntadas de sufrimiento compartido, han participado en la carrera de los 101 km de peregrinos de Ponferrada, terminando en un tiempo de 14 horas y trece minutos, salieron a las 10 de la mañana y terminaron a las 12 y cuarto de la noche. Por un terreno de parajes impresionante, entre jaras con olor a incienso que nos hacían creer que la Semana Santa aún no había terminado, un Castillo de los templarios, riachuelos, lagunas, las impresionantes montañas de las Médulas…, pero todo lleno de cuestas y más cuestas. Junto a ellos, más de 900 deportistas, 160 de ellos corredores y marchadores.
Hasta la distancia del maratón, 42 kilómetros, las sensaciones fueron muy buenas, pero a partir de ahí los 17 km de continua subida fueron haciendo que la prueba se endureciese. A las 8 horas y con 67 km recorridos, cuando Juan Carlos comentó a su compañero: “Carlos, voy entero”, éste le contestó, “Come algo y calla que nos queda aún un maratón”.
La prueba se hizo más dura por las condiciones climatológicas adversas, ya que desde las 12 de la mañana la lluvia fue continua, y el suelo era una masa de lodo resbaladizo que hizo que las caídas en el mismo fueran frecuentes, y los músculos sufriesen mucho. Era sorprendente ver como las bicicletas dando pedales eran adelantadas por los marchadores andando. Cómo, unos y otros se valoraban mutuamente el esfuerzo realizado.
A lo largo de la prueba compartían momentos, con mineros jubilados, corredores de Salamanca, de Portugal, de Madrid, era como si se hubiera concentrado España o el mundo, en una pequeña montaña que desde dentro parecía enorme.
El itinerario señalado por flechas amarillas iba guiando a los atletas. Aunque las indicaciones parecían claras: en una bifurcación con un camino hacia abajo y asfaltado y uno hacía arriba y con barrizal, sin duda el elegido por la organización era este último.
Si siempre hemos dicho que un maratón es una vida en pequeño, una prueba de ultramaratón, de más de 100 km te acerca a experiencias del más allá. 101 km dan para mucho: te da un tirón, se quita el tirón, te duele la cabeza, se quita el dolor de cabeza, te caes, te levantas, llueve, deja de llover, te duele la rodilla, y cuando te echan réflex se te olvida que debajo del barro había una herida…, da igual, el escozor de la herida hace que te olvides del dolor de la rodilla. Llega un momento en el que incluso el pensar es peligroso, y la concentración debe ser extrema para evitar las caídas.
Los momentos más duros llegaron por la noche: tener que correr en un bosque cerrado, totalmente a oscuras, por un barrizal, con una simple linterna en la frente, con la duda de no saber si estábamos en la dirección correcta, con un móvil sin batería y el otro estropeado por el agua, provocaba cierta sensación de inseguridad.
En estos momentos los kilómetros parecían no pasar, y cuando ibas preguntando a los lugareños cuánto quedaba siempre quedaban 8 interminables kilómetros.
En la carrera comimos de todo: sándwich, barritas energéticas, bocadillos de chorizo, caldo, fruta, y mucha fruta, y más de 5 litros de agua y bebidas isotónicas por persona. No pudimos probar la empanada ni el chorizo frito que nos ofrecía la gente de los pueblos, pero se lo agradecíamos igual.
Una de las claves del éxito ha sido ese, la buena alimentación de la semana previa y la alimentación en carrera, que junto con un buen entrenamiento, y una fortaleza mental hizo que la aventura llegara a buen puerto.
Como cifras curiosas la corredora que quedó en tercer lugar el año pasado tenía 61 años, que sacó 4 minutos a la cuarta, pero le sacaba también 29 años. El corredor más veterano tenía 70 años y tardó 23 horas andando. Mientras los relojes funcionaban marcaban un gasto energético de 7.000 Kcal, es decir lo que una persona gastaría en 3 días. Aproximadamente se hizo 60 km. corriendo y 41 andando. El año pasado se utilizaron 3 cortadoras de fiambre, de las cuales 2 se quemaron por su uso.
En todo momento el resto de corredores del Club Atletas de Rioseco, estuvo pendiente de sus compañeros: no faltaban los ánimos en el momento exacto: antes de salir, a las 9 horas de carrera…, se sucedían las continuas llamadas para dar ánimos que desgraciadamente no podían ser respondidas unas veces por la falta de cobertura y otras por la falta de batería.
Si la noche anterior fue difícil conciliar el sueño por el miedo a la prueba, la noche posterior era un cuerpo magullado e inflamado el que impedía encontrar una buena postura para dormir, a pesar de llegar a la cama a las dos y media de la noche.
Y ahora el cuerpo y la mente piden descanso, al menos durante un mes. Pero en la cabeza, ya circulan nuevos proyectos, aparte del maratón anual, ya veremos si Lisboa o San Sebastián. Existe el proyecto de unir los 66 km que separan las dos Medinas con zancadas o correr todo el Canal de Castilla en el menor número de etapas posibles…. Locuras para muchos, pero ilusiones que dan color a la vida para nosotros.