Alumbrados e inquisidores en Medina de Rioseco


Teresa Casquete

Es curioso que mientras la huella de la Iglesia Católica en Rioseco es tan ampliamente conocida, a penas lo es la del protestantismo y nuestra ciudad también la tuvo.

El iluminismo fue un corriente religiosa que recorrió toda Castilla a principios del siglo XVI, cuyos miembros eran conocidos como alumbrados y tenían como fin la reforma de la propia Iglesia. Fueron personas cultas e instruidas, doctores, obispos, nobles, teólogos, profesores universitarios y en muchos casos, cercanos al mundo editorial, lo que les permitió estar en contacto con las publicaciones teológicas procedentes del norte de Europa, de países como Flandes, Holanda o Alemania, y contactar con las ideas de Erasmo y de Lutero.

En 1524 el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, estableció contacto en su palacio de Medina de Rioseco con Juan López de Celaín, y decidió protegerle para que pudiera llevar a cabo en sus tierras, el nuevo proyecto reformista. López de Celaín entró en contacto con otras once personas cercanas a sus tesis que pasaron a ser conocidos como “Los doce apóstoles de Medina de Rioseco”. Estos apóstoles, se marcaron como misión no sólo evangelizar las propiedades del Almirante, sino también conseguir una bula papal que les permitiera tal fin.

Sin embargo, este proyecto fue abandonado al poco de empezar. La temible Inquisición comenzó a perseguir a todos los adeptos a esta corriente de pensamiento, acusándolos de herejes y pro luteranos. Entre los sospechosos se encontraban en un principio la propia Santa Teresa de Jesús y San Ignacio de Loyola, que entonces era estudiante en Salamanca. Las denuncias comenzaron gracias a unos delatores, integrantes del propio grupo de los alumbrados, que acudieron a la Inquisición con acusaciones falsas y difamaciones. Algunos de sus seguidores consiguieron huir a otros países, mientras muchos fueron presos y tras varios años de torturas, acabaron en la hoguera. Al sentir cercano el aliento inquisitorial, Fadrique Enríquez, tuvo miedo y decidió retirar el patrocinio a esos apóstoles riosecanos, que sin un protector importante, pronto fueron víctimas del Tribunal del Santo Oficio.

Entre esos Doce Apóstoles de Medina de Rioseco figuraron:

Juan López de Celaín, sacerdote vizcaíno procedente de la clase alta intelectual, fue el ideólogo del grupo de los apóstoles riosecanos. Las ideas de Celaín, en opinión de José C. Nieto en su obra El renacimiento y la otra España, tenían más de alumbradas que de luteranas o erasmistas. Fue quemado en la hoguera en Granada, en el año 1530.

Juan del Castillo, era burgalés, editor de libros e importador de obras del norte de Europa. Fue el encargado de reclutar a clérigos adeptos a las ideas iluministas que después se encargaran de su difusión. Un delator le acusó ante la Inquisición, que usó como prueba unas cartas enviadas a su hermana, en las que exponía sus ideas teológicas. Huyó a París, luego a Roma y después a Bolonia, donde dio clases de griego clásico en la universidad. Sin embargo el Santo Oficio logró apresarle y tras varios años de torturas fue condenado a muerte en la hoguera.

Diego del Castillo, era primo del anterior. Tuvo “mejor suerte” en la condena, ya que fue reconciliado por la Inquisición de Granada en 1534-35, a cambio de la expropiación de todos sus bienes.

Julián Hernández, era de Valverde de Campos y era conocido como “Julianillo”, por su baja estatura y su deformidad en la espalda. Había emigrado a Flandes en su juventud, donde trabajó en la industria de la imprenta y allí conoció el movimiento luterano y sus escritos. En torno a 1551-52 se encontraba en Sevilla, cuando tuvieron lugar las primeras sentencias contra el foco luterano hispalense. Sin embargo pudo huir a París, pasando por Escocia y Amberes. Fue diácono luterano en Francfort, y regresó a España para difundir libros de carácter reformista, por lo que alcanzó en España y en el extranjero una auténtica fama de valiente. En 1557 fue capturado por la Inquisición y tras numerosas torturas fue quemado en la hoguera en 1560.

Bernardino de Tovar, fue profesor de griego de la Universidad de Alcalá y acabó en la hoguera.

Los clérigos Luis de Beteta y Gaspar de Villafañe, el presbítero Diego López Husillos, el maestro del Colegio de Toledo Gutierre de Ortiz, el cura de la capilla toledana de San Pedro Miguel Ortiz, Pedro Hernández, canónigo de Palencia y el dominico fray Tomás de Guzmán, completaron el grupo.

Eran malos tiempos para la libertad de expresión en España y en Rioseco. Durante siglos, fueron varios los vecinos que sufrieron en sus carnes las sentencias dictadas por este organismo, basadas todas ellas en acusaciones falsas, en el fanatismo, las envidias vecinales y en la ignorancia y la incultura generalizada entre las clases bajas de la época.

En 1551 se editó el Indice de Libros Prohibidos y la Inquisición vallisoletana decidió visitar los centros editoriales para dejar bien claro, qué libros no podrían publicarse a partir de entonces y cuáles deberían ser destruidos. En ese mismo año, el jesuita Bautista Sánchez, fue el encargado de dar un sermón en Medina de Rioseco, uno de los centros editoriales castellanos más importantes, en el que se advirtió a los habitantes de la ciudad, enardecidamente, de los peligros que correrían sus almas y de los castigos corporales a los que estarían expuestos, en caso de que fueran descubiertos en posesión de cualquiera de esas obras prohibidas.

No sabemos si las ideas represivas de la Inquisición, que tanto daño hicieron en el progreso de España, tuvieron algo que ver en el diseño iconográfico de la Capilla de los Benavente. Pero lo cierto es que si agudizamos la vista, podremos ver en el relieve del Juicio Final, entre las figuras de los condenados, al propio Martín Lutero. Hoy esta capilla es la protagonista de nuestras fotografías, tomadas ambas en los años 20, cuando aún existía la balaustrada del altar mayor, que puede verse en primer plano de la primera de las fotos, tras la que aparece la reja de Francisco Martínez, en la que están atadas las cuerdas que permitían descender y ascender las arañas de cristal que iluminaban el templo.

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