Existía, entre los jóvenes de antes, una canción a la que se recurría siempre en momentos de fiestas y que decía así:
A la entrada de Rioseco,
lo primero que se ve,
son las ventanas abiertas
y las camas sin hacer…
Pues la verdad es que no sabemos si las camas estarían hechas o no cuando se realizaron estas fotografías, pero esta era la imagen que tenían los viajeros que llegaban a Medina de Rioseco, hace unos cuarenta años.
La primera foto nos muestra la entrada por la carretera de Villarramiel, pasando por el gótico Puente de Santiago, del que aún se conservan restos visibles, aunque escondidos entre la maleza. Esta parte de la ciudad siempre fue considerada como los atrases y en ella apenas había viviendas. Sus solares estaban ocupados por corralones, apriscos para ovejas y alguna vivienda de algún labrador. En sus inmediaciones había estado situada una de las puertas de la ciudad, el Arco de la Esperanza, llamado así porque existía en él una capilla dedicada a la Virgen del mismo nombre y cuya imagen y retablo hoy se guardan en la iglesia de Santiago. El arco se derribó en el siglo XIX, igual que las murallas, de las que apenas sobreviven hoy unos pocos restos, mezcladas entre las tapias de adobe. Justo de frente comenzaba la Calle La Colagua y a la derecha la Calle Ahogasnos (que no Ahogaznos, desde aquí un llamamiento al Ayuntamiento para la corrección del nombre), que en verano recorrían decenas de riosecanos para dirigirse a pescar los preciados cangrejos del Sequillo.
La segunda instantánea nos muestra la Estación de Abajo, la antigua estación de tren situada en el mismo solar que ocupa hoy el Mercado de Ganado. Podemos ver en ella, hangares y grúas totalmente abandonadas y colonizadas por la maleza. El lugar fue durante décadas el recinto preferido para los juegos de los niños del Barrio del Carmen y también el basurero que recogía ropa vieja, electrodomésticos inservibles y otros desperdicios, de los riosecanos de los alrededores. La construcción del Mercado de Ganado vino a acabar con aquella imagen de decrepitud que ofrecía el lugar y aunque desapareció con él todo el antiguo entramado ferroviario, al menos se conservó la marquesina de hierro.