En el siglo XV la Semana Santa de Rioseco no era ni muchísimo menos como hoy la conocemos. Posiblemente, desde el Convento de Valdescopezo, los franciscanos, orden que tenía encomendada desde mediados del siglo anterior la custodia de los Santos Lugares ,habían ya potenciado la creación de la cofradía de la Vera Cruz para fomentar el culto a las reliquias del Santo Madero. El clero había cambiado su forma de apostolado y la religión transformó la Semana Santa en un ritual externo, paralelo a la liturgia, en el que, ya en las calles, se revivía la Pasión de Cristo. El santo valenciano Vicente Ferrer había pasado, a principios de siglo, por Rioseco predicando contra «brujas y adivinos» y había organizado las primeras procesiones penitenciales. Esas sencillas procesiones las formaban disciplinantes y penitentes con túnicas, flagelándose o mortificándose en busca de purificación espiritual, pero que no portaban imágenes pasionales -acaso un pequeño crucifijo o cruz alzada- y unos pocos hermanos de luz que alumbraban con hachones. Algún tamborilero y primitiva corneta abría el cortejo anunciando el paso de los penitentes para que el público no molestara.
Fue una tarde de Jueves Santo, más o menos en torno a 1465. El público contemplaba, con una mezcla de morbo y piedad, el paso de los flagelantes cuando, en medio de aquel espectáculo de sangre y penitencia, el pueblo observó que entre los componentes de la procesión figuraban dos damas: una mujer ya mayor y una joven de bellas facciones. Aquellos dos personajes, de porte tan distinguido, llamaron poderosamente la atención de la plebe que, enseguida hizo correr la voz de que la mismísima Virgen María –en su advocación de la Inmaculada Concepción- y su madre Santa Ana habían bajado del Cielo para participar en aquella procesión. Y de aquel rumor surgió la leyenda contada durante siglos.
Pero realmente, la joven era Teresa, hija del Almirante D. Alonso Enríquez de Quiñones y María Alvarado Villagrán, y la mujer su abuela paterna, doña Teresa de Quiñones, que había educado a la niña, pues quedó huérfana de madre a poco de nacer, y vivía retirada en el convento de Valdescopezo. Desde allí, seguramente por alguna promesa, se habían acercado hasta Rioseco para formar parte de la comitiva procesional.
Teresa Enríquez nació, posiblemente en el castillo de Rioseco, hacia 1450. Prima del Rey Fernando el Católico, estuvo muy unida a la reina Isabel pues ambas poseían las mismas virtudes en caridad y religión. Casó Teresa en 1470 con Gutiérre de Cárdenas, importante consejero de los Reyes Católicos y, ya en la corte, destacó como enfermera en el Hospital de la Sangre de la Santa Fe durante el asedio de Granada. Junto con su esposo erigió en la catedral de Toledo la capilla de la Virgen de la Antigua, con un retablo en el que figuran las imágenes del matrimonio y sus hijos. Al quedar viuda en 1503, Teresa entrega todos sus bienes en obras de caridad y se retira a la villa toledana de Torrijos. Allí fundó un colegio para huérfanas a las que atendía ella misma y otro llamado de los Mozos del Coro o “los clerizones”, una especie de seminario donde los alumnos, además de realizar sus estudios, se encargaban de las alabanzas divinas.
Gracias a su parentesco real consigue del Papa Julio II la bula Pastoris Aeternis expedida en Roma el 21 de Agosto de 1508, que le otorgaba poderes para fundar cofradías sacramentales. Ese mismo año erige una capilla y cofradía, dedicada al Santísimo Sacramento en la Iglesia de San Lorenzo in Dámaso de Roma además de, con los mismos derechos, la Archicofradía de Torrijos. Hacia 1511 llega a Sevilla dentro del séquito de su primo y aparece como fundadora y primera hermana de las hermandades sacramentales sevillanas más antiguas como las del Salvador, el Sagrario, San Isidoro o San Lorenzo, a la que regaló 8 varas de brocado para el palio del Santísimo.
El fin de estas Cofradías Sacramentales, que gracias a su celo se extendieron por toda Europa y por la recién descubierta America, buscaba el máximo esplendor y atención al culto al Santísimo. Para ello fundó monasterios y conventos y mandó construir una capilla anexa a su casa palacio que tituló Corpus Christi donde pasaba horas ante el Sagrario. El propio Papa Julio II le apodó la Loca del Sacramento, por su absoluta dedicación a fomentar dicho culto.
Teresa Enríquez murió en Torrijos el 4 de marzo de 1529, siendo enterrada junto a su marido en el convento franciscano, ya desaparecido, y posteriormente trasladado a la colegiata. Hoy su cuerpo incorrupto descansa en el convento de la Concepción de Torrijos. (en la imagen). Transcurridos casi cinco siglos desde su muerte, la causa para su beatificación y canonización se inició en Toledo en el año 2001, y actualmente se continúa. Su aprobación seguirá la declaración de virtudes heroicas y el titulo de Venerable.