‘Alien, el octavo pasajero’, en la década de los 80


Luis Ángel Lobato

Es curioso cómo actúa la memoria. Tengo un recuerdo más vívido de la primera vez que vi esta película inmortal titulada Alien, el octavo pasajero, allá por 1980, en el cine Marvel de Medina de Rioseco que, por ejemplo, y por no apartarme mucho del género, de The Messengers, película que puede ver hace un par de meses en la oscuridad de mi habitación.

Al margen de la enorme diferencia de calidad estética, una y otra nos hablan de lo mismo: de una presencia extraña que acecha la existencia de unos personajes en un interior: una nave espacial y una casa.

Qué diferencia hay, pues, para que una se perpetúe en la memoria como algo ya íntimo, intrínseco a mi vida y la otra se vaya desmoronando como finas capas de arenisca. Sin duda la credibilidad. Una, Alien, habla de un terror que más tarde o más temprano podría parecer en nuestras vidas, la de los hombres y mujeres de un futuro a todas luces posible, dentro de nuestro propio universo observable, mientras que la otra, The Messengers, el horror proviene de una región  intangible  e  ilusoria, y sin duda improbable (así lo espero).

En Alien –obviaré en este pequeño comentario las características y anécdotas de su trama por todos conocida– se combinan y se complementan a la perfección dos de los más característicos géneros del cine fantástico: el de terror y el de ciencia ficción.

Su director, Ridley Scott, autor de otra obra maestra, Blade Runner, y un puñado de films de gran interés (los títulos siempre aparecerán en la versión distribuida en España) como Los duelistas, La sombra del testigo, Thelma y Louise o Gladiator –el resto de su filmografía no es muy de mi agrado–, toma con sabiduría una estética  prestada por el cómic para crear el principal personaje de la cinta: la nave espacial Nostromo que recuerda más a los castillos de las novelas góticas de los siglos XVIII y XIX que a los vehículos futuristas a los que nos ha acostumbrado el cine; la misma literatura.

En este recinto, que es un mundo en sí mismo, lleno de pasadizos, rincones en penumbra, galerías laberínticas, enormes cámaras como siniestros sótanos de tortura, acecha un ser que simboliza los terrores ancestrales de la propia Humanidad, representada por los viajeros estelares que habitan en la nave, pero que es, pese a que nunca se nos muestra en su totalidad hasta el final, más bien se nos insinúa su forma antropomórfica femenina,  tan real y reconocible como un tigre en la jungla del que solo escuchamos su rugido.

Siempre se ha hablado de sus paralelismos argumentales  con la mediocre Terror en el Epacio, de Mario Bava. He vuelto a ver esa película hace unos meses y muy poco me ha recordado su historia –quitando una secuencia– con la de Alien. Para mí, la base de Alien –los autores del argumento son Dan O’Bannon y Ronald Shusett– hay que buscarla en la literatura, en la literatura con mayúsculas: La Línea de Sombra, del gran Joseph Conrad y los relatos de August Derleth y de H. P. Lovecraft.

No es ahora el momento de hablar de Conrad, de su excelente novela ni de los cuentos de Lovecraft –supongo que los lectores tendrán sobrado conocimiento de todo ello–, pero sí insistir en esa base literaria en su argumento, y origen estético en el cómic, más que en esas posibles influencias de películas de serie B.

Con todo ello, aparte de conmocionarnos a muchos con sus memorables títulos de crédito (para mí unos de los mejores de los últimos treinta y cinco años), con la tensión de su trama, con los personajes perfectamente diferenciados psicológicamente, con el ritmo interno del propio film y, como no, con uno de los sustos mayores e la historia del cine (la apertura del huevo  en las bodegas de la nave extraterrestre en el misterioso planeta y la incrustación del alienígena en el casco del astronauta) Alien marcó una nueva forma de aproximarse a la ciencia ficción en el cine.

Como bien  apunta José María Latorre en su indispensable monografía El Cine Fantástico, si La Guerra de las Galaxias (1977) era la visión amable y clara de la ciencia ficción espacial, Alien representaba la mirada tenebrosa y oscura de esos posibles viajes a través de las estrellas.

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