Valeriano Martín Fernández, hermano de Honor de la Cofradía de Jesús Nazareno de Santiago y la Santa Verónica ha fallecido este lunes a la edad de los 91 años. Vale, como así era conocido cariñosamente, había cumplido más de siete décadas como cofrade del popular nazareno riosecano, de los cuales más de veinte años había ocupado el cargo de secretario.
Valeriano era historia viva de esta cofradía riosecana y sus hermanos se lo premiaron nombrándolo hermano honorífico en octubre de 2012, en un acto donde los recuerdos, la emoción y las vivencias fueron las tónicas predominantes.
Entró a formar parte de la cofradía de Jesús Nazareno de Santiago un lejano 6 de abril de 1941, ya acariciando la mayoría de edad. No obstante, Vale siempre recordaba que la devoción hacia su paso había comenzado muchos años atrás cuando fue tapetán de la cofradía.
Durante el caluroso homenaje que recibió, el entonces presidente, José Fernández, decía que “Vale nos ha enseñado que la tradición y la devoción no se miden con el tiempo, y no se ven con los ojos, solo se sienten con el corazón”. Fernández le pedía al homenajeado que siguiera siendo “memoria viva de nuestra historia, un ejemplo a seguir y que cada Semana Santa podamos disfrutar de su compañía y experiencia”.
A pocos días que su Cofradía vuelva a salir a la calle, Valeriano Martín no ha podido llegar a Jueves Santo y ya se ha reunido con su Jesús Nazareno. Su funeral se celebrará este martes a las doce del mediodía en la iglesia de Santa María de Mediavilla. Desde el equipo de La Voz nos unimos al dolor de su familia, especialmente al de sus hijas María del Carmen, Segunda y Juana y su hijo Miguel Ángel.
El viejo molinero; por Miguel García Marbán
En la biografía personal de cada pueblo y ciudad, algunas personas, lugares, casas y calles han pasado por derecho propio a formar parte de su paisaje sentimental. Un secreto lienzo de maravillosas pinceladas que componen el cuadro de la vida de sus vecinos. Un escondido tapiz donde poder mirarse y saber quiénes son.Sin duda alguna, en el paisaje sentimental de Rioseco, la Fábrica de Harinas San Antonio, junto a la dársena del Canal de Castilla, ocupa un lugar privilegiado. Un emblemático edificio que la Junta de Castilla y León acaba de declarar Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento como singular ejemplo del Patrimonio Industrial de Castilla y León que es necesario proteger y conservar.
La fábrica, que data del año 1852, es un edificio con distintos cuerpos y alturas que alcanza cinco pisos en el cuerpo principal. Tiene estructura de madera con muros de ladrillo que arrancan de un zócalo de sillares de piedra. Su interior alberga una magnífica maquinaria en excelente estado de conservación que data de las distintas épocas por la que ha pasado la fábrica, en especial de 1944 cuando su propietario Antonio de Hoyos instaló el moderno sistema de funcionamiento de la firma suiza Daverio para moler automáticamente 17.000 kilos de trigo blando en 24 horas.
La vieja harinera fue adquirida hace años por el Ayuntamiento riosecano con la ayuda de la Junta de Castilla y León y la Diputación de Valladolid, quien en la actualidad se encarga de guiar, las visitas a la fábrica como un atractivo más junto al paseo en barco por el Canal.
El veterano riosecano Valeriano Martín acudía habitualmente a la fábrica en la que trabajo 37 años desde 1937 a 1973. “En los años de la posguerra, los trigos llegaban en carros y había colas hasta la carretera Villafrechós”, recordó Martín quien indicó que “entonces eran trigos candeales y la harina era muy buena”.
El veterano molinero miró por una de las ventanas y pareció volver a ver las grandes barcazas que atracaban junto a la fábrica con trigos que la fuerza del agua del Canal de Castilla convertían en harina al mover las turbinas. Poco a poco, Valeriano Martín fue recorriendo cada uno de los pisos de la vieja fábrica, trayendo al presente sus recuerdos y vivencias de experimentado molinero. Hoy la vieja fábrica de harinas llora la pérdida de Vale, su viejo molinero.
[Artículo publicado en marzo de 2010 por Miguel García Marbán]