La historia se repite una y otra vez. Alguien que tiene un galgo y, como no caza bien, decide deshacerse de él poniendo fin a su vida colgándole de un árbol.
Sin embargo algunas veces la suerte sonríe a los animales y les concede una segunda oportunidad. Algo que sucedió en Medina de Rioseco el pasado sábado cuando por la mañana el vecino Jesús Vicente De La Lama y su esposa Henar Rascón estaban dando un paseo y se encontraron junto al río Sequillo, en el lugar que se conoce como La Vega, a una galga negra de un año de edad atada por el cuello a una soga en la que en el otro extremo había una rama rota.
Para De la Lama todo hace pensar que la galga se había salvado porque se había roto la rama en la que había sido colgado. «El animal se encontraba entre zarzas en un estado lamentable y no podía salir de donde estaba», añadió este solidario vecino quien señaló que «ojalá esta acción sirva para que nadie más vuelva a intentar hacer daño a un animal».
La galga tenía con un aspecto desnutrido y presentaba distintas heridas, entre las que destacaba la que había producido la cuerda que muy apretada se había clavado en el cuello y que tuvo que ser cortada con mucho cuidado con la ayuda de la también riosecana Purificación Fernández, quien también estaba dando una paseo a esas horas. El matrimonio trasladó a la galga al Centro Veterinario Thalía, en Rioseco, cuya responsable Thalía Rincón señaló que «de no haber sido encontrada es seguro que hubiera muerto de frío».
Rincón, desde su experiencia en este tipo de casos, explicó que las personas que llevan a cabo este tipo de actos «lo que hacen muchas veces, en una técnica conocida como tocar el piano, es dejar que el galgo toque en el suelo con dos de sus patas, de tal forma que cuando se cansa se acaba ahorcando, aunque su muerte es muy lenta». Por eso manifestó su indignación y repulsa pues «no es normal hacer sufrir tanto a un animal», y recordó la existencia de perreras y asociaciones que se pueden hacer cargo de los animales. Para Rincón este tipo de acciones se llevan a cabo muchas veces por venganza de los dueños al no cumplir en sus deberes de caza.
Tras realizar unas primeras curas, darle agua y comida ponerle una manta y ponerle de nombre Hela, Thalía trasladó a la galga a la sede de la Sociedad Protectora de Animales Scooby en Valladolid, donde se determinó su estado crítico, ya no solo físicamente sino psicológicamente «ya que tiene verdadero pánico». Por desgracia la galga no llevaba microchip que facilitaría encontrar a su dueño. El lado positivo es que todo parece indicar que va a salir adelante e incluso que ya pudiera tener una familia de adopción que le asegure al animal un futuro confortable y sin peligros.
El suceso se colgó en Facebook y rápidamente fueron muchos los mensajes en los que junto a palabras de enhorabuena por el gesto se unieron otros de repulsa del tipo «¿Cómo se puede ser tan canalla? Enhorabuena al rescatador de este animal por su gesto, no todos lo haríamos»; «Pobre animal, hay que tener corazón de hierro para llegar a hacer eso»; «Los que hacen esto con los animales, la justicia tenía que caer sobre ellos por el maltrato»; «A esta gente no se la puede llamar cazadores, son asesinos del campo»; entre otros mensajes.
Se calcula que al final de cada temporada de caza más de 50.000 galgos son colgados de árboles, arrojados a pozos, quemados vivos o descoyuntados a golpes en España, según denunció hace años la Federación de Asociaciones de Protección Animal (FAPA).