Se ha abierto la veda de la caza menor. En la inmensa rastrojera un cazador precedido de su perro avanza atento a las evoluciones del animal, compañero de tantas cacerías con el que se compenetra y entiende a la perfección. De pronto, a pocos metros del lindero donde crecen altas y tupidas hierbas, el can se paraliza en una muestra escultórica: una mano recogida bajo el profundo pecho, la cabeza adelantada con el hocico apuntando decididamente hacia los matojos. La tensión estalla repentinamente cuando la brava perdiz roja arranca ruidosamente y, a gran velocidad, se distancia de sus perseguidores; pero dos estruendos seguidos cortan su vuelo y como una pesada pelota cae entre los terrones dejando flotar tras de sí un reguero de plumas enrojecidas. Escenas como la descrita, o muy parecidas, se repiten cada año miles de veces en nuestros campos.
Aunque en las llanuras cerealistas las perdices rojas alcanzan altas densidades también viven en otros biotopos bien distintos como son los montes cubiertos de matorrales, las montañas, los eriales salpicados de vegetación rala, etc. Característica acusada en estas aves es su gregarismo, viviendo, salvo en época de cría, agrupadas en bandos si bien no suelen contarse en ellos muchos individuos. Buena parte de la jornada de la perdiz roja la emplea en buscar alimentos picoteando -mientras camina semillas- hierbas o bayas sin despreciar en absoluto los insectos que encuentra.
A mediados del invierno comienza a oírse en nuestros campos el canto de los machos que reclaman a las hembras e informan a los posibles competidores sobre la propiedad de su territorio. Si en una de las parcelas ocupadas penetra un macho rival el dueño se dirigirá hacia él iniciando los dos una serie de pautas de intimidación con las que tratan de impresionar a su respectivos oponente. Si no causan efecto aumenta la tensión y se produce la lucha en la que ambos dirimen a picotazos y golpes de espolones quién se queda con el terreno en litigio. El macho vencedor cantará repetidamente hasta que haga su aparición una hembra dispuesta a emparejarse. El cortejo consiste en la adopción de posturas ritualizadas acompañadas de cloqueos de sonoridad variable. Es el macho quien construye el nido excavando una ligera depresión y guarneciéndola con algunas hierbas; en ella la hembra pone e incuba entre 8 y 15 huevos. Al cabo de 25 días los pollos rompen el cascarón y muy pronto hacen gala de su condición de nidífugos correteando detrás de su madre.
Al igual que otros miembros de la familia de los Fasiánidos la perdiz resulta atractiva para determinados predadores y precisamente su vuelo rápido y su bravo carácter son producto de la presión a que la han sometido los animales que la incluyen en su dieta. Éste es uno de los orígenes de la persecución implacable que los predadores han sufrido y aún sufren como consecuencia de la visión parcial y egoísta con que a veces el hombre enfoca los temas que atañen a sus más o menos caprichosos intereses. Lo cierto es que por cada perdiz que los animales cazadores capturan son miles las que caen bajo el plomo de los cartuchos por lo que si a alguien debe imputársele la escasez de caza es a los humanos que han masificado la actividad cinegética valorando más la cantidad que la calidad, y que además vierten miles de toneladas de productos químicos en los campos, arrasan la vegetación y cometen errores como eliminar a los animales que a la larga benefician a las especies-presa mediante la selección que efectúan.