Tres piedades: ‘Del germánico al siglo XX’


Texto extraído del Catálogo de Passio

La llegada del arte castellano del tema de la Piedad supuso la culminación de una mentalidad que desde mucho antes identificaba a la Virgen como intercesora por la humanidad. Con esta iconografía procedente de la literatura mística, se venía a refrendar en una sola imagen la imagen corredentora de María a través de su sacrifício con la entrega de su Hijo. La Piedad de Villanueva fue regalo del rey de Aragón Don Fernando de Antequera al obispo de Segovia Juan Vázquez de Cepeda para el monasterio-hospital que había fundado en el lugar de Aniago, convertido tras su muerte en cartuja. Gracias a la reciente restauración, realizada por la empresa Restaurolid, se puede apreciar en toda su calidad la policromía original, incluidas las gruesas gotas de sangre caídas sobre la cabeza y los hombros de la Virgen. Se enlaza así con la devoción por la sangre de Cristo, símbolo de la redención del hombre.

La imagen de Nuestra Señora de la Piedad denominada en ocasiones como la Quinta Angustias es una escultura realizada por Gregorio Fernández y que no perteneció a esta cofradía ni era paso procesional. Fue realizada junto al retablo que la albergaba. La imagen aquí expuesta fue realizada por tanto como parte de un retablo, por lo que su autor la ideó como un altorrelieve adosado. No contaba por lo tanto con un tallado posterior, algo que se solventa en época moderna, con un cerramiento que oculta el vaciado de la pieza. Los ragos característicos de esta talla son en la etapa de madurez de su autor que lleva a fechar la pieza hacia 1625. Utiliza los clasicos postizos de la escultura barroca, como los ojos de cristal, que consiguen lograr el buscado realismo. junto a ello destacan las encarnaciones brillantes, que remarcan en el cuerpo desnudo de Cristo los diferentes planos de su anatomía. En contraste la Virgen resulta maciza, con su túnica roja y manto azul, donde se observan los característicos plegados del maestro.

La obra expuesta por Ricardo Flecha presenta una composición tradicional. Es en las formas y en algunos elementos plásticos donde reside su novedad. La virgen acoge en el enfaldo el cuerpo yerto de su Hijo. Traspasada de dikir, alza su mirada, casi oculta hacia el cielo. Con su mano izquierda aprieta fuertemente la corona de espinas, cuyas púas atraviesan su carne, evocando la compasión de María. Su mano derecha la ha colocado sobre la llaga del costado de Cristo, intentando retener su vida conteniendo el borbotón de sangre o quién sabe si indicando al espectador el lugar de donde brota la nueva vida que fluye del costado abierto del Crucificado. El cuerpo inerte del Hijo aparece totalmente desnudo, con los brazos y las piernas descoyuntados, abrazando a la madre.

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