La semana pasada un coche atropelló a un peatón invidente en la Calle Mayor. Yo soy la hija de este ciudadano que, como hija dolida ha decidido tras este incidente expresar unas ideas o sugerencias que llevo meditando desde hace muchos años, a partir de mi experiencia personal.
Y es que, la odisea de mi padre comienza cada mañana cuando sale a una calle llena de obstáculos casi a cada esquina.
Cada día ha de superar aceras irregulares y laberínticas; terrazas que, en algunos casos, se vuelven abusivas entrañando riesgos tales como tener que abandonar las aceras, no sabiendo por dónde continuar el camino o teniendo que continuar por el propio arcén de la carretera; las vallas que cada verano dividen y protegen las terrazas y que permanecen apiladas los restantes meses del año ocupando la vía pública; vallados de casas y solares mal señalizados o que igualmente ocupan las aceras; un semáforo que desde hace ya tiempo se ha vuelto mudo y ha perdido la señal acústica que indicaba el paso a los peatones; bolas que van haciendo el pueblo cada vez más pequeño para algunos y que convierten calles en trampas; obras sin vallar, tapas de alcantarillado, luz o agua abiertas sin vigilancia o con una simple caja de cartón encima como única señalización; señales demasiado bajas con las que uno se golpea en la cabeza, e incluso calles enteras que pierden sus aceras pasando éstas a ser indicadas únicamente por adoquines dispuestos en otro sentido o con otro color y que traen como consecuencia que los coches ocupen este espacio peatonal; una Calle Mayor en la que buzón, bolos, señal y panel de señalización ocupan una sola esquina, toldos demasiado bajos; bolos y pivotes de diferentes alturas a cada paso… Y no faltan los coches, motos, furgonetas, cajas apiladas, carteles anunciadores, etc… a cualquier hora. Qué se puede decir de los coches mal aparcados, subidos en las aceras, en línea amarilla, en vados y pasos de cebra o los semáforos que en días festivos solamente indican luz en ámbar con lo que se hace imposible cruzar la carretera.
Y digo yo, ¿nos hemos parado a pensar alguna vez cuántos obstáculos innecesarios deben sortear las personas con alguna discapacidad? No dudo que todo lo que he descrito anteriormente se hace sin mala intención. Simplemente no somos conscientes de las situaciones y los problemas que esto puede generar en muchos casos. No vemos el peligro para niños, mayores o para aquellos que caminan entretenidos o despistados, personas en sillas de ruedas, padres o madres con cochecitos de bebés, etc… Porque, no piensen que estos problemas solamente los sufre aquel que es invidente.
La solución es fácil. No creo que se trate de prohibir y que no se pueda disfrutar de las terrazas ni hacer obras, ni exponer a la venta los productos, etc, simplemente es cuestión de ponernos de acuerdo, respetar unas horas de carga y descarga, colocar los obstáculos todos en un mismo lado dejando libres las estrechas aceras, y respetar las leyes… En definitiva, poner un orden en nuestro día a día.
Esta carta que ahora lees no pretende ofender a nadie, ni suscitar más comentarios al respecto. Solamente intento hacer una llamada a reflexionar, que seamos más responsables y estemos más atentos a las necesidades de los demás y que intentemos corregir entre todos con nuestros propios actos responsables aquello que está mal. Y no lo pido únicamente por mi padre, también lo hago por muchos otros que sufren problemas similares y para que se pueda evitar que un día una familia descuelgue el teléfono para recibir un disgusto mayor.
Finalmente, quiero dar las gracias públicamente a todos aquellos que socorrieron a mi padre tras el accidente, a los que se preocupan por él y le demuestran su cariño y a los que nos ayudan a guiarle en su día a día. Y es que, gracias a Dios, no falta una mano amiga que le ayude un día a cruzar la carretera y otro a sortear un obstáculo. Gracias también a los que habéis leído esta carta y especialmente a aquellos que habiéndolo hecho toméis conciencia de lo mucho que se puede ayudar a otras personas con gestos tan pequeños.