Éxito en el Concurso de Microcuentos con 35 trabajos (leer)

La Voz de Rioseco recibe y publica una gran cantidad de microrrelatos en su primer certamen premiado con 300 euros y que se desarrollará en 2012

El I Concurso de Microcuentos No te enrolles de La Voz de Rioseco ha calado hondo entre los lectores de este diario y aficionados a la literatura. Ni los más optimistas pensaban que en esta primera fase eliminatoria, correspondiente al mes de enero, se iban a recibir un total de 35 microcuentos. De todos ellos, que deben tener como temática lo que les sugiera la primera de las fotos de nuestro colaborador Fernando Fradejas, el jurado elegirá en los próximos días tan sólo uno de ellos, que será el ganador de este mes, y pasará como finalista a la última eliminatoria para competir con los mejores del resto del año por el premio final de 300 euros.  Desde este periódico agradecemos a todos los participantes su interés y la gran calidad de sus trabajos, el jurado lo va a tener realmente complicado. Estos son, por orden de recepción, todos los trabajos que concursan en el No te enrolles del mes de enero:

La senda hacia el destino
Con las primeras hojas recién caídas, la frescura de una sutil y fina lluvia, caminaba en soledad. La lluvia en contacto con la tierra perfumaba mis sentidos. Me topé con un foráneo:
-¿Qué es lo que tanto le angustia? –pregunté.-La humedad y la lluvia –respondió.
-Pues sepa usted que esto es oro en Castilla -le respondí. -¿De dónde es usted?
-De Oviedo, querido amigo.
-Entiendo que usted esté harto de la humedad –proseguí- pero déjeme que le explique: en primavera tenemos mar, porque así se mecen nuestras espigas; en verano, nuestro campo se vuelve oro para que nuestro pan sea de calidad; en otoño marrón para que con la lluvia volvamos a soñar; y en invierno gris, gracias a la escarcha y la neblina.
Asombrado de mi explicación esbozó:
-Alegre castellano, tan bien te has explicado que ojalá tu tierra nunca cambie, y digo más, ojalá que el destino me devuelva a estas tierras para poder disfrutar de mar, oro, lluvia y neblina. Seguí mi camino, hacia mi querida ermita, con una sonrisa en los labios orgulloso de mi Castilla.
(Turutavera)

Camino a ninguna parte
Aquella tarde la pierna no le dolía tanto y por fin se animó a salir a dar el solo un paseo. Se abrochó las zapatillas, su nieto las llamaba playeras ¿Por qué ahora todo el mundo tenía esa manía de cambiarle el nombre a las cosas? Toda la vida de Dios se habían llamado zapatillas… Le horrorizaban los colores pero eran cómodas. Un chándal, él que toda la vida había vestido pana y chaleco -qué diría su difunta si le pudiera ver ahora de esa guisa- y una cazadora impermeable tres cuartos que le cubría casi todo el cuerpo.  El sol engañaba. El tiempo era gélido. A punto estuvo de regresarse a casa pero estaba animado y decidió seguir adelante con el plan. El frío recorriéndole todo el cuerpo le hacía sentir que aún estaba vivo. Enfiló la vieja carretera, salpicada de algunos charcos. Con el otoño los colores se multiplican en la naturaleza y todo el campo estaba precioso.
(Lanas)

Amor lo llaman
Salgo de mi casa temprano. Recorro el primer camino que veo en el horizonte. No sé dónde me llevará, pero mis pies avanzan sin que pueda remediarlo.
Otra discusión más. Otro día empañado por los reproches. Tú me gritas y yo te grito, y siento que esto no nos lleva a ningún sitio, solamente a intentar alzar la voz en un intento desesperado por hacernos entender. Las paredes de mi casa me aprisionan, son como una jaula. Necesito salir y simplemente dejarme llevar.
Mientras camino pienso en todo lo que hemos pasado, mis pies avanzan solos. Aunque mi última imagen tuya  sea llorando y fuera de tus casillas no puedo evitar acordarme de todos esos momentos inolvidables que hemos vivido juntos. Miro el horizonte y veo ese pequeño camino serpenteante. Vuelvo  la vista atrás y un impulso recorre mi cuerpo pidiéndome volver a tu lado. Regreso, y me abrazas fuertemente empapando mi jersey en lágrimas. Me besas.  Lo vamos a intentar. Quizás me equivoque o quizás arriesgue mi propia integridad, pero ese abrazo cálido me invita a ello. Amor lo llaman. Me asomo por la ventana y veo ese camino que acabo de recorrer. No sé lo que me espera al final de él. Solamente lo sabré si lo intento.
(Charlize)

La vereda perdida
La había perdido hacía ya muchos años. Tantos como había vivido entre torres de ladrillo, veredas de asfalto y enjambres de vehículos. Aquel no era su mundo. Apenas rostros amigos, tan solo saludos obligados en la escalera y falta de calor, aunque pagara costosos recibos del gas. Cuánto extrañaba la gloria, su mote y el café en el bar. Allí parecía elixir, aquí un brebaje. Le obligó la falta de oportunidades, la esperanza de un trabajo menos duro y mejor remunerado y la sonrisa de Adela, la mocita a la que conoció en unas fiestas de San Juan y a la que siguió hasta franquear el cartel de salida del pueblo con un par de mudas y unas pesetas en el bolsillo. Se labró un porvenir, vivió con razonable desahogo, pagó una casa e invirtió en otra, hasta que la jubilación le dejó más tiempo para pensar.
Y para evocar tiempos pasados. Tenía que recuperarla. No quería veredas de asfalto y tubos de escape, sino caminos de tierra y olor a campo. Tampoco hormigón, sino adobe. Ni piscina comunitaria o cancha de pádel, sino patio. Cogió a Adela de la mano y emprendió el regreso al origen.
Y, llegando, encontró de nuevo la alegría.
(Audrey)

¡Viva San Fermín!
Cuantas veces Juanita Castro se quedó dormida leyendo la Divina Comedia de Dante, pero ahora está aquí en el tanatorio, velando a su marido Tom Smit, muerto en el cuarto encierro de San Fermín… Son tantas las lágrimas que ha derramado, que se ha quedado dormida junto al ataúd y ha soñado que su marido corría un encierro en el Paraíso… Sin embargo, Juanita Castro, nunca hubiera pensado que en el Paraíso se escuchara música de jazz, espirituales negros, montaña perecedera, soledad dormida, mea culpa, mea culpa, swing, música en cuatro tiempos, orquestas de Harlem, fuerte glisando, concierto en honor de Juanita Castro, el dolor de los negros americanos es su mismo dolor, tanto sufrimiento solo puede expresarlo la música de jazz, trompeta, trombón, clarinete, contrabajo, guitarra, banjo, orquestas de Charlie Parker y Dissy Gillespie, cuando los santos van de marcha, oh happines, aleluya, aleluya, voluta de humo de los sueños, mágica marea del delirio, salada claridad, sufrimiento de una raza atormentada y dolorida, Juanita despierta entrevelada y ve el ataúd de su marido, mientras Pamplona es un fiesta de luz y color, Divina Comedia, et in excelsis Deo, Juana, Juanita Castro…
(Argos)

En busca del sol
Nunca he visto el sol, como otros nunca han visto el mar. Cuando era pequeño le pregunté a mi padre cómo era, y él me contestó que como una bombilla gigante. Nadie entiende que quiera ver algo que para mí no existe, salvo en el reflejo de la carretera por la que paseo cada día, justo al amanecer.
Hace poco que ha llovido, pero nada me detiene. Sólo existe una premisa antes de empezar, busco refugio en la soledad y el silencio para enfrentarme a mi desafío. No lo hago por prescripción médica como me recomendó mi cardiólogo. Yo sólo quiero encontrar el sol y la luz que se esconde bajo sus rayos.
Al principio todo es irreal como en los sueños, pero con el paso del tiempo, las imágenes se distorsionan en un sinfín de reflejos que alientan mi conquista. Ya nadie puede decirme que soy un loco que busca algo que para mí no existe, porque al final, más allá de mi imaginación, estoy seguro que el sol está detrás del último árbol. Ahora sólo hace falta que pierda el miedo a levantar la cabeza del suelo, y así, ser capaz de buscar el sol en el horizonte.
(Jane Eyre)

Caminante, ¿no hay camino?
El día ha amanecido sombrío, grisáceo y plomizo. Para colmo de males ha caído un chaparrón de órdago a la grande en la ciudad. La gaceta abre con el siguiente titular: “Marcelino Menéndez Pelayo afirma que Españaa ha realizado importantes contribuciones a la ciencia moderna”.
¡Cuánta chorrada!, balbucea Toño.
Tengo que reemprender mi camino, aunque por momentos me gustaría eternizar lo momentáneo y seguir disfrutando de mi tierra, seguir luchando en mi Castilla. Aquella que me hizo madurar, aquella que me anega de recuerdos, sentimiento y emoción. Qué gran verdad, el hombre es hombre en cuanto a su condición cultural, en cuanto a los recuerdos adquiridos, enseñados y aprehendidos.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío
y la alameda dorada,
hacia la curva del río

No hay tiempo que perder, parece que ha escampado. Llevo Castilla en el corazón, esa tierra que muestra belleza en su rudeza, que muestra finura en su carácter recio, pero tengo que partir.
No sé si será capaz de sobreponerme a tu ausencia, una ausencia de la que estoy seguro nunca será ausencia de recuerdo.
Au revoir, Castilla.
(Enríquez XII)

El disfraz perfecto
– ¡Con diez cañones por banda…!
– ¡Ponte el disfraz de una vez, que vamos a llegar tarde!
– Ya casi estoy, mira. Sólo me falta el parche.
El niño se marchó a su cuarto. Se miró con atención en el espejo, se puso el parche, y comenzó a sentirse incómodo, de manera que terminó por quitárselo. Se miró el ojo derecho con detalle, primero lejos del espejo y luego tan cerca que no lo distinguía. Notó que le faltaba algo importante. Sonaron sus pasos apresurados por la tarima.
Acercó la mano al bote del escritorio: unas tijeras, un punzón, una grapadora, lápices de puntas afiladas… Su madre gritó:
– ¿Quieres darte prisa de una vez?
Eligió el punzón apresuradamente y lo clavó con tanta fuerza y decisión como le fue posible. Un grito ahogado. Silencio. La mujer subió y lo encontró sentado frente al espejo, con el punzón en la mano y el parche en el ojo. Había sangre por todo el escritorio.
– ¡Dios santo!
(Luis)

Pintineaba
Como todos los días se vistió para salir a pasear. Anduvo resguardándose de la lluvia sin sobrepasar la línea que daba comienzo al camino y a la pared de su salón.
(San Buenaventura)

Napa
La reconoció alguien de la fiscalía por el conjunto de napa que ciñe su esqueleto, el mismo que vestía en las fotos que se distribuyeron cuando desapareció.
Trabajaba en un juicio de narcos muy peligrosos. Yo le hice un par de advertencias cuando empezó con el caso.
Han rescatado su coche de la dársena del puerto.
A ella se la han comido los peces entera, bueno, menos los huesos y las esposas que unían sus cúbitos, que sólo están enrobinadas.
Tenía una estrella de mar sobre los parietales y algas en el hueco de los ojos.
Se lo advertí y al final he tenido razón en casi todo:
La piel nunca pasa de moda.
Bajo el agua, no se deben bajar las ventanillas.
(Bambola)

Los olvidados
Muchos, como ahora lo hace el Paco, se han marchado ya.  Sin mirar una sola vez hacia atrás y sin llevarse nada más que la ropa, que llevan puesta. En este lugar, dicen, lo único constante es el sol que cuartea el suelo y la desesperanza que nos cuartea el alma. Nos estamos preguntando quién será el próximo en irse, cuando Petronila, la que fue mujer del último sacristán,  nos llama a gritos desde la iglesia abandonada.  Cuando llegamos nos señala el crucifijo vacío. Nadie se impresiona, ni siquiera al ver la inscripción, escrita a fuego sobre la madera,  y en donde se lee  que Él, no puede habitar en un lugar donde no existe la esperanza, donde no existe la fe. Todos nos miramos a los ojos y luego nos reímos por lo bajo, porque lo sorprendente no es que se marchara, sino que se tardara tanto tiempo en encontrar una buena excusa para hacerlo.
(Grim Reaper)

Autómata
No, es imposible que lo sepan. Aquella noche estábamos solos, nadie pudo escucharlo, ni siquiera el viento. De testigos la luna, las estrellas y alguna lechuza. Han llovido muchos otoños, helado muchos inviernos, florecido muchas primaveras y segado muchos veranos. Mi pelo se ha teñido de blanco y mis brazos han perdido su fuerza. Yo mismo asfalté ese camino. Yo mismo borré mis pisadas. Yo mismo lloré más que ninguno. Yo mismo desterré tu nombre. Compruebo cada tarde, a la misma hora, que todo siga igual. Los árboles han ensanchado sus troncos y desplegado sus ramas. Vuelvo cual autómata al mismo punto de aquella senda. Los charcos y las gravas me indican que pronto el camino comenzará a deshacerse y con ello mi carga. Tarde o temprano se sabrá toda la verdad. No seré yo quien hable sino tú. Ya no estaré aquí. Me dejaste mi remordimiento y mi culpa. Y así, día tras día recorro los pasos que antaño hicimos juntos pero que tú jamás pudiste volver a recorrer.
(Clara Trujillo)

¿De dónde saco las fuerzas, pequeñita?
No quería ser tan duro. No se lo merecen, ni los gritos, ni los reproches… porque siempre me han querido y tienen la mejor intención. Pero no, no ese color sereno y templado el que percibo.
Lo veo oscuro, gris, triste aunque se empeñen en taparlo o rebajarlo. Parecidos, parejos, pero iguales no, como éste no. Esos casos de los que me hablan han tenido curación, salvación pero me ha tocado “el raro”, así de crudo ha sido el cirujano y la “e” de esperanza ni siquiera asomó entre las letras de sus palabras.
¡Madre!, “la pequeñita”, la que en medio siempre está de todos y cada uno de mis pensamientos. La que nos escucha a todos, a la que persistentemente he acudido para pedir por otros.
Dame la fuerza necesaria para afrontar este camino que ahora está tan sombrío. Qué paso a paso logre despejar las tinieblas de la tormenta y cuando cruce la meta tenga ganas suficientes para subir al podio de los que eligen vivir.
(Seven)

Adiós Ramón, hasta siempre
No me hubiera imaginado nunca despedirme de ese modo, cuando te conocí hace 2 días con un “Buenos días“ dirigido a un desconocido que me preguntaba donde podría pasar la noche un hombre con pocos recursos.
Yo te acerque hasta el albergue de la Cruz Roja y mientras caminábamos, me fuiste contando tu ajetreada vida. Pero antes de llegar, no sé muy bien porque te ofrecí mi casa  a sabiendas que no era una acción normal y me acarrearía una bronca con mi mujer. Pero la paz, la sabiduría y la fuerza con la que me transmitías tus vivencias me movieron a hacerlo.
Hoy me alegro de haberlo hecho, ya que las charlas contigo han hecho que mi familia sea aun más fuerte en cualquier momento que nos pueda venir. Mi mujer, mi hijo y yo mismo nos hemos dado cuenta que a nuestro lado pasan personas desconocidas, con historias extraordinarias,  que un simple gesto de afecto hace que su historias hagan una muesca en la talla de nuestras vidas.
Espero que en tu camino haya muchos que te vuelvan a decir; “Adiós Ramón, hasta siempre”.
(MACMAS)

Espera, camino, espera
Germán recorría una vez más aquel camino que tan bien conocía. El suave viento que soplaba le traía el olor de los primeros días del otoño. Pero, aquel no era un paseo cualquiera, era su primer paseo desde que había recibido la noticia de que su vida tenía fecha de caducidad.
– “Las pruebas no nos dejan dudas, padece un cáncer inoperable y muy agresivo– le había dicho el doctor.
Trece palabras, un diagnóstico, que habían echado por tierra sus sueños e ilusiones. Con solo cuarenta años, se enfrentaba a una cuenta atrás sin retorno.
“Es difícil de predecir, pero le quedan seis meses, tal vez un año”– concluyó el doctor.
Tres días habían pasado desde entonces, tres días en los que había llorado, pensado, recordado, deseado  y ahora Germán estaba aquí en su paseo matinal, disfrutando de cada paso, de cada sonido, de cada aroma que le traía el camino. Hoy, el había sido el ganador de la batalla, porque si algo tenía claro Germán era que lucharía hasta el último aliento de su vida. Mañana, como todos los días, aquí estaría el camino, esperándole.
(Nerea)

Los caminos tienen ojos, piensan
La senda que unía el modesto pueblo de Ujkania con su hermana mayor, la poderosa ciudad de Kafkania, era un caminito de no más de cinco metros de ancho por el que los comerciantes de especias que volvían locos a los hombres y les hacía hablar de la vanidad de dioses dormidos se veían obligados a realizar verdaderas virguerías para poder atravesar con sus carros tirados por caballos.
Esta travesía entrañaba diversos peligros, puesto que la frondosidad vegetativa que lo flanqueaba era el hogar de todo tipo de malhechores y rufianes que buscaban una forma poco honrada de ganarse la vida. Si a esto le sumamos la sensación de vacío y soledad del paisaje y la oscuridad en que estaba sucumbido podemos imaginar el pánico que sentía la gente al cruzar este camino.
Nuestro personaje no era como el resto. No tenía nada que temer. Era conocido como un hombre místico y extraño. Nadie sabía con certeza qué edad tenía. Quizás fuese algo atemporal, como una pintura, una melodía, un soneto… decían los viejos del lugar. Lo único seguro es que no procedía de este mundo. Y el camino lo sabe. Y  dejará ser cruzado por él.
Suerte amigo.
(Eduhendrix)

Y al final, ella
Hay bellezas que no son comprensibles para el ser humano y la de ella es así, misteriosa y aterradora a la vez. Ya había escuchado su nombre, pero siempre en boca de otros. En mis recuerdos, el primero en conocerla fue mi abuelo. Yo era joven, pero aún tengo en la memoria el tiempo que estuvo cortejándola. Fue una especie de lucha silenciosa, una pelea sin sentido que desde hacía tiempo tenía ganada ella. Y mi padre, bueno, con él fue diferente, una corazonada, apenas pudo comprender lo que suponía aquel encuentro. Supongo que es mejor así. También mi madre, incluso mi mujer tuvieron ya el placer de conocerla.
Es curioso que me vengan esas imágenes ahora, pero es lógico, la siento llegar o quizás soy yo el que se acerca. Al fin y al cabo, ella es la única certeza que he tenido en mi vida. Nacemos y el resto del viaje es un camino cuyo final es tan irremediable como inevitable y siempre termina ante su presencia. Por eso, cuando la vea, tras la última curva, la saludaré con la sonrisa de los viejos amigos, ‘¿buenos días, señora, nos vamos ya?’.
(Brizard)

Solo
El golpe fue brutal. Abrieron la puerta trasera de aquel vehículo y me empujaron vilmente. Caí al suelo dando decenas de vueltas sobre mi mismo. Cuando conseguí parar, un rayo de sol me recordó que era momento de deshacerme de aquel pañuelo colocado sobre mis ojos. Por un momento me sentí cegado por la intensidad de la luz. Estaba solo. No había nadie en aquella carretera. El viento silbaba entre los árboles.
Comencé a recordar. Aquel día, al amanecer, como tantos otros sábados, tras tomar mi café cortado y ponerme ropa deportiva, salí a pasear por el entorno de la playa. Mi casa. Mi barrio. Mi playa. Mi auténtica pasión. Era mi día de descanso y se convirtió en una auténtica pesadilla.
Un coche a toda velocidad. Una gran frenada. Una puerta que se abre. Dos hombres que se abalanzan sobre mí. Un saco que me cubre la cara. Un golpe que me traslada a otro sueño.
Después, 173 días de oscuridad e incomprensión.
Ahora, la soledad de esta carretera encharcada. Tras los árboles, la inmensidad de los campos. Un riachuelo que susurra. Una cigüeña que me sobrevuela. La claridad de esta luz. No sé dónde estoy.
(Milindri)

Sudor en forma de lluvia
Vengo de Castilviejo, de rezar a la Virgen para que este año sea lluvioso. Me llamo Soledad, pero me conocen como “La musa del poeta”. Me dirijo a casa con la confianza de que en el camino no suceda imprevisto alguno. Es noche cerrada y, a lo lejos, iluminando como un faro se puede ver la Iglesia de Santa María. Sin embargo, al llegar minutos después a “La Perla”, un ruido me hace temblar. De entre la oscuridad aparece una persona que se acerca a mí, la cual es simplemente anciana. Con un hilo de voz digo:
-¿Hola…?
-Hola, me llamo Eustaquio –dice el anciano. Sin apenas dejarme abrir la boca, me cuenta que tiene 83 años y que la vida le dio la espalda desde joven.  Su cara muestra un gran esfuerzo pasado.
-Permíteme que te diga un proverbio: “El cielo nunca ayuda a nadie que no se ayuda a sí mismo”.
Desaparece entre la oscuridad. Regreso mi vista a Rioseco y prosigo mi andadura pensando en esa frase. Al llegar a la Fuentecilla del Carmen me siento. Veo caer gotas sobre el agua y pienso que soy afortunada, por poder ayudarme a mí…y también a los demás.
(Pererín)

Destrucción
Una mañana, como siempre, un hombre salía a pasear y su cabeza pensaba, ¿por qué el gato y el ratón se llevan mal?,¿por qué vuelan los aviones? ,cuando de repente nota que se levanta un viento huracanado a su alrededor y escucha un estruendo ensordecedor, ¿qué pasa? se preguntaba sujetándose la visera, miro al cielo y vio como descendía una especie de nave, de la cual se bajan seres que parecen ser extraterrestres, el hombre queda perplejo e inmóvil ante tal acontecimiento.
Se acercan al hombre y le preguntan: ¿cuánto aprecias tu vida?, el hombre boquiabierto no contesta, y ellos le dicen de nuevo: «has de saber que nuestras intenciones son muy claras, vamos a destruir el planeta en el que vives, sois incapaces de llevar una vida pacífica, tolerante entre vosotros, no merecéis lo que tenéis», el hombre salió corriendo despavorido, inmediatamente fue a buscar ayuda, se lo dijo a todo el mundo, todos se burlaban, entró en depresión, terminó en un manicomio.
Poco tiempo después desde el espacio y mirando a la tierra los extraterrestres comentan: «no merece la pena desgastarse destruyendo la humanidad, porque ellos mismos poco a poco van a provocar su propia DESTRUCCION».
(Alfera)

Paso
Cada zancada activó un resorte de su memoria. La propia película de su vida. El último paso fue, también, su último recuerdo.
(Joan Gava)

El precio de la soledad
Nuestro hombre camina solo, en la tarde hostil y gélida del domingo invernal. Ensimismado, hundido, la mirada baja, sin rumbo. El ánimo punzado, sangrante tras el tormento de una Navidad amarga, de enconadas disputas familiares. En vísperas del despido  en la empresa. El paseante necesita airearse,  física y mentalmente; tomar distancia, incluso de sí mismo. Huir. Limpiar la cabeza. Buscar salidas. Es un hombre roto, a punto de derrumbarse íntimamente, apuntalado  por el instinto de supervivencia y los fármacos. Siente que ha llegado la hora de elegir: un nuevo -y último- intento de encauzar la quebrada relación conyugal o  romper con todo y empezar otra etapa en soledad.Nuestro hombre, camino adelante, encuentra a un viejo amigo, cincuentón, misántropo,  zurcido a coces  por la vida. Conversan.
El caminante se explaya en el relato de su crisis personal, de hipotéticas  soluciones a modo de  espejismos, y pregunta:
-¿Cuál es el precio de la soledad, tu que la conoces bien?
-La soledad elegida no tiene precio.
El caminante, esbozando una mueca irónica dice,
-Mil euros…, mínimo; en casa tengo el presupuesto del divorcio.
Retoma el camino. La inminente escenografía del crepúsculo ahonda su sensación de náufrago.
(Martínez Alonso)

La vida…
¿Qué es la vida? Un camino bucólico  donde caminar, pasear, correr… sin descanso, unas veces solo, otras acompañado… A lo largo del camino nos encontramos baches, lluvia, un bonito cielo…pasa la vida… ¿dónde quedara la añorada juventud? …¿y la niñez? …bendita inocencia… y aunque por momentos agachemos la cabeza y nos enfundemos un buen abrigo nos mantendremos firmes en el camino…Caminante, no hay camino, camino se hace al andar…Hay Machado, que razón tenías…
Damos pasos, uno tras otro, quemando etapas de la vida que nos llevan por diferentes paisajes, diferentes culturas, diferentes personas, que nos presentan lo bonito que es vivir la vida con sus curvas, derroteros, andamechales, subidas y bajadas… y al final la vida, la vida…la vida es cada pequeña historia que tenemos a nuestro alrededor que llenara nuestro camino de bonitos paisajes que recordar.
(Platero)

Huellas
Era Octubre. Cuando se abrió la puerta de la clase y apareció aquel hombre de aspecto insignificante, se escuchó un murmullo que  era  la más pura expresión del regodeo.  Si ese individuo de chaqueta raída, zapatos envejecidos, camisa rozada y corbata llena de lamparones, era el que nos iba a dar clase de repaso de lengua española,  la cosa prometía. Ese pobre diablo, cuarentón y de aspecto quijotesco, iba a ser el perfecto chivo expiatorio de la disciplina a que nos tenían acostumbrados los curas. No en balde, hablamos de mil novecientos sesenta y dos , y cursábamos tercero de bachillerato.
Cinco o diez minutos después, cuando el alboroto amainaba, el hombrecillo cogió la tiza y comenzó a escribir en el encerado, mientras alguna que otra pelotilla de papel volaba cerca de su cabeza:
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar….
Ese día aprendimos que en España existió un hombre llamado Antonio Machado.
Siete días después, al entrar en clase, el silencio fue absoluto.
En Enero,  el  Padre Prefecto entró y nos dijo que ese hombrecillo no volvería a darnos clase.
Han pasado cinco décadas. El señor Rada, que así se llamaba, dejó huella. Los demás, sólo humo.
(Paco Madrid)

El plan
La decisión estaba firmemente tomada. Lo sopesó durante varios años; durante largas noches de insomnio; durante inquietantes días en las que la amargura anudaba su garganta Cientos de horas para trazar un milimétrico procedimiento y tan un sólo segundo para dar el primer paso. El camino sombrío, lluvioso, gélido -como su corazón roto- llevaba irremediablemente al último de sus designios. Al otro lado de la fina línea del horizonte se escribía el fin de la historia. La muerte estaba cerca y sus pasos no temblaron.
(Armados)

¿Qué tiene este camino?
Todo comenzó una fría mañana de invierno cuando decidí salir a la calle. Sin darme cuenta mis pies me llevaban por el camino que ellos mismos habían elegido sin contar conmigo.
Aquel camino, no era un camino cualquiera, conducía a una pequeña y entrañable ermita que atrae a todo aquel que decide dar un paseo sin rumbo. Es como un imán, la distancia cada día resulta más pequeña y mis ganas de llegar son grandes.
¿Qué tiene ese lugar? ¿Por qué sin darme cuenta siempre tomo la misma dirección? ¿Hay algo que me atrae? Cuantas preguntas para una sola respuesta.
Madre, me acoges cada día en tu casa sin preguntar de dónde vengo, ni a donde voy, las puertas de tu hogar siempre están abiertas esperando una visita.
Quiero vivir cada día al límite, para andar este camino que siempre me lleva a tu hogar, pasaran los días, pasaran los años y pasara toda mi vida por delante de mis ojos pero siempre encontrare el mismo camino, el camino que me guía hacia la tranquilidad. El camino de mi hogar.
(Kasiopea)

Mis recuerdos
Hoy busco entre los recuerdos los paseos de otros tiempos, las fiestas junto al canal, las risas de aquel San Juan y aquella noche embrujada que, abrazados hasta el alba, nos regaló un millón de estrellas.
Me adentro en la senda del río y cojo el camino a Serosas, que me lleva hacia el Moclín.
Contemplo los atardeceres allí, en el mismo sitio que te tuve entre mis brazos.
Que ya medio siglo ha pasado y casi nada ha cambiado y todo está igual de quieto y refrescan mis sentidos mil y una sensaciones.
Ya de camino a la casa el otoño me acompaña, el olor de la paja quemada, el vuelo de las zuritas, el morado de las endrinas, el vallado de tapial, los setos junto al zarzal, el color de la Tierra de Campos me llena de inspiración.
Las torres de las iglesias me guían por soportales y callejas.
Y paso por tu ventana esperando cruzar tu mirada y mi anhelo es descubrir que aún perdura, una chispa de aquel verano.
¡Cómo va pasando el tiempo! ¡Y sin embargo…!

(Anggeeli)

Destino
De repente notó un intenso cansancio. Las piernas le flaqueaban y tuvo que parar un instante. Sintió que estaba llegando al final y pensó cuánto llevaba ya caminado.
Recordó los tramos en que la pendiente y el paisaje árido que le envolvía le habían obligado a redoblar el esfuerzo para recorrerlos. A su memoria vinieron, también, los momentos en que el camino se dulcificó y la sombra de los verdes árboles le proporcionó una frescura reparadora que le animó a continuar. Se acordó de todos aquellos con quien había compartido su caminar. De los que habían llegado a su destino antes que él.
Entonces se dio cuenta de que todavía le faltaba un trecho. No sabía exactamente cuánto, pero intuía que no debía de ser mucho.
Y siguió andando. Aún le quedaba camino por recorrer. Aún le quedaba vida por vivir.
(Juan de las Armas)

¿Es él?
—Ha salido como siempre, a su paseo diario.
—Y no ha vuelto todavía.
—No.
—¿Llevaba ropa de abrigo?
—Poca.
—¿Habéis avisado a alguien?
—Todo el pueblo ha salido a buscarle.
—Yo también voy.
—No. Quédate con mamá. Está sola.
—¿Cuánto hace que salió?
—Lleva horas perdido, y ya está anocheciendo.
—La gente conoce bien el bosque. Lo encontrarán.
—Sí, ¿pero qué?
—¿Cómo «qué»?
—¿Qué van a encontrar, a papá o al hombre que lo fue?
—No insistas en eso; no asustes a mamá.
—No quieres admitir que Herr Alois lo haya elegido.
—No hay pruebas. El neurólogo no está seguro…
—Esto de hoy es una prueba.
—Él conoce el bosque mejor que nadie.
—Lo conocía. Hace unos días no encontró esta calle. Fue a casa de su madre creyendo que volvía de la escuela.
—La casa de la abuela ya no existe.
—Para él sí.
—Cuesta creer que algo así nos esté sucediendo.
—Hace tiempo que papá salió, pero no de paseo. Se nos va a un bosque que no es este. Un bosque sólo suyo. Plácido, pero odioso.
—¡Mira! Ahí vienen, y papá con ellos.
—Sí, ahí viene. Pero… ¿es él?
(Sam Martin)

Camino vital
No supimos lo que pasaba, querido hermano, todo fue tan repentino que aún hoy, pasadas ya varias semanas, me pesa el terrible momento en que te derrumbaste, allí, en medio del bar, con las cervezas y la ración de picadillo aún sin tocar sobre la mesa. Al día siguiente sólo tuviste fuerzas, antes de irte, para hacerme prometer que no dejaría que a mí me pasara lo mismo, que tú eras mi principal aviso. Cierto que el médico del pueblo nos había recomendado cambiar nuestros hábitos, pero con el negocio familiar consolidado, solteros los dos y alegres, la vida resuelta y dispuestos a disfrutar de ella, no hicimos ningún caso. Día tras día se sucedían las plácidas tardes, las visitas al bar y las cenas de tapeo, esas raciones tan sabrosas… y tan traicioneras. “Os avisaba porque os veía a menudo en la tasca”, dijo el médico, “demasiada grasa, demasiado sedentarismo, la cómoda y peligrosa edad…”
Y voy a cumplir lo prometido, hermano. No dejaré que me ocurra igual. Mis comidas son más sanas, bebo menos cerveza y, todos, todos los días, camino durante una hora practicando  eso que el médico llama “la ruta del colesterol”.
(Roderio)

El paseo de la vida
En el otoño de la vida, los árboles peinan canas y las lágrimas de mis pupilas se diluyen en los charcos. Hoy camino solo. La lejanía del horizonte ya no alcanzo a ver y el tirano de la incertidumbre que es el futuro, se presenta pocos pasos más allá.
Quiero mirar atrás, pero no debo; el camino he de seguir. La mirada baja, el paso firme, el recuerdo de tu amor en la mochila de mi corazón.
Nuestro paseo no llegó al objetivo, te quedaste en el camino. Mis manos, vacías y frías aún recuerdan tu tacto; te buscan a mi lado y ya no te encuentro.
Tampoco oigo tu voz. El silencio se ha hecho mudo y ni al pardillo se escucha en esta madrugada.
Al otoño de mi vida el invierno se le acerca. Carámbanos en mi alma y cencellada en mi corazón lo esperan. Solo Dios sabe si volveré a ver florecer la primavera. Sin ti mi amor, no se morir y no me aprovecha vivir. Los días son largos, las noches tenebrosas penumbras, y el alba… el alba es un paseo en soledad
(Wila)

Triste paseo de despedida
Tío es sabio, aunque nunca estudió una carrera.  Y del mismo modo que sentado delante de un café te puede dar un curso acelerado de dirección empresarial, entre árboles frutales parece un experto agricultor.
Se jubiló hace unos pocos años, y desde entonces descubrimos todo lo que podemos compartir. No hablo de nada material, a él esas cosas no le van, hablo de sus grandes manos, del aroma a café y de las largas charlas al calor de un hogar.
Y como le echo de menos, decido escaparme para charlar una vez más. Tío se marchó hace ya unos meses y allí dio la cara su enfermedad. El viaje no es muy largo pero el silencio lo convierte en eternidad.
Hoy no es un sábado más. El cierzo sopla frío, aun así Tío se  empeña en pasear. Caminamos hacia el río y decido situarme un paso por detrás, mientras observo tu frágil cuerpo me doy cuenta, hoy es el último día que saldremos a pasear.
No es tristeza lo que me invade es el deseo de quererlo aprovechar, apuro el paso, me pongo a tu lado. Hoy más que nunca te quiero escuchar.
(Venusina)

Caminar
Cerrar la puerta y echar a andar. Olvidar. Los lánguidos susurros de mi voz, consultan mis recuerdos como el gélido viento que azota mi rostro. Devorando un espacio de la eternidad, la candela de mi vida se apaga en cada mirada. Cansancio. Una dura jornada de trabajo, y luego otra. Siempre contando los días que quedan para el fin de semana, para las fiestas, para las vacaciones. Horadar el sendero, sin echar la vista atrás para ver el rastro de las huellas perdiéndose en la distancia. La lluvia consume los momentos de felicidad pretéritos, y el amor de mi vida ya se extinguió. El paso, seguro; la cabeza, humillada. No me recordarán muerto Me voy hacia donde nunca llegaré. Todo es caminar hacia ese lugar.
(Lohen)

Dulce soledad
Y todo lo que recuerdo de esta maldita vida  es que aquel  tren echó a andar y una nube de humo invadió el ambiente disipando cualquier rastro de tu fugaz sombra. Sin saber muy bien cómo noté la brevedad del instante en el que el tren comenzó su andadura. Adentrado ya  en mi soledad noté de súbito el casual roce de una mirada solitaria teñida de humo y vapor que hizo que mi corazón triplicara su velocidad agitando mi gastada sangre. Aquel segundo mágico logró minar en lo más profundo de mí ser encontrando el último átomo de felicidad existente en mí. Entonces voló con el humo, lejos, muy lejos hasta desaparecer por completo. Al instante ni si quiera supe si aquello fue producto de mi imaginación.
Ahora, de camino al sin camino puedo  sentir como a cada paso ganado al pasado es, irremediablemente, un paso atrás en el futuro, bloqueando el camino entre lo que fui y seré. Y allá voy de regreso al principio, que no es otro que mi fin. Mi único sustento, este maldito camino…ya no me queda nada más pensé. Y así proseguí, en busca de la más profunda y dulce soledad.
(Chygry)

Y seguía caminando
La mañana amanecía fría, húmeda, solitaria, y el caminante, observando su vereda, pensaba. Observaba el marchitar y caer de las hojas en otoño: “como la propia vida”, decía para sí. Cada paso, cada golpe de talón, turbaba su mente con los recuerdos; huérfanos, como el camino.
Poco a poco, el azul del cielo se apoderaba del reflejo del suelo, mientras él seguía recordando momentos. Momentos felices que dulcificaban el camino pero, en consonancia con la vida, también reportaba momentos amargos, durante y en su final. Sin embargo, él continuaba la senda, con la esperanza de encontrarla a ella. Pero el camino no terminaba todavía, y la mañana amanecía, fría, húmeda, solitaria.
(Eomer)

La senda
Hoy he vuelto al pueblo donde pasé mi infancia y mi juventud, ha cambiado.
Entro en el bar de Rufino, y allí estaba ella, Sara, mi primer amor, mi gran amiga.
Me ha reconocido, me saluda ¿qué tal  Alejandro?, ¿cómo te ha ido la vida? Todo está bien, la respondo. Como la cuento que desde el día que la deje todas mis aspiraciones fueron truncadas. Me casé, me divorcié, trabajé para estudiar y estudié para trabajar; mi familia numerosa se quedó en un sueño, en un deseo. Estoy solo. Pero todo está bien.
Ella se casó, sus cuatro hijos, su marido, el amigo fiel de la infancia.
Ella se va, tiene que recoger a sus niños, y me viene a mi memoria nuestros sueños de juventud. No entraba estar en el pueblo, pero Sara era joven y yo quería conocer el mundo, seguro que ella me esperaría con su sonrisa y con la alegría de vivir; pero he vuelto después de 20 años y ella cumplió sus sueños.
Y ahora se va, es ella la que se va. Me voy por la senda que fue el testigo de nuestros sueños y de nuestro amor.
-Un segundo ¿Sara puedes darme tu número de teléfono?
(Lenas Rotri)

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