En el número 5 de la calle de Ángel Peralta se encuentra una de las últimas casas peculiares que existen en nuestra ciudad, con una hermosa puerta con arco y un zaguán. Durante muchos años fue posada, fonda y albergó huéspedes de todo tipo y condición. Una placa colocada en la fachada nos recuerda a uno de ellos: “Yo no era más que un viejo caballo sin estirpe- cierto día unos gitanos- ascetas de Valladolid me vendieron en la feria de Medina de Rioseco a un bondadoso hidalgüelo”. Rocinante de León Felipe. Rioseco en memoria de León Felipe (1884-1968). 14 de Julio del 2002.
Efectivamente, el gran poeta zamorano cuya madre descendía de la cercana Valdenebro de los Valles, fue en algunos veranos habitante de esa casa. Ese verano del 2002 se rindió homenaje a su estancia y allí acudió su albacea literario y testamentario, un anciano de porte distinguido que repartió libros del poeta entre los allí congregados. A finales de ese mismo año 2002, se celebra en el teatro municipal el día 6 de diciembre el tradicional homenaje a las personalidades destacadas ese año relacionadas con Rioseco, entre ellas el escritor Gustavo Martín Garzo, el ya fallecido director teatral Fernando Urdiales y también al albacea de León Felipe, ese anciano de porte distinguido que llega con retraso a la cita acompañado de su joven mujer. Es Alejandro Finisterre, Alexandre de Fisterra, en idioma gallego seudónimo de Alexandre Campos Ramírez, poeta, inventor y editor nacido en Finisterre, Galicia, en 1919.
Alejandro Campos Ramírez nació en Finisterre, y se trasladó a La Coruña a los cinco años. A los quince se marchó a estudiar el Bachillerato a Madrid. Una vez allí, la zapatería de su padre quedó en quiebra, lo que le imposibilitaba pagar la matrícula de los estudios. Por esa razón el director de la escuela lo puso a trabajar corrigiendo los trabajos escolares de los cursos más bajos, para permitirle seguir en la escuela. También estuvo empleado en la construcción como peón de albañil y después en una imprenta. Fue en Madrid donde conoció a León Felipe (del que sería albacea), y con él y Rafael Sánchez Ortega editaron el periódico Paso a la juventud para venderlo por las calles.
En noviembre de 1936 quedó sepultado en uno de los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil Española. Lo trasladaron en un primer momento a Valencia, pero como las heridas eran graves tuvieron que llevarlo a un hospital de Monserrat. Allí conoció a muchos otros niños heridos como él, que no podían jugar al fútbol. Fue entonces cuando desarrolló la idea del futbolín, inspirado en el tenis de mesa. Alejandro Finisterre le confió a su amigo Francisco Javier Altuna, un carpintero vasco, la fabricación del primer futbolín según sus instrucciones. Aun así, no pudo conseguir que su invento fuese fabricado y distribuido a nivel industrial porque todas las fábricas de juguetes se dedicaban a producir armas para la guerra. Patentó la invención en Barcelona en enero de 1937, a la vez que el primer pasahojas de partituras accionado con el pie, creado para una chica pianista de la que estaba enamorado. Debido al triunfo del franquismo en la guerra, se exilió a Francia cruzando los Pirineos a pie, con la desgracia de perder durante el viaje el documento de la patente que llevaba.
Más tarde marchó a México, donde encontró amigos poetas y escritores. Allí permaneció dedicándose a las artes gráficas y a la edición. Fundó y presidió la Editorial Finisterre Impresora, desde la que editó la revista del centro gallego de México y diferentes libros de poetas, entre los que se encuentran León Felipe y Juan Larrea. Además fue redactor de El Nacional y editó un facsímil de la revista Galeusca y el primer libro de poemas de Ernesto Cardenal.
Volvió a España durante la Transición Española. Residió en Aranda de Duero (Burgos), donde continuó escribiendo mientras era miembro de la Real Academia Gallega de la que era miembro correspondiente en México desde 1967, a propuesta de Álvaro Cunqueiro, Francisco F. del Riego y Xesús Ferro Couselo.
Una vez en España se asombró de ver que el futbolín se había extendido tanto, aunque la gran difusión se debía a que los fabricantes valencianos asumieron el juego como propio de ellos, sin darle ningún tipo de crédito a Alejandro.
Después se trasladó a Zamora, donde gestionó la herencia del poeta León Felipe como albacea testamentario.
Falleció en Zamora, en su casa del barrio de Pinilla, a la edad de 87 años, el día 9 de febrero de 2007. Sus cenizas fueron esparcidas en el Río Duero a su paso por la ciudad de Zamora y en el Atlántico en Finisterre.
Ese día 6 de diciembre del 2002, animado por el ambiente cordial que le rodea acude con su mujer a comer junto con Martín Garzo, Fernando Urdiales, Luis Ángel Lobato, Diego Fernández Magdaleno y otros amigos recientes y el que esto suscribe que le guía desde el teatro hasta el restaurante, mientras Alejandro conduce su automóvil (¡con ochenta y tres años!) hablando con jovialidad y lanzando galanterías a su mujer mejicana cantante/soprano de ópera. La comida fue un enorme caudal de anécdotas sobre aquellos a los que había conocido y tratado en el exilio mejicano: León Felipe, Juan Larrea, Luis Buñuel… y sobre sus vicisitudes y peripecias vitales, incluidas las del invento del futbolín. Gran tipo Alejandro Finisterre. No volví a verle, nos escribimos un par de cartas. No se si volvió alguna otra vez a Rioseco. Que este artículo sea en su memoria, la de aquel, que sin acaso pretenderlo ha llevado la felicidad a través de un juego universal y popular: el futbolín.
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